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Donde fueres… ¿haz lo que vieres?: La energía nuclear de la presión social

Por Dr. Luis Flórez Alarcón
Donde fueres… ¿haz lo que vieres?: La energía nuclear de la influencia social

La buena educación recomienda hacer en un lugar que sea nuevo para uno aquello que se observa que los demás hacen; es riesgoso ensayar modales en un lugar desconocido. Es preciso afinar el monólogo socrático allí donde se desconocen las costumbres, pues se podrían cometer imprudencias costosas al decir o hacer algo que pueda resultar ofensivo para los de ese lugar. Sin embargo, cabe preguntarse ¿Hasta dónde debe llegar la complacencia con los lugareños? ¿Debemos probar un alimento que no nos guste de ese lugar, o que nos haga daño, para evitar vergüenzas? ¿Qué hacer cuando la presión parece insalvable?

El sentido común nos indica que la imitación puede constituir la mejor alternativa de solución en algunas situaciones de incertidumbre, siempre y cuando estemos seguros de la pertinencia de los modelos, de que hacemos una buena interpretación de las señales del medio, y de que poseemos las habilidades mínimas necesarias para imitar a los modelos. ¿Se imaginan ustedes el ridículo en que habría incurrido el presidente Obama, bailando tango en Buenos Aires, si antes no hubiera adquirido un mínimo conocimiento de los movimientos más elementales de ese baile? Con seguridad él sospechó que iba a recibir presiones para bailar la danza típica del lugar, y se preparó convenientemente para el momento.

La presión social ha sido un fenómeno ampliamente estudiado en psicología social. Es un buen recurso para disimular nuestros errores o para culpar a los demás. Los padres suelen atribuirle a las “malas compañías” los errores de sus hijos, y los maestros le atribuyen a “la influencia familiar” las conductas negativas de sus estudiantes.

En una serie clásica de experimentos sobre influencia social, realizados a mediados del siglo pasado, el psicólogo polaco Solomon Asch demostró que la presión social llevaba a dar respuestas incorrectas a una alta proporción de estudiantes en una tarea tan sencilla como comparar tres líneas para decir cuál era, por ejemplo, la de mayor tamaño, ante muestras que no dejaban duda de cuál era más grande y cuál más pequeña. Sin embargo, cuando los sujetos experimentales eran precedidos por otros aliados con el investigador, que respondían adrede de forma incorrecta, los experimentales contestaban erróneamente en un 37% de los casos, cuando en condiciones normales, sin presión social contraria, la probabilidad de error no era superior al 1%.

Mira este video:

 

La presión social es una realidad permanente a la que nos vemos sometidos en cada acto de comunicación dialógica que establecemos con los demás. En primer lugar, en razón de la necesaria e inevitable carga de subjetividad que nos transmite cualquier mensaje que recibimos o que emitimos. Porque si lo recibimos, el mensaje nos llega cargado con la interpretación que el otro, el emisor, realiza acerca de la realidad sobre la cual nos comunicamos. Si lo emitimos, porque el mensaje le transmite al receptor la carga de nuestra propia interpretación acerca de esa realidad. El mundo es un mundo de palabras, de mensajes con esquemas de pensamiento que expresan lo que cada quien entiende e interpreta acerca de la realidad, con cuya confluencia se crea la cultura, a través del aporte y la interacción de todos.

Pero, en segundo lugar, la presión social es una realidad en razón de que la cultura creada propende por imponerse y reproducirse moldeando el pensamiento de los miembros del grupo social (la cultura de un país, la cultura de una institución, la cultura de una comunidad, etc.). Esto significa que la presión social no es espontánea y desinteresada. Por el contrario, se propone el mantenimiento y la satisfacción de algunas metas o intereses del grupo, explícitos e implícitos, de una forma que se auto-sostiene y se auto-reproduce a través de esquemas de pensamiento. Esos esquemas de pensamiento constituyen la energía nuclear de la presión social.

Se expresan de muchas maneras diferentes, en canciones, en refranes, en tradición oral y escrita, en costumbres, en normas subjetivas (códigos implícitos de comportamiento, ej. normas de grupo), en normas objetivas (códigos explícitos de comportamiento, ej. reglamentos), y de muchas otras formas. Tienen un poder similar al de la energía nuclear, solo que son Energía Nuclear Mental poderosamente estructurada e integrada; tal vez por eso Einstein hacía la afirmación acerca de estos esquemas, que en otra ocasión ya mencioné, cuando sostenía que “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.

La energía que liberan los esquemas de pensamiento sostenidos por una cultura es demasiado poderosa; tiene una gran capacidad de irradiación y de penetración; su presión es muy difícil de repeler, por lo cual termina imponiéndose. Y reproduciéndose, porque integramos esos esquemas de pensamiento a nuestra personalidad, con ellos construimos nuestros Egos (Yo, más o menos consciente) y SuperEgos (SuperYo normativo, más o menos inconsciente, por encima de Mí), los conservamos, los hacemos nuestros, y los difundimos.

