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Ser queer: cuando no te sientes cómodo con ningún sexo

Por Phrònesis
Ser queer: cuando no te sientes cómodo con ningún sexo

Recientemente, se ha promovido entre algunos grupos de la comunidad gay la iniciativa de añadir la letra Q a la abreviación de uso universal LGBT, para referirse a las personas que se identifican a sí mismas como queer. 

Esta palabra surgió hace un par de años (inicialmente, en idioma inglés, y ha sido adoptada desde entonces en español), para hacer referencia al sector de la población mundial que no se considera homosexual, bisexual o transgénero. En sí, la palabra queer significa “extraño” o “inusual”, e incluso el traductor de Google tiene problemas para interpretar el término. El Centro de Recursos de la Universidad de California establece la definición de queer como sinónimo de anormal o extraño:

“Históricamente, la palabra queer ha sido utilizada como un epíteto / insulto contra personas cuyo género, expresión de género y / o sexualidad no se ajustan a las expectativas dominantes. Algunas personas han reclamado la palabra queer y se identifican como tales. Para algunos, este reclamo es una celebración de no ajustarse a las normas / ser “anormal”. Por lo tanto, para algunos, queer es una postura radical y anti-asimilación que captura múltiples aspectos de las identidades.

La teoría queer, según datos de la Universidad de Illinois,  surgió oficialmente en 1991 cuando Teresa de Lauretis empleó el término para referirse a la tendencia del sistema y las estructuras sociales a presentar la heterosexualidad como una condición privilegiada, por defecto y políticamente correcta. “Las personas no tendrían que salir del closet si la heteronormatividad no les dijera que todos nacemos heterosexuales”. 

Así, auto-definirse como queer implica rebasar los “límites conocidos” de la sexualidad, adoptando una postura que prioriza el sentido de pertenencia corporal y la comodidad individual por encima de las normas preestablecidas, entre ellas, el ideal de matrimonio entre un hombre y una mujer.

El arte de ser queer, o cómo leer entre líneas

La postura queer puede ser interpretada como el arte de leer entre líneas, ya que implica ver más allá de los roles de género y el sexo asignado. Una mujer puede sentirse en el cuerpo equivocado sin ser necesariamente lesbiana, por ejemplo, al igual que un hombre puede sentirse mujer sin ser homosexual.

Las dimensiones de la conducta humana son tan complejas que asumir el concepto queer como sinónimo de gay sería demasiado limitativo, en especial porque, históricamente, el término comenzó a utilizarse durante la década de los 80 como parte de un movimiento político que buscaba reclamar los derechos de la comunidad LGBT ante la ineficacia del gobierno estadounidense para atender la crisis epidémica del SIDA  y denunciar la discriminación.

“La diversidad puede ser el aspecto más difícil de asimilar para una sociedad y, al mismo tiempo, vivir sin ella puede ser demasiado peligroso” (William Sloan Coffein Jr.)

Aunque muchas personas rechazan y desestiman la importancia de incluir al colectivo queer como parte de la comunidad LGBT, hablamos de una postura tan válida como cualquier otra; las personas queer proclaman la igualdad de derechos a su manera, están en contra de los estereotipos y las etiquetas que “procesan” la orientación sexual como un producto enlatado y promueven, en su lugar, una reestructuración de los cánones sexuales predeterminados.

“¿Por qué si me siento atraída por un hombre debo catalogarme como heterosexual? ¿Y por qué si me enamoro de una mujer debo autodenominarme lesbiana?” Estas son algunas de las preguntas que las personas queer ponen sobre la mesa, aunque muchos no terminen de comprender la profundidad y razones que motivan al grupo Q a “salirse de la fórmula”.

Nuestro mundo ha sido calibrado con base en nuestros genitales, incluso para entrar al baño es necesario definir primero de qué lado estamos, si con las chicas o con los chicos. Históricamente, la cultura ha moldeado nuestras expectativas y aspiraciones de modo que coincidan con un sexo específico (el que fue asignado por nuestros padres o por un médico al nacer, pero no por nosotros) aunque no concuerden con nuestros sentimientos.

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