Gran parte de la magia de vivir consiste en la libertad humana de amar el blanco, el gris y el negro al mismo tiempo.
“Si quererlo todo al mismo tiempo es la definición de neurosis, entonces soy una neurótica. Me pasaré la vida yendo y viniendo de un lado hacia el otro“, escribió la poeta Sylvia Plath, y aunque suene un tanto drástico, su postura esconde una gran verdad: las contradicciones son parte esencial de la condición humana y se manifiestan en muchas de nuestras decisiones cotidianas.
Para el filósofo David Berliner, ser contradictorios en la vida diaria no siempre es causante del caos. De hecho, puede ser un excelente ingrediente para estimular la creatividad, ya que nos obliga a hallar vías de unión psicológica para conciliar lo que estamos haciendo con lo que dijimos que íbamos a hacer.
Las contradicciones se apoderan de nuestro actuar principalmente cuando se relacionan con creencias, sistemas de valores y emociones. Nos encontramos con que cierto tipo de conducta es aceptable en un contexto determinado pero inaceptable en otro, y entonces adoptamos la misión de hallar una forma de alivianar el cargo de conciencia por sentir que hemos hecho algo incorrecto en relación con nuestros valores o principios morales con tal de satisfacer un impulso momentáneo.
La psicología llama a este fenómeno disonancia cognitiva.
Un ejemplo común de disonancia es la infidelidad. Algunas personas jamás se imaginan a sí mismas engañando a su pareja hasta que se presenta la situación, y entonces descubren que no solo deben lidiar con las consecuencias de sus actos en el instante en que la contraparte se entere de la traición, también deben lidiar con los reproches de su sistema de creencias: “No serás infiel”.
La disonancia cognitiva sumerge a quien ha ejercido la infidelidad en una búsqueda profunda de razones válidas para mitigar la incómoda sensación de no ser lo que se suponía que era: una persona fiel.
Según Berliner, el hecho de que desarrollemos desde la infancia creencias y sistemas de valores específicos y distintivos podría tomarse como una señal evidente de que somos seres diseñados bajo un principio de no contradicción. Sin embargo, al indagar en las entidades mentales que conforman nuestra interpretación del mundo, nos encontramos con que somos criaturas inmersas en contradicciones habitando un universo contradictorio.
Para concebir la naturaleza de lo que consideramos incorrecto, necesitamos enfocarlo desde el ángulo de lo que entendemos como correcto, por ejemplo. Y no obstante, incluso sabiendo que algo es perjudicial para nosotros mismos o para los demás, es muy probable que aún así lo hagamos para, más adelante, arrepentirnos de ello.
Como los psicólogos cognitivos han demostrado — explica Berline — las contradicciones son particularmente atractivas para la mente humana porque desafían las ideas preconcebidas que solemos guardar acerca de cómo debe ser el mundo.
La contradicción traza una brecha entre las expectativas y la realidad que fomenta la inspiración creativa, llevándonos a crear métodos ingeniosos para resolver o atenuar nuestras oposiciones internas. Dicho de otra manera: nos inspira a buscar excusas para justificar la inesperada rareza de nuestros actos.
Cuando la contradicción nos convierte en extraños ante a nosotros mismos
La necesidad de hallar argumentos para explicar nuestra decisión de hacer justamente lo que dijimos que no haríamos es una gran oportunidad para desarrollar nuestra capacidad de generar ideas novedosas, pero también es una forma de autosabotaje.
La contradicción no es solo un tema de interesante reflexión filosófica, sino una demostración de falta de compromiso y facilismo que nos permite cumplir con la obligación moral de identificarnos con una postura o creencia, al mismo tiempo que satisfacemos nuestros deseos actuando de forma completamente distinta a nuestros pensamientos.
No es que esto sea del todo negativo. De hecho, la capacidad de incorporar nuevos esquemas y conductas a nuestra personalidad es muy importante en el proceso de crecer y convertirnos en mejores personas. El problema es la inconsistencia.
Gandhi decía que cuando el ojo de una persona dice una cosa, su lengua dice otra y sus actos dicen otra distinta, aquí nos encontramos frente a alguien que vive en un serio conflicto con sus sentimientos, una ambivalencia que dificulta alcanzar un estado pleno de aceptación y libertad personal.
“Somos lo que hacemos, no lo que decimos que vamos a hacer”, nos recuerda una frase popular, y si bien las contradicciones se presentan como parte esencial de la vida en muchos de los conceptos que empleamos para descifrar el mundo, la definición de objetivos e intenciones claras es necesaria para no terminar convirtiéndonos en el resultado de promesas no cumplidas.
Referencias: Aeon