fbpx
Inicio ColumnasPsicología infantil (Infantopsicología) Se fue Halloween, llegaron los miedos

Se fue Halloween, llegaron los miedos

Por Lic. Marcela Monte
Se fue Halloween, llegaron los miedos

Por estos días, las calles, tiendas y pantallas se han colmado de motivos tenebrosos. Calabazas, brujas, fantasmas, magos, y este año más que otros, payasos. Esta festividad es, para muchas personas, el origen de sensaciones extraordinarias y de extremo entusiasmo a la hora de pensar, diseñar y realizar sus trajes o disfraces para la ocasión. Este entusiasmo, por supuesto, se contagia y transmite culturalmente a los más pequeños.  

¿Por qué algunas personas disfrutan sentir miedo?

Podría responder a esta pregunta desde múltiples perspectivas, pues lo cierto es que existen enfoques y experiencias de lo más variadas: cada ser tiene una vivencia única con los miedos. El cerebro es el responsable de la representación que se construye y esta determina si ese temor será o no placentero.

La amígdala, que se encuentra en el sistema límbico, sector nuclear y básico en el sistema nervioso, otorga un orden a las experiencias emocionales definiendo las sustancias que van a liberarse al torrente sanguíneo y haciendo que la vivencia adquiera determinado tinte emocional, según las cantidades de dopamina, serotonina y oxitocina que se hayan liberado (que hacen la experiencia más placentera), o adrenalina, noradrenalina y cortisol (que aportan a la situación mayor estrés y malestar).  

Entre tanta información que maneja y coordina el cerebro, hay una fundamental para buscar o permanecer en la experiencia generadora de miedo, y es la tranquilidad de percibir cierto control; es decir que, si de alguna manera no se soportara o resultara demasiado incómoda la situación, el sujeto podría retirarse y abandonar el sufrimiento. Entonces, sabiendo que se puede elegir evitarla, permanecer es una elección.  

Los miedos post- Halloween

Cuando la experiencia infantil ha sido diferente a la arriba descrita, aparecen una multiplicidad de temores basados exactamente en lo contrario: percibir inseguridad ante la sorpresa de lo inesperado. El no poder ser dueños de esta vivencia de temor  puede llevar a un incremento notable de miedos existentes, o a la aparición de nuevos temores que los niños nunca antes habían tenido. En ocasiones, puede ser que los pequeños hayan experimentado algún susto inesperado que dejara evidencia de la falta de control que tienen sobre una situación concreta, y esto desencadena los nuevos o renovados temores que, según las edades, pueden observarse globalmente de dos maneras:

Algunos miedos de los más pequeños

A lo largo de la temprana infancia, es decir hasta los 6 años aproximadamente, podría surgir la convicción de que si una vez no se pudo controlar una situación, dicho evento puede volver a ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar.  Es por ello que muchos niños y niñas comienzan a tener pesadillas y evitar sitios desconocidos o  personas que no conocen mucho: en el fondo, hay un profundo miedo a no ser capaces de resolver una situación de emergencia. La inseguridad se vuelve tan intensa que se apodera del pequeño y lo paraliza, así que buscará por todos los medios evitar el suceso temido.

Los temores de los más grandecitos

Pasados los 7 u 8 años, el desarrollo del pensamiento lógico puede llevar a  asociar selectivamente algunos elementos de una situación de temor buscando tener mayores componentes bajo control o evitando aquellos entornos donde no se va a poder controlar lo que ocurra.  Así es que aparecen multiplicidades de síntomas asociados al control, como luces encendidas en las noches y, a veces, durante el día en ciertos sectores de la casa –como pasillos– o del colegio –por ejemplo, los baños o sanitarios–. Los niños evitan ir a esos sitios, argumentando, muchas veces con claridad, lo que les ocurre, aún cuando es ilógico, y realizando chequeos estrictos para garantizarse el mayor control posible.

En conclusión

Si bien la temporada de Halloween puede ser muy entretenida para algunos niños, en algunos deja secuelas de temor intenso, incluyendo fobias. En algunas ocasiones, podrán asociarse los miedos con su origen rápidamente, por ejemplo, cuando un niño no quiere acercarse a un payaso porque considera que podría ser un asesino; sin embargo, a veces los temores pueden exponerse de una manera mucho más difusa, como es el caso de los niños que evitan ir al lavabo, dormir con luces encendidas o en compañía de alguien indefectiblemente, los pequeños que se niegan a conocer nuevos espacios o evitan permanecer en compañía de personas que no son del todo conocidas (aún cuando antes lo hayan hecho). Estos comportamientos, y otros no mencionados por ser menos frecuentes, pueden haber tenido origen en alguna situación desagradable en la que el niño o niña ha percibido la falta de control sobre el ambiente. Esta inseguridad los bloquea, ya que creen firmemente que, ante un potencial daño (que puede ser imaginado), estarían indefensos y hasta podrían morir (condimento de la estética sangrienta).  

Esta información puede darte pautas de algo que está ocurriendo ya, y ante la duda, siempre puedes consultarme por todas las vías digitales y de redes, o acercarte a un profesional calificado en la asistencia psicológica infantil, para evitar arrastrar en el tiempo las desagradables secuelas de un niño (y familia) limitado por el terror que dejó junto a los dulces, la noche de brujas.

NOTA: Si quieres profundizar los mecanismos que subyacen las experiencias de miedo y terror, el libro de la socióloga Margee Kerr, SCREAM: Chilling Adventures in the Science of Fear es una excelente manera de hacerlo.

Por: Lic. Marcela Monte
Facebook:  https://www.facebook.com/LicMarcelaMonte/
Licenciada en Psicología
Universidad Nacional de San Luis / Argentina
Psicoterapeuta Cognitivo – Conductual Infantil
Contacto: info@infantopsicologia.com 

Related Articles

Deja un comentario