Entras a tu oficina o mejor a un cubículo, que es el sitio donde otrora era tu espacio, allí la mirada a través de un panel de vidrio o acrílico se vuelve un continuum de estímulos, donde centrado en tu mesa se encuentra un ordenador, con una o varias pantallas, manejas una Tablet, un teléfono celular, otro de mesa, estás conectado a un audífono o a manos libres.
Hay pocos libros, hay acúmulo de documentos que tienes que determinar, volteas su silla y juegas con un lápiz mientras tus pies se acomodan a cada giro que le das a tu posición.
¿Qué me garantiza mi posición en la empresa?
Luego de tus estudios académicos, escalas posiciones, es una lucha de uno mismo con los demás y de uno mismo consigo mismo. Te mides por tu salario, comisiones, modelo del teléfono de última generación, tu ropa de marca, tu carro deportivo, el club al que perteneces, marca de ropa, tu volumen de bíceps y tus abdominales, o si eres mujer tus atractivos sexuales, que atrapan miradas bajo un taconeo y desfile sensual en donde entras, perfume exclusivo, abres tu billetera y el número de tarjetas de crédito van dándole prestigio a lo que posees. Haces el deporte extremo y el normal, posees un prontuario de viajes como una agencia de turismo.
¿Soy lo que tengo o lo que aparento?
Todo esto es lo que eres, un acúmulo de cualidades superfluas que te posicionan en una empresa. No eres tú… son los empaques del estatus, las etiquetas de productos que vas cambiando para poder identificarte y diferenciarte de los demás. Es lo que viene haciendo el ser humano. En tu oficina solo hay compañeros, no existen los amigos.
¿Qué me garantiza el estatus en la oficina?
El estatus es una de las características más antiguas, es la representación de poder, desde épocas prehistóricas, tener colgada parte del cuerpo del enemigo, o un colmillo del tigre que había matado, cubrirse con la piel del fiero león, inclusive en el lejano oeste, tener una raya en el tubo de la pistola por cada muerto conseguido en duelo, generaban respeto sin enfrentamiento al igual que los uniformes en tiempo de batalla, o en el campo de juego, asustar al enemigo genera un distanciamiento social que paraliza y limita el espacio corporal y social por donde se mueve una persona. Una selección de un país que cambie su atuendo, pierde estatus, que tiene que recuperar de nuevo demostrando poder.
¿La imagen real o la que construyo?
No es de extrañar que la presentación en una red social, permita mostrar “quién soy yo”, de dónde vengo y a qué me enfrentado. Lo dicen los títulos académicos y los campos de batalla (experiencia laboral y directiva), escogemos una foto bajo un perfil lo más cercano posible a como nos vemos nosotros mismos y que queremos que nos vean los demás. Nuestro cerebro está hecho para percibir el lenguaje que llevamos dentro y se convierte en la moneda de compra-venta de nosotros como profesionales. O queremos vernos como sementales o divas en otras redes sociales donde este tipo de esquema sea mejor visto, para conservar el estatus laboral y profesional.
El yo, ese componente que nos identifica, amamos y nos hace poseedores de unas cualidades que pocas veces perciben los demás si no lo demostramos con el estatus, está en nuestro cerebro, en una parte oculta llamada el precuneus (del latín: cuña), ya no es el concepto Freudiano de una serie de cualidades acomodadas por la herencia, la relación materno-paterna, ni la fijación en etapas del desarrollo. Ahora con en Neuromanagement y el desarrollo de la neurociencia, podemos saber las conexiones afectivas que expresan el yo en el ser humano, los tipos de memoria que nos permite el historia personal y relacional con los demás (memoria biográfica), la vinculación con el cerebro afectivo y emocional, que nos hace auto-identificarnos. Tenemos fortalezas, debilidades, cualidades y defectos. Conservamos destrezas y habilidades que nos hacen únicos y maravillosos.
