Cuando se pierde de vista la realidad infantil en el divorcio
Las parejas suelen cumplir un ciclo de la vida acompañándose, que puede ser de mayor o menor duración. Los motivos pueden ser de lo más variados para decidir separarse; en ocasiones la convivencia se hace insostenible, en otras aparecen infidelidades y en ciertas circunstancias simplemente un desgaste progresivo va anunciando una distancia en el vínculo de la dupla que se incrementa gradualmente hasta que diluye la motivación para permanecer juntos.
También acontece que surgen cambios en los planes de vida de uno de los integrantes de la pareja o una crisis existencial que define el deseo de abrirse paso hacia un cambio de rumbo en la propia realidad. Una denuncia por maltrato psicológico y/o físico, o abuso físico, emocional o sexual marca otra dura veta para la culminación del matrimonio o unión de hecho.
Cuando de estas relaciones de pareja han nacido o se han adoptado hijos, el cambio en la realidad de los pequeños es involuntario. No son ellos quienes eligen la separación –aunque pueden desearla profundamente cuando viven en ambientes familiares hostiles-, ni mucho menos optan por la manera en que vayan a resolverse las diferencias entre los padres respecto de la nueva realidad que les toca.
Ciertamente, las separaciones y los divorcios son actual moneda corriente, a veces se solucionan de manera concreta y ágil, y otras veces el proceso se transforma en un expediente judicial. A partir de ese momento, se comienza a transitar un camino que puede mostrar diferentes paisajes a los menores: siguiendo los diferentes pasos de un proceso legal podría llegarse a un acuerdo voluntario, a una instancia de mediación o a un litigio.
Dependiendo de las características de personalidad de cada uno de los adultos, de sus posibilidades conjuntas para resolver conflictos y de las habilidades y actitud de los abogados que patrocinen la separación; este tránsito puede transformarse de ser una plácida recta por una autovía del principio al final, un paseo por un sinuoso camino o una verdadera travesía de supervivencia a un empantanado sendero donde todos terminarán embarrados.
Los hijos en el proceso
Los niños o a veces los jóvenes comienzan a familiarizarse con el vocabulario del procedimiento, los términos legales se transforman de novedosos a frecuentes: abogado, juez, juzgado, escrito, demanda, mediación, declarar, audiencia, cuota de alimentos, régimen de visitas, careo, expediente, oficio, cédula, ratificación, defensora de menores y tantas más que manejan con naturalidad y fluidez una vez que pasan a conformar los diálogos periódicos.
Oírlos hablar así suena extraño, utilizan una terminología jurídica que no sería de esperar que salga de la boca de un pequeño infante. Y de la misma manera no resulta grato conocer acerca del hecho de que escuchan diálogos directos o conversaciones telefónicas, relatando a otros adultos los pormenores de los litigios.
Los descuidos de los adultos
La alteración emocional y de la propia rutina en la que se ven inmersos los adultos cuando les compete involucrarse en la realidad judicial, frecuentemente los hace entrar en un torbellino en el que pierden de vista el objetivo principal que es resolver una circunstancia disfuncional y, seguramente redactado al inicio de sus respectivos escritos, “propiciar el bienestar para el desarrollo de los hijos”.
Entonces se descuidan los detalles que comentan a los hijos, transmitiendo muchas veces un exceso de información y también de detalles que generan una relación disfuncional entre los adultos. Asimismo se emiten prejuicios, juicios y opiniones en relación al otro padre minimizando el hecho de que podría afectar negativamente la figura interna de referencia, apoyo y contención que pudiera tener el pequeño en su mundo íntimo.
Los roles erróneamente asignados
En estos panoramas en los que reina la confusión los padres en ocasiones asignan roles a los hijos que son profundamente dañinos, aún cuando lo hagan sin la voluntad de que así sea. Algunos de estos roles son: el de informante de la realidad del otro padre en los tiempos que comparten con ellos, el de mensajero de opiniones o recados que por la propia circunstancia no se atreven a dar personalmente, el de custodio de otros hermanos –o hermanas- menores o que se consideran bajo condiciones de mayor vulnerabilidad ante posibles malos tratos o manipulaciones del adulto a cargo en ese momento.
Ponerse por un momento en la piel de los pequeños que viven en medio de esta presión de tener que obrar un complejo rol por lealtad al padre solicitante, es un semillero de malestar del que germinarán factores que propician trastornos mentales y emocionales.

Durante el divorcio los padres en ocasiones asignan roles profundamente dañinos a sus hijos.
Recolección de evidencias
Otro ejercicio que puede irrumpir en el día a día es la preocupación, ejecución y, en ocasiones, obsesión por documentarlo todo para que pueda servir de evidencia en caso de que sea necesario. Emprende así el adulto una laboriosa búsqueda y pedidos de papeles que lo documenten todo: la constancia de la visita al médico, al odontólogo y al psicólogo; los exámenes de rutina de laboratorio y la constancia de haber realizado un trámite referido al niño; los recibos de las actividades extraescolares y cada gasto que impliquen, los gastos de combustible y hasta los productos alimenticios destinados a los pequeños discriminados en un ticket aparte en el supermercado –o cuidadosamente resaltado en el listado de la compra general-. Aportan también las vacaciones y los viajes abonados con tarjeta de crédito y los envoltorios de aquello que no se pudo certificar idóneamente.
Cantidades de cajas de archivo colmadas de papeles de todos los tamaños se acumulan a lo largo de todos los años que suelen durar los procesos judiciales. Los padres ocupados en estos menesteres se transforman en peligrosos ejemplos de obsesivo-compulsivos de la evidencia, transmitiendo el temor anticipado a la posibilidad de que vivir con fluidez y disfrute espontáneo puedan transformarse en enemigos a la hora de demostrar la calidad de padre o madre que se ha sido, en competencia con el otro que está enfrente de esta lucha que se ha librado.
Recuperar el objetivo de judicializar
Este panorama tan sombrío para los niños, en medio de una contienda entre los padres, transforma innecesariamente su infancia en un día a día que se halla teñido del temor a las consecuencias que pudieran tener en la calidad de la propia vida y la de cada uno de los padres y en el destino de los vínculos entre ellos mismos con sus progenitores.
Al interior de los hijos la información excesiva y los detalles innecesarios en medio de procesos judiciales por separación o divorcio nunca suman, siempre destruyen. Es esta una invitación a incrementar la conciencia al respecto porque el daño en la generación que sigue ya está siendo profundo y extendido.
Por: Lic. Marcela Monte
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Licenciada en Psicología
Universidad Nacional de San Luis / Argentina
Psicoterapeuta Cognitivo – Conductual Infantil
Contacto: info@infantopsicologia.com