fbpx
Inicio Columnas ¿No tengo ni un instante libre?

¿No tengo ni un instante libre?

Por Dra. Iris Luna
aprende a tener tiempo libre

“Si me viera obligado a señalar un rasgo que describiera la época actual en su totalidad, no lo dudaría un segundo: elegiría la aceleración”

Luciano Concheiro

Habitamos en una era de velocidades. Este fenómeno en que el tiempo se nos hace fugaz explica en buena medida cómo funcionan hoy en día la economía, la política, las relaciones con los demás, nuestro cuerpo, nuestra alimentación, nuestra psique y nuestra toma de decisiones. Ya se han enquistado en la cultura términos como: enriquecimiento rápido,  comida rápida , sopas instantáneas, adelgazamiento rápido, la obsolescencia programada, los domicilios “express”, los ritmos de producción acelerados,  la actualización permanente de nuestros aparatos electrónicos, la toma de decisiones rápidas frente a las deliberaciones, la búsqueda de placer efímero con el consumo de comida, artículos y sustancias euforizantes, las cambiantes tendencias de la moda, etc., etc. Todo lo anterior genera dentro de nosotros una concepción del mundo acelerada que nos impide conocernos a profundidad e hilvanar  historias coherentes para llevar una vida en equilibrio, porque la prisa, de la que infortunadamente somos partícipes activos, le roba sentido a nuestra existencia.

Estamos enfrentados a la dictadura de la velocidad, así que tenemos que decidir si nos dejamos llevar por la urgencia o nos acogemos a una filosofía de vida basada en la experiencia de una temporalidad en la que el tiempo deja de ser apremiante y aprendemos a disfrutar  y ser partícipes conscientes del instante.

Nos pasamos la vida, especialmente nuestros cada vez más escasos momentos de ocio, yendo de una cosa a otra. Leemos los mensajes de Whatsapp, llamamos por teléfono, hacemos zapping, visitamos el refrigerador una y otra vez,  encendemos el radio apenas subimos al auto, miramos las fotos y videos publicados en redes sociales, damos los respectivos “me gusta”, le damos varias vueltas al centro comercial, nos tomamos algo con nuestros amigos  y estamos a la vez conectados al teléfono.

Todas estas son formas muy usuales de pasar el tiempo y algunas de ellas son importantes para el funcionamiento de nuestra vida, pero con mucha frecuencia, sin embargo, todas ellas terminan convirtiéndose  en una forma de distracción que nos impiden vivir el instante y estar completamente despiertos. Basta con poner cuidado a todos los impulsos en el mismo momento en que aparecen para ser conscientes de nuestra adicción a buscar distractores y a llenar  de actividades y de contenidos (a veces absurdos) un instante tras otro para no aterrizar plenamente en el momento presente. Ocupamos todo nuestro espacio de tiempo disponible y luego nos lamentamos  y nos preguntamos en qué lo hemos dilapidado.  

El curso de nuestra mente es parecida a los recovecos por los que fluye un río, y sólo de vez en cuando, nos preguntamos dónde estamos, por qué razón nos sentimos tristes, tan inquietos, tan lejos de nosotros mismos y de los demás, y tan alejados de nuestras inquietudes y aspiraciones más hondas. En tales momentos solemos echarle la culpa a la velocidad en que vivimos, pero nosotros mismos caemos en la tiranía de la rapidez y de la distracción constante. Nos cuestionamos lo que estamos haciendo con nuestra vida, por qué nuestras cosas no son mejores, más palpables , más sentidas o más satisfactorias, y quizá tengamos incluso una que otra pesadilla por el tiempo que consideramos perdido. Sin embargo, no tardamos mucho en regresar a nuestras conductas habituales porque, a corto plazo, nos hacen sentir menos vulnerables ante un tiempo que se nos puede antojar vacío o aterrador.