Cuando generamos en un momento de nuestra vida la famosa pregunta ¿Quiénes somos?, se genera una debacle futurista y analítico, desde las neurociencias hasta el marketing, algunos dirán que somos lo que soñamos, otros lo que compramos y los más extremos…lo que comemos.
Nada produce más desasosiego que cuestionarnos el devenir de lo que somos y para dónde vamos, al igual que cuando se genera la misma pregunta en una junta empresarial, casi que tambalean las piernas pensando en remociones y modificaciones de nuestro estatus. No son esquemas psicológicos, son procesos mentales reales y funcionales que tenemos que asumir, modificar y transformar para generar valor. Si bien el estatus tiene unas bases sólidas, ellas pueden no ser importantes. Alguien puede decir “¿qué hace un neurólogo metido en procesos empresariales?”, de igual manera me puedo preguntar: “¿qué hace un economista hablando de algo que no conoce: el cerebro” ?, es allí donde puede no servir el estatus, así el yo se resienta. Si se lee a Daniel Kahneman, primero nos da envidia que un psicólogo se gane un premio Nobel de Economía, y después nos damos cuenta que las emociones y las apreciaciones mentales modifican la utilización del conocimiento en todas las esferas del desempeño empresarial, matemático, científico y en casi todas las tomas de decisiones del ser humano.
Todo esto para acentuar la importancia del yo empresarial y del estatus gerencial, si no hay un conocimiento del actuar consciente e inconsciente y las modificaciones estructurales y funcionales producidas entre cada yo y cada otro, será imposible un manejo transformador en esa oficina que nos atrapa que hace parte de ese organismo empresarial, donde la célula somos nosotros. A nosotros qué nos importa que los glóbulos rojos que transportan el oxígeno necesario para la vida sean triangulares, hexagonales o esféricos, lo que nos debe importar es que ejerzan su función adecuada y silenciosamente, la superficialidad del estatus del glóbulo rojo está superada por la funcionalidad adaptativa. Del mismo modo la gerencia debe generar un estatus afectivo, no de poder, pues si las emociones modifican el conocimiento y la efectividad del mismo como lo aseguran las neurociencias, mandar no es importante mientras la productividad nos beneficie a todos.
El Yo empresarial, debe ser una estructura lineal social de tipo horizontal y reconocer su poder para mantener la estructura vertical, del otro tipo de estatus. Quitarnos el caparazón que nos delimita y nos genera contratiempos y gastos de productividad, es el objetivo de esta yo nuevo, transformador y que la plasticidad o modulación cerebral sea el devenir y el continuum de un poder estructurado en confianza.
Yo quisiera saber, cuántos seguidores tendría un gerente o un CEO que ponga en su curriculum: “excelente hijo, gran hermano, bondadoso, inteligente, diligente, afectivo, tierno, sensible. Con un carácter fuerte pero adaptable, con una personalidad estable y un gran sentido de liderazgo”.
Entonces estamos de acuerdo, el yo verdadero se oculta bajo un estatus construido.
- Mantenga la conexión con las personas no con los aparatos electrónicos.
- La socialización hace parte del estatus social y cultural del gerente.
- El liderazgo se adquiere por cualidades y aceptación de los demás no por asignaciones de poder.
- La inteligencia académica sin inteligencia emocional es un recipiente vacío.
- El poder es un proceso de combinación entre las capacidades innatas, las adquiridas y la seguridad en el desempeño del liderazgo.
- Hay que acomodar el cerebro y el pensamiento inteligente al esquema corporal. La oficina no es una pasarela de egos ni de poderes, es un organismo vivo con facultades mentales y afectivas honestas y duraderas.
- No puede existir un yo empresarial sin un nosotros corporativo.
Bibliografía
- Pensar rápido pensar despacio. Daniel Kahneman. Debolsillo (Edicion en español). Debate Ed. 2015.
- Misbehaving: the making of behavioral economics. Richard Thaler. Ww. Norton Ed. New York. 2015.
- La quinta disciplina. Peter Senge. Granica.Ed. 2.011.