El deseo de ser padres, habitualmente se vive con expectativas: “que ya nazca”, ansiando conocer su rostro y que esté físicamente presente, o “que suene por fin el teléfono” si lo que se espera es una adopción.
Los primeros años de vida del niño se caracterizan por mostrar muchos cambios que ocurren velozmente. Bruscamente las novedades se apilan, y pareciera que el tiempo nunca resultara suficiente para prepararse para lo que sigue. El escenario en la relación cotidiana con este niño va cambiando, y se modifican los ritmos de la familia y las actividades que eligen hacer. Nada es igual que hace dos años atrás.
La desesperada e inquietante búsqueda de información
Aparece especialmente en los primeros tiempos del recién llegado, un deseo de informarse acerca de ‘la siguiente etapa’ en el desarrollo del niño. Se consumen grandes cantidades de información y se busca consejo para actuar de la manera apropiada y en el momento adecuado para cada ámbito: la lactancia, la estimulación, el juguete conveniente, la incorporación de determinados alimentos a la dieta, etc.
En la mente de los padres aparece el fuerte deseo de hacer las cosas bien y ejercer el rol de padre y madre con las destrezas adquiridas a partir de la buena información. Internamente, muchas veces esta búsqueda de certezas y argumentaciones para el accionar cotidiano, proviene de profundas inseguridades, por ello suele tranquilizarlos la idea de estar haciendo aquello que recomiendan los especialistas, que son “los que saben”.
El miedo a que crezca
En muchas ocasiones, esta búsqueda de información en textos, revistas, páginas de crianza, una vecina, los pediatras, o la opinión familiar, ocultan un profundo temor a que el niño crezca y hallarse como padres sin los recursos para accionar adecuadamente ante lo que sigue. Lo que ocurre muy a menudo, es que se termina siendo incoherente cuando, en contradicción con aquella expectativa por lo que ocurriría en el siguiente estadio –que se mencionaba al principio de este artículo-, los padres acomodados en la destreza que ya adquirieron para la etapa actual, desfavorecen o perjudican el pasaje a la siguiente fase.
Este suele ser un comportamiento automático y no está de más recalcarlo, sin intención de afectar negativamente el desarrollo del niño, pero puede ser nocivo para la experiencia del niño, quien encuentra escollos en su natural búsqueda por desenvolverse en nuevos entornos.
Esta involuntaria actitud suele tomar por sorpresa a padres y madres quienes realizan una consulta profesional especializada, temiendo la presencia de un trastorno en el neurodesarrollo de su hijo y descubren sorprendidos en la entrevista, que son ellos mismos quienes simplemente no facilitan los medios para que el pequeño pueda desarrollar sus habilidades. Por supuesto que suelen haber justificaciones y argumentos para estas trabas, y aún así suenan algo extrañas cuando se verbalizan, pues la acción de estancamiento suele trasladarse hacia lo que resulta cómodo o a gusto para el crío.
Algunos de los temores profundos más habituales de adultos en esta situación son:
- A quedarse solos si el niño crece (sin la compañía habitual del hijo).
- A la vivencia de vacío ante la autonomía del hijo (si el niño no le necesita para que lo amamante, aparece un tiempo libre que no sabría cómo utilizarlo).
- Desconocimiento de la siguiente etapa (como la resistencia a los comportamientos de la pubertad que anticipan la adolescencia).
- Perder la identidad que han adquirido con el rol de madre o padre.
- Tomar decisiones que pudieran dañar al pequeño.
- Parecer negligente o desinteresado al permitirle libertad.
- Que el niño se sienta abandonado o desatendido.
- Que algo le ocurra y no estar presente.
- Que alguien abuse del pequeño y no enterarse.
El ejemplo del biberón
Una situación reiterada y que puede servir de modelo para el proceso que he descrito, es la del abandono del biberón. A los padres les empieza a llamar la atención en alguna reunión social, que ya algunos niños de la misma edad que su hijo beben en vaso o taza y se cuestionan si estará ya en edad de dejar el biberón. Lo consultan con el médico en un control de rutina y éste les manifiesta que ya es hora, pues no hay ninguna condición física que lo impida, y además el continuar con la succión, podría ser dañino para el paladar y los dientes.
