“Sé que estoy demasiado gordo, pero de algo nos tenemos que morir”, solía decirme un amigo para justificar sus excesos de comida; agregaba a lo anterior que “lo bailado y lo comido nadie te lo quita”. Con frecuencia, especialmente en la fase del gusto, debemos tomar alguna decisión frente a X situaciones que representan algún riesgo de salir dañado o lastimado posteriormente, en la fase del susto. En la literatura psicológica se ha denominado Sesgo Optimista No Realista (SONR) a esa especie de invulnerabilidad percibida que nos motiva a incurrir en algún comportamiento de riesgo, a pesar de tener claro que es alta la probabilidad de sufrir algún daño como consecuencia de ese comportamiento. La presente nota va dedicada al análisis de los orígenes del SONR y su influencia sobre la motivación humana.

Después del gusto, el susto: El sesgo optimista no-realista
Una persona con SONR en algún campo atribuye mayor probabilidad de que a los demás les suceda algo adverso si se exponen a un riesgo, en comparación con la probabilidad que atribuye acerca de que a ella misma le suceda alguna adversidad en condiciones similares. Ve a los riesgos como enemigos pequeños a los que no vale la pena prestar atención.
Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=XJZmDowV5h8
Se trata de una creencia individual que surge particularmente frente a situaciones que se encuentran bajo el dominio potencial de la persona; por ejemplo, somos más optimista frente a la posibilidad de nunca tener un accidente cuando conducimos nuestro propio automóvil, y más pesimistas frente a la posibilidad de que otros tengan un accidente cuando ellos conducen su automóvil. No se trata de una creencia generalizada, como si fuera un rasgo de personalidad; por eso el SONR debe analizarse en relación con algún suceso específico.
Esa creencia lleva a la persona a darse el gusto, con la expectativa que luego saldrá indemne en la fase del susto, cuando vuelva a pensar en los riesgos, pero en la post-acción, no antes de actuar. Las referencias que muchas personas en situaciones de ese estilo hacen a otras que supuestamente han logrado terminar sin sustos a pesar de haberse dado los gustos (ej. fumar y no enfermarse, tener sexo sin protección y no resultar embarazada, consumir una sustancia y no volverse adicto, comprar algo innecesario y no malgastar el dinero, etc. etc.) no pasan de ser manifestaciones del SONR, es decir, ilusiones que proyectan sobre su expectativa de no verse afectadas por los riesgos, a pesar de la evidencia contraria de los hechos y de las estadísticas.
El SONR encaja bastante bien dentro de esa categoría de sesgos perceptuales de auto-cumplimiento, que nos llevan a percibirnos con ojos más benignos cuando se trata de nosotros mismos, a ver un león y no un pobre gato cuando nos miramos al espejo, y a ser más severos con la evaluación de “la paja en el ojo ajeno”, que con la evaluación de “la viga en el propio”. Aunque se ha investigado mucho acerca de la invulnerabilidad percibida, el SONR como tal fue descrito recientemente, en los años 1980, por el físico Neil Weinstein, director del Departamento de Ecología Humana en la Universidad de New Jersey, a través de diversas publicaciones en revistas científicas de alta calidad. Weinstein constituye en la actualidad uno de los investigadores más renombrados en la literatura científica dedicada al análisis de la adopción de precauciones en situaciones de riesgo; su modelo conceptual al respecto se denomina Proceso de Adopción de Precauciones.

Después del gusto, el susto: El sesgo optimista no-realista
La percepción de un mismo objeto puede variar 180 grados si la etiqueta que le colocamos es “peligroso” que si la etiqueta es “seguro”; eso es básico y elemental para la supervivencia. El problema surge cuando una situación ambigua nos lleva a etiquetar algo de manera distinta a la interpretación natural o verdadera. Por ejemplo, la urgencia de tiempo, que constituye un telón de fondo cotidiano muy frecuente, puede llevarnos a interpretar como “lenta” la velocidad de un carro en movimiento que nos impide cruzar una calle; ese sesgo nos impulsa a adelantarnos al cruce anticipado de la calle, lo cual podría resultar fatal. Algo tan hermoso como es la percepción de una joven que tiene una primera experiencia sexual con su compañero, la lleva a etiquetar “antiestético” el uso de alguna protección; pero son muy frecuentes los casos en los que mujeres jóvenes contraen el VIH en su primera relación sexual con un nuevo compañero.
El mundo del peligro real es diferente al mundo del peligro que percibimos. Lo percibimos, iluminados por la lámpara del auto-cumplimiento, como algo ante lo cual somos más fuertes y potentes de lo que en realidad somos. Para saber si estamos percibiendo algún peligro X iluminados por la lámpara del SONR es preciso abordar el tema con un poco más de cuidado, prestar más atención a lo que hace nuestra mente, en otras palabras, es necesario practicar más el monólogo socrático. Necesitamos confiar en nuestra intuición, sí, pero no tanto; se puede confiar en ella, pero siempre hay que hacerle preguntas, cuestionarla, para que sus respuestas sean menos arbitrarias. La invitación es a confiar en nuestra intuición acerca del peligro, pero haciéndonos preguntas que nos permitan transformar el sesgo optimista en una visión más acorde con la realidad, de ninguna manera para transformarlo en otro sesgo, pero ahora pesimista. No se trata de salir de algo malo (el optimismo desbordado) para caer en algo tal vez peor (el pesimismo desbordado).