Los reproducimos al costo que sea; no importa si eso nos lleva a un exabrupto como el observado recientemente en un partido de fútbol en Colombia, cuando los hinchas de una barra brava agredieron a dos niños y a su padre porque no portaban la camiseta de su equipo, símbolo máximo de su cultura, y los obligaron a irse del estadio. “Hay que” (… “debemos” … “tenemos que” …) hacer respetar los símbolos de nuestra cultura (religiosa, política, sexual, futbolística, patriótica, tribal, etc.). Por supuesto, algo de ese comportamiento debió ser previamente promovido por los fabricantes y vendedores de camisetas; o por los dueños del equipo.

Esa dinámica de creación, sostenimiento y reproducción de la cultura se fundamenta en la capacidad de la palabra, artefacto por excelencia, que expresa el pensamiento de cada persona en torno a cualquier realidad; es decir, se fundamenta en los esquemas de pensamiento que mantenemos acerca de la realidad. Las “barras bravas” constituyen la realidad de un grupo de hinchas que mantienen unos esquemas de pensamiento explícitos en torno a lo que significa seguir a su equipo, apoyar a su equipo, restarle poder a los rivales, ser fiel a su equipo, etc. Esos esquemas se mantienen y se refuerzan expresándose de forma explícita, a través de coros, de símbolos,  de lemas, de acciones (agresivas y no-agresivas), etc. Lo mismo podemos encontrar si analizamos la cultura de una familia, de una institución, de una etnia, o de cualquier otro grupo social.

El monólogo socrático que permite analizar la presión social para controlarla invita a preguntarse por esos esquemas, a explicarlos, a mantenerlos, o a transformarlos críticamente. No es sencilla ni rápida la tarea de transformarlos. En lo individual, es muy difícil porque los esquemas pre-existentes están ligados a reacciones emocionales favorables/desfavorables muy fuertes; por eso se afirma que los seres humanos tendemos a ser bastante conservadores y refractarios al cambio.

La camiseta de un equipo (como el nombre de un caudillo, la marca de un producto, la simbología de una prenda, o el sabor de un alimento) despierta reacciones emocionales con gran capacidad de impacto motivacional. En lo social, es titánica y dispendiosa la tarea para hacer que la cultura se apropie de nuevos esquemas de pensamiento; eso implica una importante inversión de creatividad y de esfuerzo. Pensemos, a manera de ilustración, en el hecho de que las empresas productoras de algo (un jabón, una bebida, una prenda de vestir, un partido político, etc.) invierten la mayor parte de sus recursos en marketing para “colocar” alguna idea favorable a su producto dentro de la cultura del grupo social al que han convertido en su target.

La cultura crea sus propios “deberías”, sus propios “hay que”, sus propios “tengo que”, que convierten esos esquemas de pensamiento en verdades irrefutables; la misma cultura se encarga de reafirmarlos con dichos, refranes, canciones, tradición oral/escrita, metáforas, etc. Muchas veces son “deberías” racionales, o expresan verdaderas necesidades; son intercambiables por un “es preciso” o “es necesario”. Otras veces son pseudonecesidades emanadas de la irracionalidad, no son intercambiables por “es preciso”. Es preciso disponer de un medio de transporte eficiente, eso es necesario, no “debemos” tener un carro; mucho menos “hay que” tener un carro de tal marca, o de tales características. Sin embargo, la cultura (lo que recibimos en nuestros grupos de referencia) nos presiona muchas veces a convertir esas pseudonecesidades en necesidades apremiantes.

Tenemos incorporados a nuestro sistema de creencias  esquemas poderosos de pensamiento que nos motivan a actuar en determinado sentido, muchas veces sin ser conscientes de la existencia de esos esquemas. En lo referente al papel de la presión social sobre su formación, son pensamientos propios de nuestra cultura que incorporamos de forma progresiva y automática a nuestra propia conciencia, los repetimos espontáneamente sin cuestionamiento; algunos son pensamientos con capacidad de irradiación bastante circunscrita (“necesito un carro de estas características”), pero otros tienen gran capacidad de irradiación y de penetración (“debo ser el mejor en lo que haga”).

El medio nos presiona de muchas formas; los otros significativos nos dicen cosas (“papá, cómprate otro carro, mis amigos te llaman el del arca de Noé”); la publicidad nos inunda; nuestros pares nos indican cómo deben ser las cosas; las “normas sociales” son bastante opresivas (qué es estar in, pertenecer al jet set, ser triunfador y exitoso, ser perdedor, cómo parecer joven, cómo no-ser viejo, cómo ser atractivo/a, etc.). Tarea compleja para el monólogo socrático es esa de filtrar las pseudonecesidades.

La presión social es tan fuerte y omnipresente, que el refrán popular “Dime con quién andas, y te diré quién eres” la ha elevado al carácter de norma predictiva. Hay mucha tela para cortar sobre este tema de la presión social, tomada como la presión que ejerce la cultura para conducirnos a comportarnos de determinada forma. La unidad de análisis propuesta por la psicología cognitiva para comprender, explicar y transformar esta presión es el esquema de pensamiento, que es la unidad portadora de lo que he denominado, metafóricamente, la Energía Nuclear Mental. Por eso, no me digas con quién andas, para saber quién eres; mejor dime qué piensas, para saber con quién andarás y cómo actuarás.

Por: Luis Flórez Alarcón
Doctor en Psicología Experimental
Correo: luis@florez.info

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