Culminadas las fiestas decembrinas, y después de hacer un balance general de lo que ha sido el año en términos de logros obtenidos, solemos hacer un pare en el camino para establecer nuevas metas con las que pretendemos cambiar asuntos de nuestra vida que parecen deben ser revisados. Algunas personas escriben sus propósitos, los hacen públicos o simplemente los piensan, con un compromiso personal de implicarse con los cambios esperados.
Sin embargo, la mayoría de metas no se cumplen o simplemente son abortadas en los primeros días o meses del año que inicia. Esto hace que las personas se estresen pues el no cumplimiento de los propósitos planteados lleva a una sensación de fracaso, minusvalía, ineficacia o incompetencia que genera una serie de pensamientos derrotistas.
Las metas de inicio de año más comunes son las siguientes:
- Hacer deporte para ponerse en forma o perder peso.
- Cambiar la alimentación, buscando dietas “más saludables”.
- Pasar más tiempo con la familia.
- Ahorrar dinero, para gastos programados.
- Salir a pasear con más frecuencia.
- Saldar deudas con los bancos o el comercio.
- Iniciar un nuevo negocio.
- Solucionar conflictos con personas cercanas.
- Aprender algo nuevo, como un arte o un oficio.
- Ser más organizados en algunas de las áreas de nuestra vida.
Generalmente estas metas no se cumplen bien porque están definidas de manera poco pragmática o porque son propuestas que se plantean a manera de “sueños” o “buenas intenciones”, que no llevan a acciones concretas para ponerse en marcha hacia su consecución.
Las metas deben ser definidas de manera racional, teniendo relación directa con nuestras intenciones y necesidades y que sean productivas y aportantes a nuestra existencia, con cambios esenciales que impliquen logros que ayuden a mejorar nuestras condiciones vitales.
Las tres condiciones fundamentales para definir metas racionales son:
- Que sean realistas, factibles de ser alcanzadas.
- Que impliquen una superación o mejoramiento de las condiciones actuales.
- Y que su consecución conlleve a una sensación de bienestar y gratificación.
En primer lugar, la factibilidad de su consecución está relacionada con las posibilidades reales que tenemos de alcanzar la meta. Se debe hacer una planificación para su logro, con indicadores de medición que nos permitan valorar los avances alcanzados.
Cuando una persona se pone metas que no están al alcance de sus posibilidades, indefectiblemente fallará en su intento, lo que le llevará a sentirse como un fracasado. Esto implica que debemos aprender a reconocer nuestras limitaciones, y aceptar que algunas cosas no están a nuestro alcance.
La segunda condición de las metas racionales es que su consecución debe implicar superación y trascendencia. Cada propósito debe ser una oportunidad de mejoría de las condiciones actuales, para que valga la pena el esfuerzo realizado. Al proponerse la meta, se debe tener claridad acerca de lo que su alcance nos va a aportar, lo que se convierte en una motivación para comprometerse con ella.
La persona que se pone metas poco aportantes, y que estén por debajo de sus capacidades, adopta una posición de mediocridad que le lleva a mantenerse en una “zona de confort” o de conformidad y realización del menor esfuerzo.
La tercera condición de las metas racionales es que conlleven a satisfacción o bienestar en su consecución. Es evidente que cada propósito implica un esfuerzo y compromiso que se cristaliza en el empeño que ponemos en la tarea de alcanzarlo, lo que a veces nos lleva a renunciar a algunas condiciones que pueden resultarnos confortables pero que obstaculizan el camino para lograr nuestras pretensiones.
Cuando el esfuerzo realizado es mayor que la satisfacción por lograr la meta, esta pierde importancia y se valora que el “sacrificio” realizado no tuvo sentido. El logro alcanzado debe ser mayor que el esfuerzo, para que realmente se disfrute lo obtenido y la atención no se centre en lo que hemos dejado atrás para alcanzar la meta.
Es posible que en algún momento debamos renunciar a algún propósito, si sentimos que el camino hacia él es generador de malestar y sufrimiento. Sin embargo, no debemos claudicar ante la primera dificultad pues sabemos que en cualquier pretensión tendremos obstáculos que superar. Tener claridad en cuál es el momento de continuar y cuando es menester renunciar.
Parafraseando a Walter Riso: Nada justifica el sufrimiento innecesario. Un propósito serio y fundamentado nos debe llevar a pensar en nosotros mismos de una manera más racional y saludable, y lograr desarrollar nuestro potencial humano plenamente.
Todo esto implica que los propósitos de fin de año deben plantearse como metas racionales, que nos lleven a un compromiso real con la convicción de contribuir de manera decidida a mejorar nuestras condiciones de vida.
Para ello se debe tener una visión futurista de cómo queremos que sea el año que inicia, de enero a diciembre, definir cuáles son los logros que esperamos de manera progresiva y cuáles son las acciones que debemos implementar para ponernos en el camino correcto para su consecución.
Los propósitos de inicio de año no deben ser causa de estrés, sino, por el contrario, motivaciones que conlleven a un estado de tranquilidad y bienestar que nos comprometen con nosotros mismos. Las metas racionales constituyen la base de nuestra filosofía de vida y definen el rumbo que damos a nuestra existencia.
Por: Dr. Rodrigo Mazo Zea
Referencias
- Ellis, A. (2000). Vivir en una sociedad irracional: Una guía para el bienestar mediante la Terapia Racional Emotivo Conductual. Barcelona: Paidós.
- Riso, W. (2008). Pensar bien, sentirse bien: Nada justifica el sufrimiento innecesario. Barcelona: Planeta Zenith.
- Saez, F. (2017). A propósito de tus buenos propósitos. Facile Things Blog. https://facilethings.com/blog/es/resolutions