Lo que hace falta: es preciso ser un hombre ligero o un hombre aligerado por el arte y el saber”. Friedrich Nietzsche.
Vivimos en una era dónde prima lo efímero y se privilegia la euforia y lo fácil. Hay una clara invitación a lo cómodo, lo resumido, lo estético, lo delgado, lo simple y lo minimalista. Se impone cada vez más una filosofía de vida que tiene como objetivo liberar el cuerpo, la mente y el alma de lo pesado, lo costoso y lo complejo, incluso de lo doloroso. Evitarle al ser humano todo tipo de incomodidad o padecimiento en busca de la felicidad perpetua.
Lo ligero se está convirtiendo en un común denominador de nuestros días. La gente quiere vivir bien, ya no quiere morir, ni deteriorarse. Quiere divertirse, conservarse y no complicarse la vida. Pensemos en la manera como nos relacionamos con los demás. Solemos hacerlo en forma efímera, intentando no comprometernos demasiado, sin riesgos, manteniendo la distancia, no vaya a ser que la otra persona se vuelva un lastre para nuestro vuelo personal.
Hasta lo material pierde trascendencia, personalidad, durabilidad (recordemos la obsolescencia programada) y significado. Los cuerpos buscan tonificación, vigencia, juventud y delgadez para estar dentro de una tendencia de exhibición. Mientras nuestros ideales dietéticos ensalzan lo saludable, lo orgánico y lo natural, nuestra comida se acelera y trivializa entre todo un sinfín de propuestas de comidas rápidas y alimentos procesados.
Lastimosamente mientras los cuerpos se esculpen y los rostros se estiran y modifican, nuestra cultura pierde calidad, variedad, posiciones críticas y profundidad para ofrecernos una vida dirigida por los medios de comunicación. Se privilegian las sentencias de los famosos (celebridades) y no la calidad o profundidad de los mensajes. Prima la imagen y el espectáculo por encima de los contenidos.
La ligereza, según dice Lipovetsky, es la tendencia que viene a dominar el espíritu de nuestra época y se está manifestando en muchos aspectos del mundo occidental. La necesidad de miniaturización, el culto a lo provisional, la fantasía de liberarse de todas las ataduras, la frivolidad y la virtualidad recorre nuestra cultura como expresión de deseos, aspiraciones, sueños y esperanzas.
Estamos ante una avalancha de posibilidades que sin embargo presenta una cara doble. Por un lado, se caracteriza por la búsqueda y el cultivo de la libertad, la autonomía, la comodidad, la indiferencia, el egocentrismo, la relajación interior. Pero, por otro lado, hay contrapartidas desestabilizantes. Muchos desean sentirse muy libres, pero a la vez sufren porque desean establecer vínculos.
El resultado de esta tensión es una ansiedad que no se resuelve. Tampoco cesan, por el contrario aumentan de manera impresionante, la incultura y falta de empatía de los estudiantes, las agresiones, la desinformación, las falsas promesas de belleza y bienestar, la discriminación y el estigma relacionado con el paso del tiempo y aparición de las arrugas, el número de suicidios y la distancia económica entre pobres y ricos.
Hay una “infoxificación” de datos que nos llegan sin parar. Tantos datos nos retan y le añaden estrés a la vida por no poder llegar a consumir, interpretar y gozar todo lo que recibimos. Existe el riesgo de que nuestra mente se engorde con información superficial y esto no es lo mismo que nutrirla de conocimiento, criterio y sabiduría.
¿Ver más en menos tiempo? ¿Consumir más ruido para mantenernos entretenidos? ¿No nos estaremos alejando cada vez más de aquello que merece la pena? Lastimosamente la falta de reflexión, la inmediatez y la ignorancia encuentran un lugar para vivir felizmente.
Cada día se hacen mas esfuerzos para mantener la línea. Esta era de ligereza hipermoderna, según Lipovetsky, se caracteriza por la multiplicación de conductas lipófobas como las imágenes deificadas de cuerpos perfectos del Instagram, la obsesión por un cuerpo juvenil con músculos, marcado, magro y esbelto.
Estos mandamientos estéticos llegan a tiranizar a las personas y se promueven dietas “milagro” de todo tipo para estar dentro de la tendencia narcisista de la época. Pero cuanto más sueña el hombre hipermoderno con la ligereza, más se engorda. Esta es una manifestación palpable del fracaso de la civilización de lo ligero en la época actual: cuanto más omnipresentes son las exigencias de ligereza, más se aleja el cuerpo de este ideal y más frustración y sensación de fracaso se tiene.
Al luchar contra los kilos de más con métodos ultra rápidos y muchas veces peligrosos para la salud como el empleo de monodietas y otros regímenes “milagrosos”, los hombres y mujeres actuales no quieren sólo seducir según los criterios estéticos publicitarios, sino que tienden a expresar una búsqueda más íntima, más existencial, es decir, una especie de eterna juventud o vigencia, ya que la delgadez se asocia a los cuerpos jóvenes.

En la lucha contra los kilos de más a veces se adoptan métodos peligrosos para la salud.
La desesperación por tener un buen cuerpo no refleja únicamente una voluntad de autodominio, sino también una pelea desesperada contra el tiempo y el deseo de ser considerado atractivo y siempre juvenil.
Aunque ahora todo es más flexible, la vida de muchos carece de una buena orientación, de seguridad y es notablemente frágil. Todo es fluido. Una modernidad líquida, como diría Bauman. La modernidad líquida, sociedad líquida o amor líquido se usan para definir el actual momento de la historia en el que las realidades sólidas de nuestros abuelos, como el trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido. Y han dado paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, agotador.
A pesar de tanto flujo, todo el mundo corre y se desespera por falta de tiempo. La obsesión por la belleza y la juventud perpetua hacen estragos. El consumo triunfa, pero el consumidor vive asustado, en la medida en que se multiplican los mensajes aterrorizantes sobre los peligros de los productos para la salud.
Vivimos en una era de movilidad electrónica y globalización de la información, pero soñamos con desintoxicarnos y alejarnos de las malas noticias. Por donde quiera que vayamos se escuchan mandatos de felicidad y de placer, pero la depresión y la ansiedad no disminuyen.
El peligro de la ligereza está en su hipertrofia, cuando nos invade la vida y asfixia dimensiones esenciales del ser que no deberíamos olvidar: la reflexión, la creación, la responsabilidad ética, la solidaridad, el respeto por el otro, el criterio basado en la profundización de los temas o la política. La ligereza frívola no es dramática por sí misma, pero puede llegar a serlo cuando lo convertimos en nuestro estilo de vida hasta el punto de aniquilar todo lo que enriquece la vida humana.
La sociedad contemporánea le da valor a lo individual y nos da más poder sobre nosotros mismos para decidir sobre la vida, pero al mismo tiempo aumenta nuestra fragilidad, lo estamos viendo con los índices cada vez mayores de depresión o estrés. Y es que en las sociedades antiguas la educación dura te preparaba para vivir en un mundo difícil. Hoy, se educa con mucha laxitud, queremos que los niños sean felices y no les preparamos para lo difícil que vendrá en el futuro
Nietzsche no estaba de acuerdo con la exaltación de esa ligereza, definida como el bienestar, el mínimo esfuerzo, la vida fácil, la dejadez. Él decía que la verdadera ligereza exige un trabajo fuerte, disciplina, autocontrol y valor para resistir las dificultades. Se puede terminar este material con una cita de Paul Valery: “hay que ser ligero como el pájaro y no como la pluma”
Lectura recomendada:
Lipovetsky Guilles, De la ligereza, Editorial Anagrama, 216.