“El que domina su cólera domina a su peor enemigo”
Confucio
La ira es considerada por la psicología como una emoción básica. Cuando aparece se afectan nuestros sentimientos, reacciones corporales (fisiológicas) y comportamientos hacia otras personas, animales u objetos inanimados. La ira o furia posee un elevado efecto negativo, siendo el displacer (desagrado) y la tendencia a la activación fisiológica, dos de sus elementos más importantes.
Las personas con ira muestran una expresión facial característica: cejas bajas, contraídas y en disposición oblicua; párpado inferior tensionado; labios tensos o en ademán de gritar y mirada prominente y amenazadora. La ira es descrita por muchos de los que la padecen como un “sentimiento caliente” (sensación de extrema incomodidad, elevación de la presión arterial, taquicardia, incremento de la tensión muscular, rubicundez y sensación de calor facial y en ocasiones temblor). Se podría decir que la ira es una emoción primaria que se presenta cuando un organismo es bloqueado en la consecución de una meta o en la obtención o satisfacción de una necesidad.

El organismo responde ante la percepción de una amenaza o afrenta (burla, engaño, deslealtad, etc.) con un impulso de ataque. La ira suele presentarse en contextos de relaciones significativas y tiene un significado comunicacional. Al igual que el resto de las emociones, la ira puede ser vista como un estado limitado en el tiempo o como una disposición duradera y consistente o una tendencia general para experimentar frecuentes y pronunciados episodios de estados de ira. Esta distinción entre el estado de ira y el rasgo de ira es muy importante para poder valorar las consecuencias a corto o largo plazo de la misma.
El estado de ira sería definido como un estado emocional que consta de sensaciones subjetivas de tensión, enojo, irritación, furia o rabia, con activación concomitante del sistema nervioso, y el rasgo de ira mostraría las diferencias individuales en cuanto a la frecuencia con que aparece el estado de ira a lo largo del tiempo.
Todos en algún momento de nuestra vida hemos experimentado ira frente a la injusticia, la burla o la deslealtad; y sentir ira no siempre es algo malo, pero cada estado de ira debe ser manejado apropiadamente. La ira en sí no es el problema, el problema es la manera como manejamos la situación. Debemos tener en cuenta la naturaleza de nuestra ira, así como la mejor manera de manejarla y qué debemos hacer cuando somos amenazados por alguien cuya ira está fuera de control.
En resumen, ¿qué es la rabia?
La ira es una respuesta natural a las amenazas o afrentas percibidas. Dichas afrentas hacen que nuestro cuerpo libere adrenalina, apretemos nuestros músculos, cerremos los puños y percibamos el ritmo cardíaco elevado. Nuestros sentidos pueden sentirse más agudos y la cara enrojecida. La ira se convierte en un problema sólo cuando no se maneja de una manera adecuada.
¿Es “malo” experimentar ira?
Estar enojado no es siempre una mala cosa. Estar enojado puede ayudarte a compartir sus preocupaciones con los demás, expresar tu desacuerdo ante algo indignante, injusto o abusivo y defenderte del bullying o de situaciones denigrantes por ejemplo. La ira bien expresada puede motivar a hacer algo positivo. La clave aquí es gestionar esa emoción básica de una manera saludable.
¿Por qué sentimos ira?
Hay muchos factores desencadenantes comunes de la ira, como cuando se te colma la paciencia ante la negligencia o el descaro de alguien, o cuando notas que tu opinión o esfuerzos no son apreciados o son ignorados, o al descubrir una mentira, al sentirte traicionado por tu pareja o tus amigos, o ante las provocaciones, la burla o la injusticia. Otras causas de la ira incluyen los recuerdos de eventos traumáticos que nos generaron dolor o la sensación de impotencia y parálisis frente a familiares, compañeros o jefes abusivos.
Algunos desencadenantes de la ira tienen que ver con nosotros mismos. Podemos sentir ira de no cumplir nuestras propias expectativas o las expectativas de los demás, y esto tiene mucho que ver con lo que la familia nos enseñó a esperar de nosotros mismos, de los demás y del mundo. Nuestra historia personal suele alimentar nuestras reacciones de ira. Por ejemplo, si no se nos enseñó cómo expresar el enojo apropiadamente, nuestras frustraciones se pueden acumular y hacernos sentir muy desgraciados, dichas frustraciones se van cocinando a fuego lento hasta que explotan en un arranque de ira incontenible que muchas veces tiene pésimas consecuencias. En otros casos, los cambios en la química del cerebro (consumo de esteroides anabólicos, alcohol, sustancias psicoactivas, etc.) o enfermedades médicas o psiquiátricas subyacentes, pueden contribuir a la aparición y frecuencia de los ataques de ira.

