A lo largo de la vida, nos encontramos con lo bueno y lo malo de este mundo. Sí, cada cara de una moneda. Son justamente las vivencias las que nos fortalecen y nos hacen disfrutar cada día como si fuera el último. No siempre valoramos el tiempo y las circunstancias en las que nos encontramos. Siempre vale la pena mirar alrededor y darnos cuenta de que somos realmente afortunados. Debemos disfrutar cada momento y vivir a plenitud. Es necesario saber que no todo puede ser color de rosa, pero también debemos aprender de las dificultades.
Y es que todo lo malo en el momento pueda significar una piedra en el zapato. En el futuro nos deja un gran aprendizaje. En fin, más allá de preocuparnos por diversas situaciones, debemos buscar soluciones ocupándonos en ello. El vivir a plenitud es irradiar y contagiar esta energía positiva a los demás. Hoy en día, gracias a los medios de comunicación podemos conocer grandiosas historias de vida. Relatos que nos muestran las realidades de otros, dejando lecciones que no se olvidan.
En esta oportunidad, te contaremos acerca de las vivencias de dos pacientes en un hospital. Dos enfermos terminales que con el pasar del tiempo logran forjar una buena amistad. El desenlace de esta historia nos muestra una gran sorpresa. Vivir a plenitud es una decisión y no debe estar determinada por ninguna circunstancia…
Vivir a plenitud significa que lo bueno muchas veces viene en forma de sufrimiento
Dos pacientes de un hospital estaban pasando por un momento muy duro. Ambos, estaban gravemente enfermos. Cada tarde eran sometidos a un tratamiento que requería que estuvieran sentados. Cada uno tomaba la posición acostumbrada. Joaquín tenía vista a la ventana. Mientras Juan Pablo le daba la espalda, soñando con algún día poder vivir a plenitud. En esta disposición debían permanecer durante largo tiempo, todos los días.
Cada tarde, Joaquín y Juan Pablo hablaban sobre cualquier cosa. Sus vivencias más importantes y sus sueños de vivir a plenitud no tenían límites. Un día cualquiera, consiguieron un excelente pasatiempo a tantas horas de aburrimiento. Joaquín empezó a describir a Juan Pablo cada detalle de su maravillosa vista por la ventana.
Sus tardes de sufrimiento y cura a sus enfermedades, poco a poco, se convirtieron en tertulias amenas. Cada día eran mejores amigos, la empatía y solidaridad iba en aumento. Ambos, estaban descubriendo una mejor medicina, estaban aprendiendo a vivir a plenitud a pesar de las circunstancias.
La mente no tiene límites
Así, Juan Pablo esperaba cada tarde ansioso por los relatos de Joaquín. En el exterior, había un paisaje grandioso. Soñaban con disfrutarlo y poder vivir a plenitud sólo un momento en ese lugar. El paisaje era impresionante: Un lago con cisnes y patos. Al fondo, un grandioso parque boscoso. Era un lugar perfecto para todos los que aman la naturaleza. Visitado, además, por familias con niños pequeños, perros y parejas enamoradas.
Las descripciones de su compañero se convirtieron para Juan Pablo en un deleite. Los relatos eran casi mejores que poder disfrutar de la naturaleza. La mente de Juan Pablo no tenía límites y él aprendió a vivir a plenitud esos instantes de su día. La hora del tratamiento se convirtió, entonces, en un momento mágico. Era una ventana abierta a la imaginación, a la belleza y a la felicidad. Sin embargo, todo eso no estaba afuera, sino justo adentro de su ser.
Por su lado, Joaquín descubrió que sus palabras eran sanadoras, pues observo el cambio positivo en la existencia de su amigo. Sus palabras eran una herramienta poderosa y él estaba haciendo buen uso de ellas. El entender que, a través de sus relatos ayudaba le dio a Joaquín razones para vivir a plenitud sus días.
Los mejores paisajes están dentro
Con un paisaje tan idílico fuera de un hospital, Joaquín se dedicaba a crear historias entre los visitantes. Fantaseaba sobre cómo serían las vidas de esas familias. Desde las celebraciones de nacimiento, hasta los cumpleaños. El aniversario de bodas de una vieja pareja, la proposición de matrimonio de dos enamorados. Cada uno de estos momentos observados y contados, entre ambos, se convirtieron en una forma de vivir a plenitud nuevamente.
