Conoce las diferencias y asume la mejor opción para tu vida
Parece que todo va mal. De hecho, de mal en peor, si he de hacer caso a lo que escuché decir esta mañana. Y también ayer y antes de ayer, si no recuerdo mal. Algunos me han asegurado incluso que va mucho peor que el año pasado por esta misma época. Si es así, ¿qué podemos esperar del año que viene?”. Lucien Jerphagnon.
¿Cuál piensas que es la razón de que se vuelquen sobre ti las desdichas? Muchas personas, aquellas que se sienten derrotadas con facilidad, expresan casi siempre refiriéndose a sus propios acontecimientos adversos: “Este es mi destino, siempre me ocurrirán estas desgracias, hay algo que tengo, una cosa que cae sobre mí como una maldición, como una nube negra o como un imán de mala suerte que me lleva a fracasar en todo aquello que me propongo”.
Otros, aquellos que se resisten a deponer las armas ante las adversidades, responden: “Las cosas se dieron de esta manera, vale, así como llegaron se van a ir, además aún quedan muchas oportunidades para mejorar las cosas y disfrutar en la vida”. En este caso, la forma de explicarse las adversidades es mucho más profunda que simples palabras, repetidas una y mil veces cuando las cosas no salen bien.
Todos tenemos una manera particular de analizar las circunstancias de todo cuanto nos ocurre. Ese análisis personalizado puede ser optimista o pesimista. La interpretación de todo lo que nos pasa se aprende durante la niñez y la adolescencia. Por eso es tan importante detenernos un poco en este tema a la hora de educar a nuestros hijos.
Como veremos más adelante, las consecuencias son diferentes si pensamos que somos apreciables (valiosos) y merecedores de cosas buenas, o si por el contrario nos sentimos inútiles y sin esperanzas. Cito una frase de Epicteto que tiene que ver con lo que estamos tratando: “Las personas no son perturbadas por los eventos, sino por la opinión que tienen de los mismos”. Es decir, la manera en que nos veamos a nosotros mismos (meritorios o inservibles) nos llevará a comportarnos o a pensar como personas optimistas o pesimistas.
La psicología ha estudiado esos “modelos explicativos” que nos llevan a comportarnos de manera optimista (que tiende a ver y juzgar las cosas en su aspecto más positivo o más favorable) o pesimista (que tiende a ver y a juzgar las cosas en su aspecto más negativo o desfavorable) y se ha descubierto que dichas maneras de justificarnos lo que nos ocurre se hacen en tres dimensiones: permanencia, penetración (amplitud o alcance) y personalización.
En este primer artículo les hablaré de la permanencia, es decir, de la manera en que tanto pesimistas como optimistas emplean el factor “tiempo”.
En el próximo artículo desarrollaré aspectos importantes de las otras dos dimensiones y presentaré algunas pautas (percibir los aciertos y fallos de manera inteligente) para tener en cuenta en el momento de afrontar nuestros retos del día a día.
Considero que reconocer los elementos implicados en una actitud pesimista u optimista nos permitirá conocernos un poco más y ver si necesitamos modificar en algo nuestra visión del mundo para mejorar nuestra calidad de vida. Se sabe en la actualidad que tanto el optimismo como el pesimismo tienen impacto sobre nuestro sistema inmunológico.
El pesimismo, por ejemplo, puede provocar una disminución de las catecolaminas e incrementar la secreción de endorfinas, lo que lleva a una disminución en la actividad de nuestro sistema inmunológico, facilitando así procesos patológicos infecciosos.
Permanencia
Si eres de esas personas que se dan por vencidas ante las primeras dificultades, posiblemente estás en el grupo de gente que vive sugestionada con la idea de que los contratiempos son una cosa permanente o invariable: los malos ratos persistirán, estarán rondándote siempre, te perseguirán y terminarán arruinándote la vida. Si, por el contrario, eres de los que se resisten, respiran profundo, miran distintas perspectivas del problema y no se dejan atrapar por los obstáculos y el tiempo, perteneces al grupo de individuos que están convencidos de que las causas de sus contratiempos son algo temporal o circunstancial. Si le apostamos a la permanencia seríamos pesimistas.
