Hay veces en las que nos permitimos fabricar cadenas de esperanza alrededor de amores que ya no existen con tal de refugiarnos en un espejismo donde el afecto que aún atesoramos no ha muerto del todo.
Cuando cada fibra de nosotros se empapa en la amargura del distanciamiento emocional y la ausencia física de aquella persona cuyo nombre aún nos llama a la ilusión, el impulso por mantener viva una remota posibilidad es una postura natural y difícilmente gobernable. Sin embargo, la decisión de dar cabida a una fe ciega y sordomuda en el regreso de alguien que ha decidido marcharse libremente, no siempre resulta a favor de nuestro bienestar.
En algunas ocasiones, la esperanza se convierte en suelo fértil para respaldar la negación y propiciar visiones distorsionadas de la realidad, transformándose en un estorbo para nuestra libertad emocional y en raíz de un suplicio interminable más que un alivio para nuestro tormento.
“Se oyen pasos de alguien que no llega nunca”
(Enrique Molina)
Cuando la esperanza es uno de los nombres del engaño
Los recursos psicológicos que empleamos para no hacer frente a una realidad indeseada son más complejos de lo que pensamos. La negación, por ejemplo, es un mecanismo de defensa poderoso que nos sume en guaridas imaginarias de falsa probabilidad, convirtiéndonos en títeres de una realidad alternativa… habitantes silenciosos en un mundo paralelo donde el amor aún puede renacer.
No obstante, el alcance de nuestros deseos más profundos hace eco en nuestro esquema mental arrojándonos a pozos mucho más profundos y perjudiciales: entre ellas, las creencias irracionales y la distorsión cognitiva.
El psicólogo Albert Ellis — autor de la Terapia Racional Emotiva — decía que las creencias irracionales eran sin duda la principal causa de la miseria humana y el comportamiento disfuncional, ya que nos sometían a ver y palpar cosas que no estaban realmente ahí, condenándonos a llevar una vida basada en el autoengaño.
Según la teoría de Ellis, las creencias irracionales pueden dividirse en dos grupos:
- Lo que nos sentimos obligados a hacer, donde se incluye el compromiso autoimpuesto de ser amados por alguien más o de ser mejores que el resto, pero también la convicción de que nunca lo seremos.
- Lo que, sentimos, están obligados a hacer los demás, donde se incluye el deber que atribuimos a quienes nos rodean — a veces, de manera inconsciente — de atender nuestras necesidades y expectativas.
Este concepto de una especie de realidad alterada como producto de nuestros deseos y esquemas de pensamiento fue ampliada más adelante por Aaron Beck bajo el nombre de distorsión cognitiva, un fenómeno psicológico que, en pocas palabras, resulta claramente útil porque nos convence de algo que no es verdad.
El propósito de las distorsiones cognitivas es, por ende, el mismo que persigue todo mecanismo de defensa: protegernos de aquello que no queremos asumir.
En el plano de las relaciones de pareja, una distorsión cognitiva podría fácilmente disfrazarse de esperanza y servir como un vehículo para hacer de nosotros esclavos de una misión: la de aguardar incansablemente palabras que no serán dichas, llamadas que no serán hechas y regresos que no se verán venir.
En conjunto con la negación y las creencias irracionales, una esperanza infundada podría llevarnos a:
- Fingir desconocimiento de la decisión irrevocable de nuestra ex-pareja de dar por concluida la relación, de manera que resulta sostenible la idea de esperar un posible cambio de opinión
- Evadir o tergiversar los hechos para alimentar certezas imaginarias
- Minimizar la magnitud de los eventos o restar importancia a la posición de nuestra ex-pareja para dejar abierta la posibilidad de que nuestra posición se imponga
La palabra Esperanza proviene del latín “sperare”, que significa “esperar”
El filósofo Friedrich Nietzsche expresó en una ocasión que la esperanza era — en realidad — el peor de los males humanos, ya que aplazaba el tormento de los hombres. Sin embargo, esto no es del todo cierto.
Muchos estudios han comprobado que las personas con altos niveles de optimismo y esperanza suelen ser más felices y saludables, principalmente porque son capaces de lidiar mejor con el estrés, cuidan más su salud física y mental, y se esfuerzan en cumplir sus metas. No obstante, los efectos positivos o negativos de esto se verán siempre determinados por la medida en que aquello que tanto se espera realmente pueda suceder.
En palabras del psicólogo Christopher Peterson: “Esperar cosas que pueden darse es inteligente, asumiendo que esto nos mantiene motivados. Pero esperar cosas que no van a ocurrir… eso es, incluso, maligno”.
Referencias:
Is Optimism Undermining America? (2016). Psychology Today. Retrieved 1 May 2016, from https://www.psychologytoday.com/blog/the-good-life/200912/is-optimism-undermining-america