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Inicio Columnas¿Ángeles caídos o antropoides erguidos? ¿Infidelidad, o relación extraconyugal? El anclaje de las palabras

¿Infidelidad, o relación extraconyugal? El anclaje de las palabras

Por Dr. Luis Flórez Alarcón
El poder de la palabra

Imagine que una pareja en conflicto porque alguno de los dos ha descubierto que el otro mantiene relaciones con una tercera persona acude a consulta con un terapeuta, quien les sugiere que a esta situación no van a referirse como “infidelidad” sino como “relación extraconyugal”. ¿Usted qué opina acerca de esta sugerencia del terapeuta? ¿Le parece lógicamente aceptable? ¿Moralmente admisible? Es interesante que el solo hecho de intentar responder a estas preguntas puede determinar que cambie la reacción emocional que esta sugerencia haya generado inicialmente en usted. La transformación se puede dar en algún sentido, no tiene que ser para que cambie de sentido, puede ser para reafirmar la reacción original; pero siempre para consolidar el fundamento racional de su reacción emocional.

Cómo denominemos a una situación, no es algo indiferente. Esa denominación va a generar una reacción emocional que es el principio motivacional que da impulso al inicio de cualquier acción. Quizá es más probable una reconciliación si el hecho se toma como una “relación extraconyugal” asimilable que como una “infidelidad” inaceptable. Incluso, la primera denominación podría invitar al análisis de las causas subyacentes, mientras que la segunda solo invita a la condena irremediable.

Los políticos son muy hábiles en la selección de la forma en que presentan una noticia. No es lo mismo informar de entrada que un desastre previsible y prevenible “produjo hasta ahora 15 víctimas”, así al final sean 15.000, que informar que “se calcula que pueden ser miles de víctimas”. El ancla inicial va a determinar que la opinión pública juzgue menos grave el hecho, así sea que al final se informe acerca del número real de víctimas. Esto es lo que el nobel de economía Daniel Kahneman, en sus trabajos con Amos Tversky, denominó heurístico de anclaje. En Colombia es famoso el caso de unos crímenes cometidos por militares que sacrificaban personas inocentes y luego las hacían pasar por guerrilleros muertos en combate; a esas víctimas las empezaron a denominar “falsos positivos”, enmascarando la gravedad del crimen y modulando la reacción emocional que el hecho podría suscitar en la opinión pública.

Las situaciones que dan inicio a cualquier acción de una persona tienen siempre su capacidad de impulsar el comportamiento al principio básicamente por razones emocionales. Parece difícil de aceptar que en el origen de cualquier acción existen primariamente razones emocionales y solo posteriormente sobrevienen los argumentos y los juicios racionales, pero así es; el impulso de la acción es inicialmente emocional. Por eso son válidos los llamados a “pensar antes de actuar”, pues invitan a explorar y profundizar en los juicios que mueven a actuar siguiendo algún sendero diferente al trazado inicialmente por la emoción. Tal vez el inicio emocional de nuestras acciones es bastante claro en algunos casos, por ejemplo cuando tenemos comportamientos de ira, de miedo, de odio, o de amor. Pero no es tan claro en otros casos; alguien podría preguntarse ¿qué de emocional tiene que yo prefiera leer un periódico que tiene artículos noticiosos más ligeros en vez de una revista que por lo general trae escritos más pesados?

La razón de que el inicio de nuestras acciones sea emocional es que nuestra mente tiene una historia, no es una tabla rasa, o un papel en blanco en el que la experiencia escribe los sucesos según acontecen como si fuera la primera vez que sucedieran; se trata de una historia como especie (herencia genética) que es la gran historia del homo erectus y del homo sapiens; de una historia como cultura, que es la historia que nos hereda el medio social (si se quiere, la historia del homo sapiens-sapiens, no ya por su apariencia anatómica sino por el extraordinario desarrollo de la ciencia, la tecnología, y la información en la post-modernidad); y de una historia como individuos, la historia personal, la historia de nuestros aprendizajes a través de toda la interacción con el medio a lo largo de nuestra vida (si se quiere, la historia del homo ludens, del homo fáber, y de las demás identidades personales significativas) que es la que enfatizo en este escrito. En virtud de toda esa historia, nuestra mente le proporciona a los sucesos el color del tinte emocional con el que van a quedar escritos; ella es como una poderosa memoria electrónica con inagotables gigas de capacidad que almacena información sobre todas las situaciones con las que tenemos contacto directo o indirecto en el transcurso de nuestra existencia (como especie, como cultura, y como individuos), y luego recupera esa información, con diferentes grados de conciencia y de precisión, cuando estamos de nuevo expuestos a esas situaciones. Y lo primero que recupera es la información que señala si los sucesos son agradables o desagradables; si son seguros o inseguros; si aproximan a la obtención de placer, y alejan de la exposición al dolor, caso en el cual nos sentimos atraídos. O, al contrario, si alejan del placer y aproximan al dolor, caso en el cual nos sentimos repelidos.

