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Los cantos de sirena. El precio alto del materialismo / consumismo

Por Dra. Iris Luna
El precio alto del materialismo / consumismo

¿Por qué, si los objetos no pueden reportarnos felicidad, nos sentimos tan atraídos hacia ellos? Porque los objetos materiales pueden parecernos susceptibles de satisfacer necesidades que comprendemos mal. Estos objetos representan en el plano material aquello de lo que tanto carecemos en el plano psicológico y espiritual. Debemos aclarar nuestra visión, y corregir nuestra manera de vivir, pero siempre nos dejamos seducir por objetos nuevos”. Alain de Botton.

Ascensos, horas extras, turno doble: ¿para esclavizarnos y ver menos a nuestros hijos, los amigos, la familia?

Aumento de sueldo, dinero a cambio de vacaciones, ganar más: ¿para llenarnos de cosas que no necesitamos?

Poner la tele, la radio o el equipo de música a todo volumen: ¿para alejarnos de la introspección y el silencio?

En toda esa abundancia de percepciones e incentivos se esconden muchas necesidades: por ejemplo, las personas con sobrepeso suelen carecer de algunas vitaminas, folatos y cinc. Nuestras mentes también experimentan carencias, aunque tengamos la impresión de estar atiborrados y estimulados a tope. Los modos de vida consumista y materialista provocan una gran confusión y suelen ocultarnos las cosas sencillas y tan importantes que en realidad necesitamos.

No es una condición obligatoria ser “hipersensible” o “quisquilloso” para tener la necesidad íntima de silencio, calma, reflexión, meditación y encuentro real con otros seres como nosotros. Todos los seres humanos lo necesitamos. No obstante, muchos lo hemos olvidado. En el momento actual, hallar silencio tiene que convertirse en una acción deliberada, una decisión que es prioritaria tomar y sobre todo que es sano imponer en la estridente y estimulante cotidianidad.

Esto lo digo, porque desafortunadamente nos hemos “engordado” de sobre estimulación a todos los niveles. Tenemos que estar siempre haciendo una carrera contra el tiempo, no parar ni un minuto, realizar mil cosas a la vez, estar siempre ocupados para no enfrentarnos a nosotros mismos y a nuestros sentimientos: Ahora mismo es impensable “matar el tiempo”, como lo hacían nuestros padres, parados en la esquina de un barrio mirando brillar la luna. Ahora es la falta de tiempo la que nos mata a nosotros.

“No ver pasar el tiempo” se ha convertido en un criterio de éxito económico. Para sentirnos vivos procedemos a rellenarnos con estados de ánimo artificiales: mucha música, muchos mensajes de texto, muchos videos, muchos chismes, muchas diversiones y distracciones. Infinidad de ellas de pésima calidad y con grandes dosis de superficialidad y amarillismo. Por ejemplo, la caja boba (televisión) con los programas de concurso y los “realities” con sus falsas efusiones de nuevas estrellas que se echan unas en brazos de otras cuando en realidad se odian a muerte. O los videojuegos, los mundos virtuales o las redes sociales que cada vez nos enganchan y esclavizan.

El ser humano tiene mucha sed, pero ¿busca la fuente o la botella envasada? Pues debemos desconfiar de lo fácil, pues los comerciales han comprendido que nos gusta dirigirnos hacía lo más fácil. Tenemos entonces que hacer un esfuerzo por abrir nuestros ojos. Y esto merece la pena. Si nos volvemos conscientes de lo que son nuestras verdaderas necesidades y de los medios reales para alcanzarlas, estaremos mejor, (menos estresados, menos obesos, menos enfermos y menos solos) al igual que nuestros hijos y nuestra sociedad.

Las empresas comerciales y publicitarias se especializan en falsificar la jerarquía de nuestras necesidades, y nos imponen con cada propuesta un “tener más que ser”, o lo que es peor, “un tener para ser”. De ahí nuestras conductas de consumo compulsivo e irreflexivo. Buscamos algo (que no tenemos muy claro en nuestro interior) y creemos encontrarlo en lo más novedoso y llamativo que nos ponen por delante. Compramos una camioneta gigante porque pensamos así satisfacer nuestra profunda necesidad de libertad y reconocimiento, un inmenso sofá porque deseamos tener amigos y tiempo para departir con nuestros seres amados, productos de belleza de alta gama para sentirnos identificados con las luminarias del cine, juguetes inútiles para demostrar el amor a nuestros hijos, litros de helado de dulce de leche y bolsas gigantescas de chocolates importados.