Veamos un ejemplo:
- “Soy un desastre”.
- “El ejercicio no sirve”.
- “Nunca me escuchas”.
- “Siempre me reprendes”.
Somos optimistas cuando decidimos optar por lo circunstancial y respondemos a las mismas situaciones de manera diferente.
Por ejemplo:
- “En este momento estoy extenuado”.
- “El ejercicio no sirve cuando no se hace con regularidad”.
- “No me escuchas cuando estás trabajando en el computador”.
- “Me reprendes cuando dejo las luces encendidas antes de salir de casa”.
Si sueles considerar las dificultades en términos de “siempre” y “nunca”, y les adjudicas características duraderas, entonces tu pensamiento es considerado permanente o pesimista. Por el contrario, si piensas en términos de “en algunas ocasiones” o “últimamente”, entonces atribuyes los malos resultados (fracasos) a cosas pasajeras y eres considerado un optimista.
Es verdad que el fracaso, por lo menos momentáneamente, puede hacernos sentir paralizados o impotentes. Es como resbalar sobre una cáscara y caernos de nalgas. Duele, es molesto, pero se va y, en el caso de algunos, el dolor no dura casi nada. Para otras personas, el dolor permanece en el tiempo: vociferan, se lamentan, se dan golpes de pecho y sienten rencor que permanece en el tiempo. Esto los hace sentir desamparados e incapaces de afrontar nuevos retos.
Hasta aquí debe quedarnos claro lo siguiente: los optimistas ven lo bueno en términos de causas permanentes; los pesimistas ven lo positivo como algo transitorio, de algunas veces. No obstante, cuando se presentan éxitos y las cosas salen bien, los análisis se modifican y ocurre un fenómeno opuesto: se puede ver que quienes creen que las cosas buenas provienen de causas permanentes son mucho más optimistas que quienes creen que esas razones son cosas transitorias o excepciones a la regla.
Ante un éxito académico un pesimista diría lo siguiente:
- “Hoy fue mi día de suerte”.
- “Estoy matándome por conseguir la nota que necesito”.
Frente a lo mismo, un optimista diría lo siguiente:
- “La suerte está conmigo siempre”.
- “Soy capaz y talentoso”.
Sí, como lo ves, las personas optimistas relacionan las cosas buenas que les ocurren con causas que permanecen en el tiempo: habilidades personales, valía personal, características “de siempre”. Mientras que las personas pesimistas se refieren a causas fugaces: suerte, humor, esfuerzos “de algunas veces”.
Esas personas que dicen que las cosas buenas les pasan por obra de causas permanentes tratan de esforzarse todavía más, cada vez que les va bien en algo. Por el contrario, quienes creen que lo bueno les sucede solo por obra de una buena suerte ocasional o algo meramente circunstancial pueden venirse abajo, incluso cuando en algún momento les ha ido bien, porque piensan que el éxito fue cuestión del azar.
Recordemos, entonces, que la pauta optimista para dar explicación a las circunstancias afortunadas es exactamente inversa a la pauta que explica las adversidades. Los que piensan que las cosas buenas vienen de causas permanentes son mucho más optimistas que quienes opinan que esas causas son efímeras.
Podemos concluir lo siguiente:
Las personas pesimistas y optimistas deciden reflexionar o pensar de forma distinta ante el resultado de sus interacciones con el entorno. Si lo que les rodea les es favorable y son exitosos en esa interacción, los pesimistas verán el acierto como algo temporal, momentáneo, algo específico y cuyo resultado es fruto no sólo de ellos, sino también de una serie de circunstancias ajenas a ellos mismos.
Si, por el contrario, obtienen una retroalimentación desfavorable, pensarán que es un resultado que se va a prolongar en el tiempo, oscurece todas las demás áreas de percepción, incluidos ellos mismos, y pensarán que son los responsables únicos de los malos resultados.