Kintsugi es el arte tradicional japonés de reparar de una manera lenta y meticulosa las cerámicas rotas, utilizando metales preciosos como el oro, la plata liquida, o laca espolvoreada con oro en polvo. Estos materiales se usan para juntar las piezas rotas de la cerámica y al mismo tiempo mejorarla y transformarla en una cerámica bella ante los ojos de cualquier persona que la mire. Esta técnica no consiste en disimular las líneas de rotura, sino en unir los diferentes fragmentos de la pieza rota, dándole un aspecto nuevo y más refinado. Finalmente, cada pieza reparada se convierte en una verdadera obra de arte con su propia historia y belleza.
El arte del kintsugi aplicado a nuestras vidas nos dice que cada uno de nosotros: tenemos la capacidad de reparar las heridas y que debemos buscar la mejor manera para afrontar las experiencias dolorosas y traumáticas que se nos presentan en cada paso. Al mismo tiempo, nos recuerda que debemos tomar lo mejor de cada experiencia negativa y realizar los aprendizajes que sean necesarios.
Cuando las personas cercanas o la misma vida nos rompen sentimos que no seremos capaces de superar el dolor, o que valemos muy poco o que las heridas no sanarán. Pero con el tiempo nos damos cuenta que lo hemos conseguido. Que hemos sido capaces de unir los trozos y reconstruirnos sin saber muy bien cómo logramos reponernos. Por esto, no debemos abandonarnos al dolor; porque en nosotros también habita una gran capacidad y fortaleza para sobreponernos, repararnos por dentro y por fuera.
Aprendamos a amar las cicatrices visibles o invisibles que nos acompañan, porque son nuestras, porque cuentan una historia. La historia de curación y aprendizaje que cada uno de nosotros hemos conseguido. Cada historia cuenta el camino que hemos recorrido, ese viaje de la fragilidad hacia la recuperación y el florecimiento de lo nuevo.

Esta milenaria tradición japonesa nos enseña que las cicatrices pueden hacer parte de nuestra belleza. Celebra la belleza que nos fortalece de nuevo.
No ocultemos ni disfracemos nuestras imperfecciones porque están ahí para celebrar la belleza de lo que se ha roto en nosotros, para fortalecer lo nuevo, y también están ahí, para recordarnos la fuerza y la gran capacidad de resiliencia que nos acompañan.
Por: Nancy Castrillón
Licenciada en Psicología / Universidad de San Buenaventura, Medellín – Colombia
Máster en Neurorehabilitación / Universidad Autónoma de Barcelona
Máster en Humanidades /Universidad de Barcelona
Máster en Cronicidad y Dependencia /Universidad Pompeu y Fabra
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