Cuando estás enojado, puedes hacer frente a tus sentimientos negativos a través de:
- Expresión: Este es el acto de transmitir tu ira. La expresión varía de una discusión razonable, racional a un estallido violento.
- Supresión: Se trata de un intento de guardar tu ira y posiblemente convertirla en un comportamiento más constructivo. La supresión de la ira, sin embargo, puede hacer que se encienda tu ira hacia ti mismo o comiences a expresar esa ira a través de un comportamiento pasivo-agresivo.
- Intentar sosegarse: Esto es cuando logras controlar tu comportamiento externo y tus respuestas internas, y empleas técnicas para calmarte y dejar que tus sentimientos se desplomen.
Entonces, ¿cuál es la mejor manera de manejar la ira?
- La expresión constructiva: Expresión asertiva de tus preocupaciones y necesidades de forma clara y directa, sin lastimar a otros o sin tratar de manipularlos.
- Aprender a sosegarnos: Las técnicas simples de relajación como respirar profundamente y la imaginería relajante, ayudan a calmar nuestros estados de ira. La realización de ejercicios lentos como el yoga, relajan tus músculos y te calman y permiten que expreses tu desacuerdo o malestar de una manera más consciente y apropiada.
- Luchar contra los efectos de la ira: El Swami Sivananda dice: “La ira está producida por un daño real o imaginario que implica un deseo inmediato de venganza. Pero ese fuego que se enciende contra un enemigo, acaba por quemarlo a uno mismo. Actúa como un bumerán, dañando a la persona que se pone furiosa”. Este maestro hindú nos enseña que es muy complicado luchar contra la ira de una manera frontal. Primero hay que ser consciente de que la estamos experimentando y verla en acción, situarnos en el aquí y el ahora e intentar poco a poco de reducir su intensidad, frecuencia y duración del episodio. Para extinguirla es preciso esforzarse por atenuar esta descontrolada e imprevisible modificación emocional.
- Modificar la forma de pensar: Es lo que los psicólogos llaman “reestructuración cognitiva”. Las personas irascibles tienden a maldecir a insultar y a hablar con términos muy subidos de tono que reflejan sus pensamientos internos. Cuando estás con ira, tus ideas tienden a ser muy exageradas y demasiado dramáticas. Procura reemplazar pensamientos negativos por otros más razonables antes de abrir la boca. La Asociación Americana de Psicología (APA, su sigla en inglés) recomienda que por ejemplo, en lugar de decirte: “Ay, es lo peor, se desplomó todo”, debes decir “Es muy frustrante y es normal que yo esté disgustado, pero no es el fin del mundo y tengo que ver la mejor manera de salir de esto”.
¿La ira puede perjudicar la salud?
Algunas investigaciones sugieren que las expresiones inapropiadas de la ira, tales como el mantenimiento de la ira reprimida o la rumiación de los eventos que te generan furia, pueden ser perjudiciales para la salud. Dichas respuestas pueden agravar el dolor crónico o generar dificultades para dormir, y problemas digestivos. Incluso hay algunas pruebas de que la ira y la hostilidad están relacionadas con el mal pronóstico de las enfermedades del corazón, el cáncer y enfermedades autoinmunes.

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¿Cuándo se necesita ayuda profesional?
Aprender a controlar la ira es un reto para todo el mundo. Considera la posibilidad de buscar ayuda para enfrentar tus problemas de ira, por ejemplo si tu furia parece estar fuera de control, los episodios se repiten con frecuencia o se presentan ante mínimos estímulos; si comienzas a lastimar verbal o físicamente a tus seres queridos o presentas una enfermedad de base que pueda exacerbar tus estados de ira.
Tu cuerpo responde a la manera en que sientes y actúas. La Academia Americana de Médicos de Familia informa que esto se denomina “conexión mente-cuerpo”. Cuando estás estresado, ansioso o enojado, te avisa que algo no anda bien y los síntomas que aparecen primero son presión arterial elevada o problemas digestivos.
Si estás de mal humor a menudo, quizá se deba a algo más profundo que a una simple reacción. No olvides que hay enfermedades que te ponen irritable y pueden desencadenar reacciones de ira. Si tratas dichas enfermedades, tus episodios de ira también desaparecerán o serán menos frecuentes.
Algunas enfermedades para tener en cuenta son:
- Hipertiroidismo (tiroides hiperactiva)
- Diabetes Mellitus no controlada
- Episodios de depresión mayor
- Trastorno bipolar
- Trastornos destructivos del control de los impulsos y de la conducta (trastorno negativista desafiante, trastorno explosivo intermitente)
- Enfermedad de Alzheimer y otras demencias
- Cirrosis, hepatitis, epilepsia
- Enfermedad de Wilson
- El empleo de las estatinas (medicamentos para reducir el colesterol)
- Empleo de benzodiacepinas
- Consumo de sustancias psicoactivas como cocaína
- Intoxicación con alcohol
- Abuso de hormonas, esteroides o anabólicos