La invitación, de ninguna manera, es a acabar con el gusto con tal de evitar el susto. Ni siquiera se trata de “aplazar el gustico” como invitó un presidente colombiano a los jóvenes de nuestro país. Tampoco a adelantarlo. “Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”, como propondría el comediante mexicano Cantinflas. La invitación es a tomar decisiones fundamentadas en los valores que cada persona adopta, con la deliberación necesaria para que haya conciencia acerca de los beneficios, pero también acerca de los costos; la invitación es a que “hacer”, o “dejar de hacer” un comportamiento de riesgo X sea producto de una decisión deliberada. Decidir en cada instancia, con deliberación plena acerca de los beneficios y de los costos, es el mejor antídoto contra el SONR; cualquiera que sea la decisión, si la hay con plenitud de argumentos, siempre será menor el peligro de hacer algo que sea dañino. El método del cuestionamiento, inherente al monólogo socrático, no lo garantiza, pero sí lo hace más probable.
Tres preguntas claves del monólogo socrático en situaciones de riesgo, planteadas con base en el modelo conceptual ppropuesto por Weinstein, pueden ser las siguientes:
1) ¿Considero que este comportamiento X constituye un riesgo para mí? Ciertamente, si no se personaliza el riesgo, la probabilidad de hacer algo dañino aumenta. Personalizar el riesgo es algo clave; no se trata de identificar el peligro como algo que recae sobre otros parecidos a mí, sino como algo que recae personalmente sobre mí.
2) ¿Tomé la decisión de hacerlo, o de no-hacerlo? No es lo mismo que yo haga o que yo deje de hacer algo con plena conciencia de las razones que me conducen a adoptar esa decisión, a que lo haga (o lo deje de hacer) movido por estados personales transitorios, generalmente por sentimientos emocionales, que no logro llevar a un nivel de conciencia deliberada. No es igual la probabilidad de volverse a comer algo dañino cuando el consumo ha sido producto espontáneo del deseo, que cuando ha sido resultado de una decisión deliberada. La razón es que la toma de decisión constituye el fundamento de la autorregulación. La toma de decisión altera notablemente la probabilidad de que el comportamiento X ocurra en este instante, y en el futuro.
3) ¿De dónde proviene la certeza sobre la validez de mi argumento para hacerlo o para dejar de hacerlo? Es mejor auto-exigirse un argumento válido para hacer o para dejar de hacer, que incurrir en lo uno, o en lo otro, sin razones ciertas que lo justifiquen. Preguntarse acerca de la fuente de validez puede ser suficiente para adoptar atinadamente un argumento, o para dejar de hacerlo. Es necesario confiar en la propia inteligencia para validar una fuente, siempre y cuando haya un planteamiento de dudas acerca de la fuente, lo cual es diferente a la confianza en la propia inteligencia pero sin que medie alguna duda acerca de la validez de la fuente.
Los comportamientos de riesgo no surgen en contextos siempre nuevos o imprevisibles. Por eso no es necesario, ni recomendable, esperar a que se presente la situación para acudir en ese momento al monólogo socrático. Es preferible realizar el monólogo en contextos diferentes al del comportamiento de riesgo. No es recomendable esperarse a estar ante una suculenta galleta azucarada para hacer el monólogo sobre la conveniencia de ingerirla; eso debe hacerse previamente. Lo importante es recordarlo cuando se está frente a la galleta con el fin de tomar la decisión de hacerlo (comérsela o no-comérsela) como producto de un argumento deliberado.
Al comienzo la deliberación va a ser algo que resulta más notable y parece extraña; luego se convertirá en una práctica automática. Así es como funciona el comportamiento voluntario en todas las situaciones de la vida cotidiana. Mejor asumir la decisión como práctica rutinaria propia, que permitir las decisiones adoptadas por circunstancias externas que generalmente no controlamos; así se trate de circunstancias que aparentemente nos benefician, como el impuesto a las bebidas azucaradas, a las bebidas alcohólicas, o al cigarrillo, ¡Por fortuna no es fácil colocarle impuestos a todos los placeres de la vida!
Si usted decide hacer algo a pesar de haber deliberado y de haber concluido con certeza el daño que le causa, no tiene que considerar que hay algo de estupidez en su comportamiento; simplemente puede considerarlo como una manifestación del SONR. Esa podría ser una forma “elegante” de referirse a la estupidez. Cómo lo denominemos es lo menos importante; lo más importante es considerar qué hacemos para controlarlo. Permanecer en situaciones de optimismo no-realista es equivalente a aceptar activamente el daño. El optimismo y la confianza de cualquier persona en sí misma son necesarios para salir adelante y lograr objetivos en la vida; pero el exceso de confianza, como ya lo expresé en otra nota, es una de las manifestaciones más evidentes y predilectas de “la estupidez de los más listos”.
Por: Luis Flórez Alarcón
Doctor en Psicología Experimental
Correo: luis@florez.info
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