Cuando el psicólogo Albert Ellis escribió por primera vez sobre la baja tolerancia a la frustración, se refirió a ella con el apodo “no soportitis” para hacer énfasis en las principales características de esta condición: una tendencia a creer que, si las cosas no salen tal y como lo queremos, la vida misma será insoportable.
El concepto baja tolerancia a la frustración, o intolerancia a la frustración, es mucho más común en los niños que en los adultos, aunque esto no quiere decir que sea poco frecuente su prevalencia en los mayores. De hecho, parte del problema deriva de no haber abordado los síntomas a tiempo durante la niñez y la adolescencia, de modo que, eventualmente, el asunto evoluciona de forma catastrófica pudiendo acarrear graves inconvenientes en el día a día.
Los orígenes de la intolerancia a la frustración
Todos hacemos planes a lo largo de la vida, y todos deseamos profundamente que las cosas marchen de acuerdo a lo planeado; aún así, cuando esto no ocurre, muchos de nosotros somos capaces de sobreponernos a la decepción y seguir adelante con nuestras metas. Las personas con una baja tolerancia a la frustración no cuentan con esta facilidad, y más aún: se niegan a aceptar que el mundo no gire sobre el eje que habían establecido para él.
Los orígenes de este fenómeno responden a lo que la psicología llama creencias irracionales, una serie de convicciones exageradas y, normalmente, orientadas a la catastrofización, que respaldan al individuo en su cruzada para autodenominarse víctima de las injusticias a toda costa.
Algunas de las creencias irracionales más comunes ligadas a la baja tolerancia a la frustración son:
- “El mundo está en deuda conmigo o en mi contra”
- “Las cosas deberían ser como quiero que sean, y no podré soportarlo si no es así”
- “Es intolerable sentirse frustrado, así que tengo que evadir el sentimiento a como dé lugar”
- “Las otras personas no deberían hacer cosas que me generen frustración”
- “El mundo debería ser un lugar más justo para mí”
En términos generales, los individuos con baja tolerancia a la frustración adoptan comportamientos disfuncionales como parte de una estrategia “a muerte” para evadir el hecho de sentirse frustrados. Esto no solo termina siendo perjudicial para su salud mental y la de quienes los rodean, también es un factor de riesgo potencial en el desarrollo de múltiples adicciones y problemas de ansiedad.
Es perfectamente normal y válido experimentar periodos de “atasco” en los que sentimos que nada marcha según lo planeado; los errores y las dificultades son parte de la vida, y si no fuera por los momentos difíciles, vivir no sería una escuela.
La frustración hace parte de la ecuación, y aprender a lidiar con ella es fundamental para desarrollar hábitos saludables y llevar una vida plena. El primer paso es descifrar si nuestra forma de plantar cara a la frustración es evasiva o dañina, de este modo, será más fácil sentarnos a reflexionar sobre la manera en que hemos estado afrontando los obstáculos y cómo podemos convertirnos en una mejor versión de nosotros mismos.
Señales que indican que podrías tener una baja tolerancia a la frustración
- Tendencia a creer que las circunstancias deben cambiar, así sea a la fuerza, para darnos lo que deseamos (de otro modo, no podemos ser felices).
- Una inclinación por las recompensas inmediatas, lo que dificulta sacar adelante proyectos a largo plazo.
- Incapacidad para lidiar con los obstáculos, retrasos, accidentes o inconvenientes sin perder la calma.
- Poca apertura a nuevas experiencias por temor a hacer el ridículo o cometer algún error sobre la marcha.
- Búsqueda constante de excusas para la evasión de responsabilidades o situaciones que generan incomodidad.
- Evasión o procrastinación de nuevos retos o compromisos (hasta que sintamos que somos lo suficientemente buenos para llevarlos a cabo).
- Necesidad de aprobación constante. De lo contrario, el mundo se convierte en un lugar horriblemente hostil.
Todas las señales mencionadas anteriormente derivan de creencias irracionales fundamentadas en la negación y exageración de la realidad. La consecuencia es un esquema mental problemático que puede hacernos la vida muy difícil si no lo corregimos a tiempo.
Cada vez que damos pie a una creencia irracional, permitimos que el “No” tome decisiones por nosotros. “No podré soportarlo… no sé lidiar con esto… no puedo hacerlo…”. En realidad, vivir bajo estas condiciones solo garantiza que nunca podremos experimentar la felicidad y que, eventualmente, perderemos contacto con el mundo.
El primer paso para tratar el problema es aceptar que existe, y el análisis de las señales antes mencionadas puede ser la primera roca que construya el camino. Vuelve a ellas cada vez que lo necesites y, en caso de sentirte identificado/a, ¡nunca es demasiado tarde para tomar medidas al respecto!
Recuerda: la vida es demasiado corta para llenarla de amargura.