Cuando el amor duele es porque tu pareja también es tu verdugo. Lo conocí en una fiesta y fue un flechazo certero. Nos pasamos la noche hablando y bailando. Yo estaba feliz, era un tipo perfecto aunque mucho mayor que yo: guapo, soltero, inteligente, divertido, ¿podía pedir mas? Nos hicimos novios y se volvió controlador, celoso y agresivo. El noviazgo, para mí, se convirtió en una herida abierta y sangrante, en una relación violenta.
Nadie está a salvo de mantener una relación que se torne violenta. Yo me creía con mucha experiencia y sin embargo me pasó. Te cuento mi historia para que no te tome desprevenida. Es preferible sufrir la separación pero tomar una decisión a tiempo, que mantener una relación por miedo a quedarte sola o peor, por miedo a que él te mate.
Atender las señales
Nunca pensé que podía convertirse en un sapo, repugnante y agresivo, solo veía a mi príncipe azul, aunque desde el primer día me mostró su talante. Estábamos hablando, sonó mi celular ¡y él no me dejó atender la llamaba!
Me quitó el celular y lo guardó. Yo hasta me disculpé, me pareció lindo y romántico ese momento era solo para nosotros. Empezamos a salir y a vernos a diario. Me iba a buscar a la universidad y desde la primera semana ya me invitó a dormir a su departamento. Empezamos a vivir juntos. Me enamoré…
Personalidad dominante
Me revisaba el celular y mis redes sociales. Yo, la primera vez me sentí incómoda pero con sus besos y caricias todo lo olvidaba, él tenía razón, no hacía falta nadie más.
La primera discusión fue porque se negó a entregarme mi teléfono, yo estaba rogándole que me lo entregara y él con una sonrisa perfecta, me dijo: ¡solo para escribirme a mí! ¡Júramelo!
Acepté las agresiones
Al día siguiente le entregué orgullosa el teléfono, además de él, solo había chateado con mi mamá. ¡Se puso furioso! Me miró amenazante, me gritó que era una embustera, una estúpida, que no podía hacer nada sin mi mamita. Me puse a llorar y él se burlaba de mí, niña estúpida, me decía.
Después actuó como si nada hubiera pasado, yo estaba distante, entonces me abrazó y besó diciendo que me perdonaba. Cuando me devolvió el teléfono me preguntó: ¿con quién hablarás? Solo contigo, le respondí.
Esperar que cambie
Quería complacerlo, que no se enojara. Un día descubrió que había ido a visitar a mi madre y se enojó mucho, me abofeteó. Después me pidió disculpas, dijo que me amaba y prometió cambiar. Cada vez que peleábamos, si yo me defendía, él me abofeteaba. Una vez me rompió la boca, porque le grité, después me pidió perdón e hicimos el amor. Tenía momentos adorables.
Cada vez se ponía más violento
Ya no podía más, le tenía miedo. No me dejaba salir sola. Mis padres no sabían nada pero sospechaban que no era feliz, yo cada vez estaba más aislada, él me amenazaba, me insultaba y después pedía perdón. Una vez me pegó y me encerró en el departamento por celos absurdos y lo peor es que estaba convencido de que yo era la culpable. Otra vez lo perdoné. Ya no tenía amor propio.
El final inevitable
La última vez que me agredió, creí que me mataría. Desesperada grité y pedí ayuda, los vecinos llamaron a la policía y se lo llevaron preso.
Muchos días de dolor y lágrimas…
Miro atrás y me pregunto: ¿por qué toleré tanta humillación?, ¿cómo pude ser tan sumisa en el nombre del amor? No me gustan mis respuestas pero lo estoy superando.
Ojalá que mi historia sirva para que tú nunca aceptes ser maltratada.