Quizás, a la hora de la verdad, quejarnos de la falta de tiempo nos haga poner afuera, algo que podríamos trabajar dentro de cada uno de nosotros. Es usual que recurramos a técnicas para aprovechar mejor el tiempo y ser más exitosos en el trabajo. Esas técnicas suelen dar buenos resultados en términos de eficiencia y productividad ¿Pero qué hay de nuestro autoconocimiento? ¿Qué hay de nuestra calidad de vida?  Tal vez temamos lo que podría ocurrir si dejásemos de interrumpirnos a nosotros mismos con infinidad de actividades y permanecieramos, aunque solo fuera unos instantes, en el momento presente y frente a frente con nosotros mismos.  Quizás lo único que ocurra es que percibamos el tiempo de otra manera, sin esa aceleración insoportable, ni esa compulsión por el rendimiento y disfrutemos de valiosos y diversos instantes. Tendríamos el tiempo que pedimos a gritos, pero que no sabemos aprovechar al máximo.

¿Qué sucedería si, al comenzar o al finalizar el día, permaneciéramos cinco o diez minutos tumbados en la cama prestando toda la atención a nuestro cuerpo y centrados en el hecho de estar vivos? Esto es algo que puede descubrir fácilmente cualquiera que se recueste con la intención deliberada de no hacer nada en especial y sin ponerse en la tarea de llenar ese momento presente de ansiedades sobre el futuro, ideas sobre lo que hay que hacer o rabia por algo que nos ha sucedido antes. Quizá entonces podamos notar la emergencia de emociones como el miedo, la preocupación, el resentimiento o la tristeza, y también podamos ser conscientes y “respirar” dichos sentimientos por más tiempo del que creemos posible.

Advertir la manera como afloran nuestras emociones nos hace estar en contacto con nosotros mismo, y al identificar lo que sentimos podremos trabajar para solucionar nuestros conflictos.  Si no somos realmente conscientes de nuestra ansiedad, por ejemplo, buscaremos distractores como la comida o la bebida para paliarla, teniendo como resultado un incremento de peso y más emociones negativas. O si no somos reflexivos frente a nuestra frustración, llenaremos nuestros armarios de cosas inútiles y actuaremos como unos compradores compulsivos. O si no contactamos con nuestra sensación de desolación y tristeza que se ha prolongado en el tiempo, no buscaremos ayuda profesional.

En muchas ocasiones, en un intento por pasárnosla bien, acabamos de atiborrar nuestras vidas de actividades, y volvemos a la casa cada noche decepcionados y quejándonos de no tener libre ni un instante.

¿Podemos acaso estar presentes en el aquí y el ahora en dónde quiera que estemos? ¿Podríamos permanecer atentos y conscientes de lo que ocurre? ¿Podemos intentarlo ahora mismo? ¿Podemos meditar? Pues hagámoslo, a ver que pasa. No tardaremos  en darnos cuenta que sean cuales sean las circunstancias y el lugar en el que nos encontremos somos capaces de permanecer  muchos valiosos instantes instalados cómodamente en casa, es decir dentro de nosotros mismos. Y allí la prisa deja de importar.

Les invito a leer un artículo que escribí a propósito de la meditación y espero que les sirva de motivación (Ver artículo)

Una mamá estaba intentando enseñarle las  horas a su pequeña hija. Juntas cantaban “ Si las agujas del reloj apuntan juntas hacia arriba, son las doce en punto, hora de comer. Cuando forman una línea recta, son las seis en punto, hora de tomar la cena. Cuando están así, son las nueve en punto, hora de jugar, y cuando están de tal otro modo, son las tres en punto, hora de bañarte”

—Y dime, mami —preguntó entonces la niña—: ¿Dónde está el tiempo?

Por: Dra. Iris Luna
Médico Psiquiatra – Máster en Nutrición
Especialista en Sobrepeso y Obesidad
https://www.facebook.com/iris.luna.oficial
Contacto:  iluna@phronesisvirtual.com 

Related Articles

Deja un comentario