Existe una gran cantidad, variedad y calidad de artículos, frases y libros que hacen referencia al hecho de “poner límites”, ya que se trata de una acción fundamental a lo largo de la crianza. Quisiera hoy centrarme en la función y utilidad que tienen los límites, fundamentalmente para los niños, aunque también lo que significan y qué ocurre en el adulto que los impone, aplica o negocia.
¿PARA QUÉ NOS SIRVEN LOS LÍMITES EN LA CRIANZA?
- Para demostrarle al niño que es importante para mí, que estoy pendiente de él, y que tiene mi atención naturalmente y en forma anticipada.
- Para que el niño conozca con claridad cuál es la expectativa que tienen los adultos de él en un contexto en particular, disminuyendo la tensión que genera la fluctuación, inestabilidad o falta de claridad acerca de lo que los demás están esperando de él. Así podrá también anticipar la consecuencia negativa de transgredirlo.
- Para enseñar que según el entorno y las circunstancias, hay comportamientos y actitudes aceptables o inaceptables, apropiadas o inapropiadas, destacables o reprochables. Así se le facilita para el pequeño el elegir entre diferentes ámbitos, sabiendo buenas maneras de insertarse.
- Para proteger al menor de un riesgo o de posibles daños para sí mismo, la salud, la integridad o bienestar de otros. Como adulto con experiencia vital, puedo tener una perspectiva fundamentada en hechos.
- Para utilizar cada situación en la que coloque un límite como un campo de entrenamiento de la autorregulación, una habilidad valiosa para dominar sus impulsos, y sostener una buena calidad de relaciones.
- Para que puedan ejercitar con nosotros –incondicionales- la defensa de lo que quiere, desarrollando explicaciones en su mente y estrategias de negociación para lograr su objetivo.
- Para establecer un orden que vuelva el entorno algo predecible, evitando vivir en estado de alerta constante e incertidumbre. Esto resulta de especial valor para desarrollar la curiosidad por lo nuevo y atreverse a ir por ello.
- Para sembrar la consideración y la empatía, fortaleciendo el respeto por los otros con derechos, emociones y pensamientos propios también. El límite a mi libertad está marcado por respetar el derecho de otro ser que convive conmigo.
Para esclarecer en mí mismo cuál es el legado que quiero dejar a este niño, lo que marcaría la diferencia entre principios que no van a ser negociables, y aspectos más flexibles, que pueden ser revisados y modificados. - Para que me conozca como persona, dejando en claro que un “no” marca lo irrealizable, y así me recordará el niño, como un modelo de claridad y firmeza, lo que podría serle de mucha utilidad en alguna situación en la que él deba negarse con voluntad y fortaleza para cuidar de sí mismo (como invitaciones o propuestas a dañar, agredir, fumar, beber, etc.).
- Para demostrar que podemos ser adultos seguros de nosotros mismos, actuar con madurez, y mantenernos firmes sin enfadarnos, gritar o golpear.
- Para enseñarle con el ejemplo que, las personas podemos controlarnos y no responder ante una provocación de otro. Esta imagen resulta de fundamental importancia cuando ellos experimentan en los videojuegos modos violentos de resolver problemas (dañar o eliminar al otro). [i]
- Para analizar conmigo mismo, qué es aquello que voy a permitir y qué no, y comprometerme a que el límite se sostenga y no varíe según mi estado de ánimo.
- Para apoyar el proceso de maduración, revisando y actualizando los límites que estoy usando con cierta regularidad, evaluando aquellos que ya quedaron fuera de uso y aquellos que continúan siendo necesarios.
Pensando en criar seres que sepan que los límites existen, que se pueden atrever a cuestionarlos, y ser flexibles en sus exploraciones vitales, para desarrollar también la creatividad en las búsquedas de alternativas.
Si el niño sólo aprende a seguir adelante si nadie lo contraría, cuando salga a la vida en el planeta, se bloqueará ante el primer “NO”, y allí quedará él, paralizado en la frustración, y su proyecto congelado en esa precisa instancia.