Redacción Editorial Phrònesis.
Toma apenas un instante imaginar la alegría de compartir nuestra vida con la persona que amamos. Sin embargo, la tarea de reconstruir la confianza, la fe y el deseo de volver a amar después de sufrir el desvanecimiento de un amor que parecía eterno, puede tardar años, o incluso no darse nunca.
El término de una relación no es solo un evento doloroso por la sensación de pérdida que nos embarga, también es una etapa confusa en la que podemos llegar a sentirnos desorientados al no saber cómo plantar cara al dolor, qué hacer con él, cómo abordarlo, cómo mirarlo a la cara sin que nos escueza por dentro, cómo entender su propósito sin repudiarlo.
El sufrimiento dificulta que seamos capaces de recordar una ley universal, y es que ninguna experiencia, haya nacido de la dicha o brote de la más honda amargura, es inútil.
Cada relación, por más trágica y tormentosa que pueda parecernos al momento de tener que hacer frente a la ruptura, puede ser el punto de partida de un proceso de autodescubrimiento muy fructífero si nos permitimos ver más allá de la aparente fatalidad para dirigir la mirada hacia nosotros mismos.
“Quien mira hacia fuera sueña, pero quien mira hacia adentro despierta”, escribió una vez el psicólogo Carl Jung, y es cierto: emplear a nuestro favor el cuestionamiento, profundizar en nuestras emociones — que son, en todo caso, el más puro de los lenguajes — hace posible que naveguemos bajo la piel muerta de la desgracia y descubramos el escondite de la libertad.
Así, hay una enseñanza primordial que toda ruptura sentimental puede dejarnos: lo que, de ahora en adelante, ya no es bienvenido en nuestra vida.
A veces, el secreto no está en perseguir lo que queremos sino en saber apartarnos de lo que ya no queremos
Las relaciones que no funcionan nos brindan la oportunidad de establecer con certeza algo importante: hay situaciones, condiciones, comportamientos, personas y sufrimientos innecesarios que, sencillamente, ya no estamos dispuestos a tolerar.
Si hay una lección implícita en los tropiezos que damos, esta es, sin duda, la de saber a ciencia cierta por dónde no volver a caminar.
Una ruptura amorosa puede enseñarnos a conocer y reconocer nuestras intenciones, ser conscientes de lo que realmente queremos en una relación. Una forma de establecer acertadamente nuestras prioridades en este aspecto es tomarnos el tiempo de auto-cuestionarnos para llegar al origen de nuestras acciones, hacernos conscientes de algo que, antes, pasábamos por alto.
Entre las preguntas que vale la pena hacernos están:
- ¿Cuál fue nuestro sentir durante la relación?
- ¿Qué comportamientos o circunstancias nos parecieron inadecuadas, y cómo podrían evitarse en una relación futura?
- ¿Qué tan cómodos (física y emocionalmente) llegamos a sentirnos en la relación y qué podemos aprender de esto?
- ¿Cuál fue nuestra postura ante los conflictos y cómo podríamos hacerlo mejor más adelante?
- ¿Cómo ha contribuido a nuestro crecimiento personal la entrada y salida de esa persona de nuestra vida?
Un conocimiento pleno de esto nos permite trazar senderos más accesibles y coherentes rumbo al destino deseado: una relación futura sana y constructiva, pero también nos garantiza evitar réplicas de un amor que ya no queremos.
Algunos desamores son una ventana para aprender a desechar amores mediocres
Llevar una filosofía de vida digna donde nuestro derecho a merecer lo mejor sea innegociable, siempre será importante. En esto también puede favorecernos la experiencia de una relación que no terminó como queríamos: a entender que no estamos obligados a ceder terreno para amoldarnos a “lo que hay disponible”, ya sea una pareja inflexible, poco afectiva, desconsiderada, conflictiva o manipuladora.
Desde luego, para esto es inevitable explorar las fronteras de nuestra personalidad, desentrañar el origen de nuestra conducta y dar prioridad al reconocimiento de patrones de conducta dañinos en el terreno amoroso (como una tendencia a involucrarnos sentimentalmente con personas controladoras o abusivas).
Abarcar los límites del Quién Soy es una travesía tempestuosa, pero los frutos a recoger en la recta final valdrán cada gota de sudor. Como bien dijo el escritor Stephen Chbosky: “Aceptamos el amor que creemos merecer”, por ende, resulta fundamental retirar el velo de la conciencia externa y descubrir si no son acaso nuestras creencias las que nos guían al desamor.
El amor es un fenómeno que después de nacer puede expandirse lentamente hasta rincones inexplorados y permanecer, residir en ellos sin entender de fechas ni horarios, como habita la simpleza en las sombras de las cosas. Sin embargo, el amor no siempre perdura cuando se extiende, no se ancla a nuestra voluntad ni está forzado a inundar de risa nuestros momentos solitarios.
De la misma forma en que llegó, el amor es libre de emprender vuelo y lo que nos queda, finalmente, es lo vivido. Son los recuerdos y lo que decidamos hacer con ellos. Es la memoria de la piel y de las voces, y el sentido que apostemos atribuirles.
Lo que nos queda, finalmente, es el aprendizaje.
Por: Editorial Phrònesis
Para: elartedesabervivir.com