Fotografía ganadora del World Press Photo of the Year, 2012. Samuel Aranda (España). Tomada de: www.libertaddigital.com
Las situaciones de crisis personal sobrevienen al suceder alguna adversidad conducente a que algo que existía, y venía funcionando, repentinamente reciba algún golpe o sufra algún daño que le causa lesiones irreparables. Salir de una crisis siempre obliga a otorgarle registro de nacimiento a una situación nueva, que permita afrontar una adversidad, no siempre con soluciones para los daños recibidos, y expedirle registro de defunción a las situaciones antiguas, donde la adversidad no existía. Los aires motivacionales por los que se desplaza ese proceso no son calmados; poseen una enorme turbulencia. Lo que antes funcionaba, durante mucho o poco tiempo, después de la crisis ya ha caducado, ya no existe; la superación de una crisis exige permitir, propiciar, y aceptar, la presencia de un nuevo estado de cosas. No se sale indemne de una crisis; asimilar la pérdida es un requisito para poder, primero, cicatrizar las heridas y, luego sí, volver a crecer. La presente nota se propone describir de forma global el cuadro de las transformaciones motivacionales que surgen en la vida de una persona que afronta una situación de crisis circunstancial, que la mueven a tratar de escapar del dolor y a evitar su profundización, con implicaciones de afrontamiento emocional e instrumental coherentes con esa descripción motivacional de la situación de crisis.
El término “crisis” tiene múltiples connotaciones; en esta nota se utiliza para referirse al estado de excesiva conmoción emocional y motivacional que acontece en la vida de una persona a la que le ha sucedido una adversidad incuestionable, tal como el diagnóstico de una enfermedad grave, la pérdida de su trabajo, la muerte de un ser querido, un desastre natural, el encarcelamiento, una quiebra económica, una pérdida afectiva, o cualquier acontecimiento que represente una pérdida que la persona considere significativa.
Se trata de crisis circunstanciales precisas. Se hace referencia a situaciones agudas o repentinas, bien identificables y definibles, causantes de un profundo dolor emocional a las personas que las padecen, con consecuencias notables de alteración en sus comportamientos usuales en múltiples áreas vitales (el trabajo, el estudio, la interacción social, etc.), y con riesgos de consideración para su salud física y mental. No se hace referencia a situaciones ambiguas como la de una “crisis existencial”; tampoco se hace referencia a situaciones crónicas como, por ejemplo, “una vida de pobreza”, o “la crisis del humanismo”. No se niega que esas también son situaciones de crisis; solo que en esta nota no se hace referencia a ellas.
En cualquier caso, considero que al término “crisis” le ajusta bien la frase atribuida al dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht (1898-1956): “La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer”; esos dos acontecimientos, la muerte de lo viejo que se ha perdido, y el nacimiento de lo nuevo por venir después de que se acepta la pérdida, delimitan el periodo de duración de una crisis. Una crisis es un periodo oportuno para que nazca algo nuevo que restaure la adaptación, reemplazando a lo viejo que era funcional antes, pero que ha dejado de existir por la presencia de la adversidad. Aunque no se debe olvidar que la gestación y el parto de la criatura “restauradora” también abarcan un periodo de gran riesgo, ya que pueden ocurrir múltiples malformaciones en el “neonato” si no se adoptan las necesarias precauciones, o si se le obliga a nacer prematuramente.
Escuché recientemente al hermano de una mujer muerta durante el atentado con explosivos a un centro comercial de Bogotá declarar que “perdonaba a los terroristas”, apenas al día siguiente del atentado. Creo que ese tipo de soluciones, en este caso el temprano perdón, corren el riesgo de convertirse en criaturas nacidas prematuramente, a las que no se les ha permitido el necesario tiempo de gestación. Pero no quiero prejuzgar, pues también puede tratarse del firme comienzo de una actitud personal conducente a la verdadera solución; hubiera sido negativo escucharlo declarar “no descansaré hasta vengar la muerte de mi hermana”. Lo usual es que entre el acontecimiento adverso y la solución final de la situación, que implica la aceptación de la pérdida, transcurran etapas. Bien podría ser que la persona de la anterior ilustración estuviera pasando por una etapa preliminar de negación inconsciente de la pérdida; también podría ser que sintiera tristeza por la muerte de su ser querido, pero sin configurarse una situación de conmoción emocional que lo colocara en un estado de crisis como tal.
El núcleo definitorio de la situación de crisis es el dolor emocional intenso causado por la percepción que la persona tiene acerca de la pérdida sufrida, percepción que la lleva a calificar el acontecimiento en términos que amplifican y profundizan el impacto emocional negativo, y la conducen a un doble proceso de afrontamiento de la situación, uno de tipo emocional y otro de tipo instrumental, en medio de un estado de relativo caos y perturbación del comportamiento individual.
El afrontamiento emocional se dirige hacia la modificación de la percepción que la persona tiene acerca de la situación, de tal forma que la transforme en términos que le permitan aliviar el dolor, sin esperar una modificación objetiva del daño padecido. Se trata de una natural motivación defensiva dirigida a preservar la integridad orgánica y psicológica en momentos en que se ha recibido un fuerte traumatismo; “podría haber sido peor …” es una de las formas típicas de afrontamiento emocional. El afrontamiento instrumental se dirige a la realización de acciones que objetivamente puedan resolver el problema, revertir de alguna forma el daño acontecido, o evitar que este daño se profundice aún más; se trata de una motivación dirigida a la disminución real del daño, lo que necesariamente va a redundar en alivio.