Todo aquello que vivieron en algún momento y no valoraron, fue echado de menos. Ahora cada uno recuerda sus mejores experiencias con gratitud. Sufren por no poder vivir a plenitud su presente. Se arrepienten de haber desperdiciado tantos buenos momentos en el pasado. Gracias a la enfermedad, ahora se mantienen conectados a máquinas y no pueden salir al aire libre. Sueñan con oler de cerca las flores que Joaquín ve desde la ventana. De las que Juan Pablo hace imágenes mentales y se obligaba a pensar que allí podía vivir a plenitud todo lo que su amigo describe.
A pesar de estas tristezas, la amistad entre ambos ya era un hecho. Todos en el hospital los reconocían por sus historias y largas conversaciones junto a la ventana. Poco a poco, llegaron a ser admirados por otros pacientes. Asombrados de la buena amistad, la confianza y la imaginación de esta pareja. Cada día, eran más los pacientes que a la hora del tratamiento se acercaban a escuchar los relatos e intentar ver por la ventana. Cada quién percibiendo a su manera, cada uno buscado la forma vivir a plenitud lo que llevaban dentro.
El final es el comienzo mismo
Un día, la enfermera entró a la habitación de Joaquín y encontró su cuerpo sin vida. Lo que provocó gran tristeza entre el personal del lugar y por supuesto, entre sus seres queridos. Pero fue Juan Pablo, quien se llevó la peor parte. Pues perdió a su gran amigo, a quien hacía más amena cada una de sus tardes y por quien podía soñar con vivir a plenitud.
Juan Pablo, pidió estar en el lugar de Joaquín y así poder observar los bellos paisajes del exterior que su amigo le contaba. Pero se llevó una gran sorpresa, pues se dio cuenta que todo lo descrito no estaba. No había nada. Por la ventana sólo podía verse una pared lisa y blanca. Un bloque de concreto del edificio contiguo. Inmediatamente, supo que sus imágenes y fantasías del exterior sólo estaban dentro de él. Durante todo ese tiempo había aprendido a vivir a plenitud basado en su propio ser.
Inmediatamente, Juan Pablo preguntó a la enfermera por qué su amigo le inventaría semejantes relatos. Ella le aclaró que su compañero, Joaquín, era ciego de nacimiento. Así pues, todo lo que describió formó parte de su imaginación. El asombro de Juan Pablo era tan inminente que no pudo evitar sentirse conmovido. Pero se alegró, porque su amigo le había enseñado a vivir a plenitud su existencia. Le había mostrado su belleza interior. Tal vez, ahora, realmente si estaría disfrutando de todo aquello que imaginó.
La felicidad es mejor compartida
El vivir a plenitud es una decisión ¡Simplemente tómala! La historia de Joaquín y Juan Pablo es totalmente inspiradora. Diariamente nos perdemos en los quehaceres y en las preocupaciones cotidianas. Sencillamente nos olvidamos de disfrutar la vida. La muerte, como parte de todo, llega sin previo aviso. No sabemos con certeza en qué momento nos iremos de este mundo. Además, siempre estamos tan ocupados para ser felices… La felicidad es aquí y ahora. Es momento de entender que para ser felices no necesitamos nada.
La felicidad es un estado de nuestro ser que debe cultivarse. Haciendo felices a otros somos más felices nosotros. El reflejo de nuestra alma es lo que mostramos a los demás y lo que somos. Sé valiente y decide vivir a plenitud. Recuerda, la felicidad es mejor si es compartida.
1 comentario
Gracias por compartir este artículo, la historia de Juan Pablo y Joaquín son muy inspiradoras y nos demuestra que aun en medio de los escenarios más difíciles siempre tenemos la oportunidad de ver el lado bueno de la vida, demostrar una actitud positiva y ser capaces de ver las oportunidades incluso en medio de situaciones dolorosas, comparto la idea original que la plenitud es una decisión y hay que mantenerla en todo momento, vivir intensamente cada momento.