Consultan entonces con el odontólogo, quien confirma lo dicho por el médico: “es hora de abandonar el biberón”. Y aquí es donde aparecen las dificultades, pues a estos padres les toca ejercer el rol desde la autoridad y muchas veces se les hace difícil frustrar al niño. Cuando pasado un tiempo no logran el objetivo, suelen consultar a un psicólogo infantil. El motivo de la consulta se plantea como una dificultad para quitar el biberón, pero detrás de ello aparecen los argumentos que han justificado esta imposibilidad todo el tiempo: “al niño le gusta”, “es muy cómodo por la noche porque así se duerme”, “cuando viajamos es una ventaja”, “tendría que levantarlo antes para que desayune y entonces descansaría menos”. Queda claro con estas razones que hay una habituación y que la resistencia a salir de este hábito es parte de salir de la comodidad de lo conocido.
Indagando un poco más, conjuntamente con los padres, llegamos a la conclusión de que se trata de algún miedo de ellos que está impidiendo dar este paso, “que si deja de tomar leche va a ser por quitarle el biberón y no crecerá”, “que no sé cómo hacerlo dormir porque me pide el biberón”, “que el niño llora y no quiero que sufra por esto”, “me va a odiar, y al fin y al cabo luego puede colocarse frenillos o una ortodoncia”.
Lo que se evidencia en estos adultos interesados por su rol en la crianza, es que no cuentan con recursos nuevos para afrontar una necesidad nueva. Los temores se asocian a esta falta de ideas y voluntad para favorecer el cambio, aún cuando se sabe intelectualmente que le están haciendo un daño –en este caso con consecuencias físicas- al niño. Asimismo, aparece el mensaje de minusvalía, pues el niño observa alrededor y percibe que los biberones ya no son de fácil obtención, y algunos comienzan a tomarlo a escondidas con la complicidad con los padres, -o de uno de ellos en el peor de los casos-, para que los demás no se enteren. (Este ejemplo resulta adecuado para detectar un factor agravante adicional: luego estos mismos padres pretenderán que su hijo no les oculte lo que hace, ni les mienta, cuando le han enseñado ellos mismos a hacerlo.)
Situaciones similares a la del biberón acontecen con frecuencia con otros hitos del tránsito de la temprana infancia a la niñez avanzada: El colecho o compartir la cama, la cohabitación o dormir en el mismo cuarto, la silla alta para comer, el chupete, usar el cochecito al salir a caminar, cortar la comida y usar los cubiertos, invitar a amigos a jugar, ir a jugar a la casa de amigos, asistir a la guardería o ludoteca, ingresar al jardín, realizar un deporte, quedarse a dormir en la casa de un pariente o amigo, ir al cine con otros padres, pasar un día de campo con una familia amiga, trasladarse en un transporte en lugar de hacerlo en el coche con los padres, y otras situaciones por el estilo.
Para tener presente
A medida que el niño va creciendo, comienza a realizar naturalmente nuevas actividades y aquí es donde resulta imprescindible estar atentos al propio comportamiento, actitudes y reacciones ante su evolución en la vida.
La invitación es a permanecer en alerta a la hora de tomar decisiones que implican tránsitos a nuevas etapas, sabiendo que cuando se deja pasar el tiempo y el niño sostiene conductas de una etapa anterior, que ya no corresponden a su edad, probablemente se esté evitando el trabajo de tomar decisiones y esta es absoluta responsabilidad del adulto.
________________________________________________________________________________________________________________________________
Por: Lic. Marcela Monte
Licenciada en Psicología
Universidad Nacional de San Luis / Argentina
Psicoterapeuta Cognitivo – Conductual Infantil
Contacto: info@infantopsicologia.com