Tanto el afrontamiento emocional como el instrumental se combinan para producir un resultado protector, mediado por el alivio del dolor emocional que impulsa a la crisis. Se trata de un alivio fundamental y necesario para evitar que, dentro de la crisis, sobrevenga una situación de emergencia caracterizada por la desorganización total del comportamiento cuando la crisis se agudiza por la presión desbordada. Esta agudización surge cuando hay pérdida de toda perspectiva de alivio del dolor, con las consiguientes manifestaciones de agotamiento físico y psicológico asociadas a un estado de estrés severo ocasionado por el dolor intenso que se percibe como inescapable, con amenazas de empeoramiento inevitable, dándole paso a manifestaciones de desesperanza, y al surgimiento de comportamientos erráticos altamente destructivos.
Desde el punto de vista cognitivo, la situación de crisis puede definirse como un estado de gran confusión mental y de concentración total de la atención sobre el daño padecido, con la consiguiente dificultad para atender otros asuntos diferentes a los relacionados con la misma crisis. Confusión acerca de la profundidad que alcanzará el daño sufrido (¿podré tolerarlo?), confusión acerca de las causas responsables de lo sucedido (esta confusión suele originar caídas en trampas como la culpabilidad irracional y las explicaciones supersticiosas), y confusión acerca de los significados inherentes a los apoyos que se reciben (temor a la compasión), lo cual puede entrabar la búsqueda y la recepción del necesario apoyo social durante la crisis. La confusión imperante origina una alteración significativa de la capacidad de toma de decisiones y marca los objetivos hacia los cuales se puede dirigir el monólogo socrático en estas situaciones.
Las personas que se interesen por revisar las fuentes teóricas de este modelo de doble procesamiento, de tipo emocional y de tipo instrumental, acerca de lo que acontece en términos motivacionales durante las situaciones de crisis, pueden consultar un escrito que publicamos en 2012 junto con Carlos Andrés Gantiva, un colega que en ese momento dirigía el programa académico de especialización en la Universidad de San Buenaventura en Bogotá sobre tratamiento psicológico de las situaciones de crisis. El escrito se encuentra disponible en la siguiente dirección: http://revistas.usbbog.edu.co/index.php/Psychologia/article/view/1174/966
La teoría psicológica contemporánea acerca de la resiliencia y del crecimiento post-traumático subraya la posibilidad no solo de superar el daño emocional sufrido durante una crisis, sino de acceder a niveles de funcionamiento cognitivo y emocional superiores en adaptación vital a los que existían antes de la crisis. Tal vez sea conveniente sustentar la anterior afirmación en el pensamiento acerca del dolor de un clásico de la literatura universal, Fiódor Dostoievsky, mejor que en algún investigador de la psicología científica.
Aquí conocerás las razones del dolor por la pérdida de un ser querido.
Dostoievsky, tratando de encontrarle sentido al sufrimiento, hace una afirmación que ilustra vívidamente el papel del afrontamiento emocional, al reformular el significado del dolor: “El verdadero dolor, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo; incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor” (ver http://www.proverbia.net/citasautor.asp?autor=305).
Esto lo afirmó el genial escritor, desde una posición ideológica cristiana acerca del dolor, probablemente en búsqueda de sentido a las penurias que sufría en su etapa de trabajo forzado en Siberia. Dostoievsky perdió a su madre, quien murió de tuberculosis, cuando él tenía 15 años, y a su padre, brutalmente asesinado, a los 18. También perdió a una hija recién nacida. Después de pagar su condena a trabajos forzados en Siberia, por causa de su actividad política socialista, escribió casi toda su voluminosa obra en la que retrata literariamente la dinámica del afrontamiento emocional y de la irracionalidad en situaciones extremas de crisis, como la que vive Raskolnikov, el protagonista de la novela “Crimen y Castigo“.
Algunas analogías o refranes populares que suelen recordarse en los momentos de crisis deben asumirse con beneficio de inventario. ¡Un clavo saca otro clavo!, es cierto, si el viejo clavo se ha ablandado suficientemente, de lo contrario, el nuevo clavo toma un curso colateral al del viejo para formar un abultamiento más grande y evidente sobre la madera. ¡Ojos que no ven, corazón que no siente!; alejarse, negar la crisis, evitar su afrontamiento, o fantasear soluciones irreales, solo sirve para paliar el dolor agudo al inicio, pero no para evitar el desastre a largo plazo. Un alejamiento definitivo, algo así como la negación permanente de lo sucedido, convertiría a la persona en un receptor activo, no ya pasivo, de la profundización del daño.
Es aquí donde adquiere sentido el pensamiento de Bertolt Brecht acerca de las crisis, pues su solución implica permitir que muera lo viejo y que nazca lo nuevo. Dejar morir lo viejo significa reconocer el daño, aceptar la continuidad de la vida a pesar de la pérdida irrecuperable. Permitir que nazca lo nuevo significa activar la racionalidad del monólogo socrático para generar un estado mental que le dé curso al surgimiento de nuevas posibilidades de crecimiento personal y de calidad de vida, sin la presencia de lo que antes era pero ya no es.
Todo tiene un comienzo y un fin; el inicio del crecimiento post-traumático se ubica en el mismo corazón de la crisis, cuando se acepta que “toda situación, por mala que sea, es susceptible de empeorar” y, en consecuencia, se hace lo posible por no empeorarla. El fin se ubica más adelante, cuando se acepta que las pérdidas y las adversidades tocaron la puerta de la propia casa, que fue imposible clausurarles la entrada, pero que será posible lograr que se vayan lejos; sin olvidar que, aunque se van, lo hacen siempre con boleto para un posible regreso.
¿Cuál es tu forma de afrontar y superar los momentos de crisis?
Por: Luis Flórez Alarcón
Doctor en Psicología Experimental
Correo: luisflorez@cable.net.co
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