Redacción Editorial Phrònesis.
Decirle adiós a un amor que, sentimos, sigue reclamando nuestra presencia, es sin duda un evento doloroso. Pero tener que hacerlo a la fuerza y ante la indiferencia de la persona que aún amamos… Ese alguien que ha pasado a convertirse en un extraño ajeno a nuestro afecto, no sólo siembra tristeza, también evoca confusión y resentimiento.
El fantasma de haber sido embaucados, de haber amado demasiado a alguien que “tal vez nunca nos quiso”, es una de las voces que con más frecuencia nos acosa al rompimiento de un vínculo amoroso cuando la separación definitiva es una decisión que atiende a los deseos de otro, y nuestra renuncia, más que un acto voluntario, se torna una obligación y una muestra de amor propio.
Pero, ¿por qué sucede que, luego de haber compartido momentos de felicidad, pasión y desnudez emocional, dudamos del recuerdo de quien aseguró amarnos profundamente?
Cuando el resentimiento es el último recurso del amor
Según la psicóloga Harriet Lerner, nos refugiamos en el rencor porque nos conecta con la persona que nos negamos a dejar ir.
El resentimiento es una vía que propicia la unión con la misma intensidad que el amor, ambos sentimientos son canales emocionales que crean un vínculo entre nosotros y alguien más, es por eso que los divorcios legales son mucho más fáciles de realizar que los divorcios emocionales.
De manera inconsciente, preferimos creernos víctimas de un fraude a aceptar que incluso el afecto más profundo se desgasta, que las personas cambian porque tienen derecho a hacerlo y que esto supone abrazar y soltar constantemente sueños y proyectos distintos, pero también experiencias amorosas.
Como consecuencia de sentirnos engañados o defraudados porque nuestra pareja ha dejado de amarnos antes de tiempo, cometemos el error de utilizar el presente para devaluar el pasado, olvidando (o fingiendo olvidar) que el hecho de que alguien ya no nos ame no significa que nunca lo hizo.
El odio nos cierra las puertas del presente y nos condena a la cárcel del pasado
Escudándonos en el argumento de ser mártires de un “amor ficticio”, justificamos el enfado hacia nuestra ex-pareja. El problema sobreviene cuando la decepción se transforma en ira y, esta, en un rencor al cual nos aferramos convirtiéndolo en un aliado inesperado para mantenernos atados al pasado.
Además, entregarnos a la idea de que, en realidad, nunca fuimos amados, propicia la indignación y, luego, el odio, un sentimiento que visto de manera superficial puede parecer mucho más cómodo que la tristeza, ya que nos energiza en lugar de paralizarnos.
“Se necesita mucho coraje para hacernos conscientes de nuestra propia ira y saber cómo expresarla, pero se requiere mucho más coraje para liberarse a uno mismo del efecto corrosivo de vivir a la sombra del enojo y la amargura”
(Harriet Lerner)
Entender que los sentimientos de los demás no son objetos materiales que puedan ser retenidos para evitar su fluir natural es mucho más sano que deformarlos deliberadamente como una de las excusas del desamor. Sin embargo, esto no es suficiente para recuperar nuestra libertad emocional luego de haber caído en las garras de la ira, también es primordial que, en la misma medida:
- Desistamos de soñar despiertos que nuestra ex-pareja siente remordimiento por haber dejado de amarnos.
- Dejemos de esperar que nuestra ex-pareja vuelva de rodillas suplicando una segunda oportunidad.
- Tomemos conciencia de cómo el resentimiento puede afectar nuestras relaciones interpersonales haciéndonos adoptar una postura hostil hacia personas que no tienen nada que ver.
- Entendamos que dar cabida al odio en nuestra vida siempre va a deteriorar nuestra salud física.
- Aprendamos a aceptar que no podemos gobernar sobre el sentir de otros, y que victimizarnos, inculpar o exigir “indemnizaciones de afecto” en forma de sufrimiento compartido nos ancla a un pasado que no va a regresar.
Convencernos de que fuimos arrastrados por una estafa sentimental o creer equívocamente que “los únicos amores reales son los que nunca terminan”, alimenta un rencor que nos envenena silenciosamente.
Lo cierto es que, a fin de cuentas, el amor es todo lo real que puede, el tiempo que puedo y nuestro error a la hora de amar no consiste en ilusionarnos tontamente o arriesgarnos sin pudor, sino en dejarnos cegar por la idea de que podemos manipular algo tan intangible como los sentimientos.
Llenamos nuestra vida de angustia al convencernos de que el tiempo es la medida auténtica del amor, cuando la verdad es que el amor ha definido, siempre, la medida del tiempo, y que la regla de oro que debe regir nuestras vidas es la de vivir a plenitud el día a día sin convertirnos en esclavos del amanecer.
Por: Editorial Phrònesis
Para: elartedesabervivir.com