Haga un pequeño ejercicio en este momento. Recuerde algo que en el pasado le haya generado un estado emocional intenso (ira, miedo, amor, vergüenza, odio, etc.). Piense en la situación que le generó esa reacción emocional intensa; trate de que su recuerdo sea lúcido, deteniéndose en los detalles de la vivencia original. Ahora observe si su estado de ánimo se transformó instantáneamente, llevándole a experimentar un sentimiento similar al original. Pues bien, lo mismo sucede ante cualquier situación, obviamente con grados distintos de lucidez o de conciencia.

La persona del ejemplo, que se siente más atraída por la lectura de reportajes en el periódico que por la lectura de artículos en las revistas, no tiene que dedicarse a explorar detalladamente el esfuerzo que debe hacer para asimilar los escritos más voluminosos y un poco más “profundos” que traen las revistas, en comparación con los escritos más “superficiales” e ilustrados con imágenes que traen los periódicos. Simplemente condensa todas las características que les atribuye a los artículos de los periódicos en una palabra (“ligero”), y las características que les atribuye a los artículos de las revistas en otra palabra (“pesado”). Esos dos términos se convierten en el heurístico orientador del camino que va a seguir su toma de decisiones cuando se presente la necesidad de leer algo, mostrándole un sendero sesgado cuando se encuentre frente a las dos alternativas,  pues va a determinar que una le guste y la otra le disguste de antemano.

El gusto y el disgusto, el placer y el displacer, la atracción y el rechazo, son las formas más usuales de reacción emocional que impulsan en un determinado sentido la motivación de la persona hacia la realización de una acción, en este caso la acción de leer o de no leer un artículo según sea de un periódico o de una revista. Solo cuando la persona tenga claridad sobre este tipo de sucesos, y cuando explore con más detenimiento los argumentos que la impulsan en principio hacia una toma de decisión (ej. no leer), podrá superar el impulso emocional inicial de su comportamiento, para orientarlo por otros argumentos más racionales y menos emocionales; es decir, podrá transformar su motivación para hacer o para no hacer algo.

El “monólogo socrático”, uno de mis personajes favoritos en las notas que he venido escribiendo en Phrónesis, es el protagonista llamado a intervenir para darle un rumbo más certero, menos improvisado, incluso más inteligente, al ciclo motivacional. Finalmente la persona no tiene que sentirse obligada a hacer lo uno o lo otro (ejemplo a leer o no leer los artículos en las revistas); pero sus acciones podrán estar mejor fundamentadas y por lo mismo ser siempre más adaptativas si las conduce orientada por argumentos más reflexionados.

Por supuesto no tenemos que haber estado expuestos directamente a una situación para tener una información acerca de ella guardada en la memoria; con seguridad la gran mayoría de personas que sienten miedo a viajar en aviones (o a otros objetos), jamás han estado expuestas directamente a un siniestro aéreo; han estado expuestas indirectamente, a través de las noticias sobre siniestros aéreos. Los seres humanos vivimos en un mundo de palabras, no en un mundo de realidades “verdaderas”. Nuestra “realidad” son las palabras que usamos para representarnos  todas las situaciones posibles que nos afectan; no son esas situaciones en sí mismas las que nos afectan, sino la representación que nos hemos formado acerca de ellas. Y la representación que tenemos acerca de algo incluye, de forma inevitable, la producción de reacciones emocionales que ese algo genera en nosotros.

Dos libros de un mismo autor tratan con mucho detalle dos conceptos que he expuesto en la presente nota. El autor es Steven Pinker, un psicólogo que trabaja como profesor e investigador en la universidad de Harvard. Un libro se titula La tabla rasa: La negación moderna de la naturaleza humana (Ediciones Paidós, 2003 ver video de libre acceso en https://www.youtube.com/watch?v=L39sDqqGDSI); el otro se titula El mundo de las palabras: Una introducción a la naturaleza humana (Ediciones Paidós, 2007 ver video en https://www.youtube.com/watch?v=fcSNpVv8uTY). En los subtítulos de estos dos libros se representan las ideas que he querido exponer: que nuestra naturaleza humana no es la de una tabla rasa en la que la experiencia puede escribir lo que sea; escribe lo que nuestras ideas pre-existentes, materializadas en palabras que constituyen auténticos prejuicios, nos permiten asimilar. Si es así, el camino de la adaptación debe ir hacia una transformación de nuestras ideas, si se quiere, de nuestros prejuicios; puede ser una transformación para fortalecerlas, no necesariamente para desecharlas; pero, siempre, para darles un mejor sustento. Mi personaje favorito, el monólogo socrático, es el héroe de esta transformación. No es una tarea fácil para el héroe; se atribuye a Einstein la frase “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.

Por: Luis Flórez Alarcón
Doctor en Psicología Experimental
Email: luis@florez.info
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