Pero, no nos engañemos. Esas compras no incrementan nuestro bienestar, no llenan nuestros vacíos emocionales; aunque nos dejan los cajones repletos de teléfonos obsoletos, cremas de belleza vencidas, bufandas pasadas de moda, muchos kilos de más y una sensación oculta de aturdimiento y confusión.

Sí, porque eso es exactamente lo que hace el materialismo/consumismo: nos pone sus productos en el centro de nuestras verdaderas necesidades y anhelos. Este sistema tiene muy claro que los seres humanos necesitan relaciones, y por esto nos presenta descaradamente los centros de consumo masivo como “lugares de encuentro social”.

¿Cuántas veces nos hemos citado con nuestros amigos en la cafetería de un centro comercial?. Sí, vale. Consumimos wifi, consumimos café, damos vueltas como borregos por espacios predeterminados y nuestros ojos parecen salirse de nuestras órbitas cuándo nos muestran la última versión del teléfono de moda. Consumimos tiempo, consumimos entradas a un cine, consumimos minutos de datos, y ¿de la vida de nuestros amigos?, de eso ni nos enteramos; a no ser para averiguar si ya cambió de coche o compró el reloj inteligente de alta gama, por ejemplo.

Es una verdadera tristeza que la máxima aspiración de muchos sea ir al centro comercial u otros “templos del consumo”. Muchas personas (las menos “afortunadas”) van simplemente a soñar y a conocer a través de los otros el esplendor del lujo y la tecnología, y otras consideradas más privilegiadas usan el centro comercial como una pasarela y una manera de exaltar el materialismo a través de valores problemáticos como el éxito económico, la posición en la escala social, la obsesión por la perfección física, la necesidad de ser unos maniquíes ambulantes, entre otras cosas.

Me preguntarán, ¿por qué son problemáticos esos valores? Porque no contentos con impedir nuestro bienestar individual, engendran envidias y grandes desigualdades, así como también la contaminación y banalización de las relaciones. Por otra parte hay que mencionar el instinto de posesión. El materialismo altera, por lo tanto las relaciones interpersonales. Es conocido que facilita una autoestima, inestable, frágil, egocéntrica y dependiente de la consecución de cosas.

Por otra parte el materialismo a ultranza perturba nuestro vínculo con lo natural, ya Thoreau en el siglo XIX lo decía: “Si un ser humano camina por el bosque porque le tiene amor al bosque durante la mitad del día, se arriesga mucho a que le consideren un vagamundo; pero si se pasa todo el día talando árboles, arrasando el mismo bosque y revolviendo la tierra, se le considerará un ciudadano industrioso y emprendedor”. Las personas abducidas por estos llamados “valores” materialistas agotan los recursos naturales y contribuyen a la contaminación del planeta con el fin de obtener ganancias económicas.

Es hora de que no nos dejemos seducir por los cantos de sirena del materialismo/ consumismo. Mi invitación es para que nos volvamos de nuevo amigos del silencio, de las conversaciones con nosotros mismos, de las charlas con nuestros allegados y amigos con el celular en silencio y ofreciéndoles toda nuestra atención. Que entremos en contacto directo con la naturaleza y disfrutemos de nuevo de los trinos de las aves, el movimiento de las ramas y el fluir del agua. Reflexionemos y comprendamos la manera sutil en que la sociedad de consumo y el materialismo desequilibra nuestros estados de ánimo. No nos dejemos engañar y recuperemos nuestra consciencia e inteligencia propias.

Un abrazo, fuerte.

Por: Dra. Iris Luna
Médico Psiquiatra – Máster en Nutrición
Especialista en Sobrepeso y Obesidad
Contacto: iluna@phronesisvirtual.com 
Fuente Consultada
Los Estados del Ánimo
El Aprendizaje de la Serenidad
Christophe André

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