Con frecuencia nos encontramos frente a situaciones o problemas que ya no tienen solución ¿han dejado por eso de ser un problema? Lamentablemente, no; toda situación, por mala que sea, es susceptible de empeorar; así lo afirma la ley de Murphy. Cuando las soluciones instrumentales que operan sobre el medio ya no están al alcance, las soluciones emocionales quedan a la orden del día. Parece no ser del todo cierto el refrán que afirma que “después de rayo caído no hay Santa Bárbara que valga”. Pero incluso, aunque sí existan soluciones instrumentales para el problema, siempre se requerirá acompañarlas de ingredientes emocionales que se asocian con modificaciones en la interpretación que se tiene acerca del motivo u ocasión que ha dado origen al problema.
Es posible que usted haya pensado en la muerte de un ser querido cuando leyó el párrafo anterior, pues la muerte suele presentarse como sinónimo de situación sin solución, por su carácter irreversible. Quienes hayan vivido tal situación tienen claro que esa es apenas la ocasión para que inicien nuevas cadenas de problemas que pueden detenerse si al eslabón inicial, la muerte del ser querido, se le da la única solución posible, una solución emocional de aceptación, aunque dicha solución tenga cero posibilidades de modificar instrumentalmente la situación que origina la cadena. Los ciclos motivacionales que enmarcan muchas acciones tienen un sentido adaptativo si se fijan como propósito esencial modificar el significado subjetivo que se le atribuye a la ocasión que los dispara, más que si se proponen transformar los hechos objetivos de la situación, que ahora son inmodificables. Operan adaptativamente porque al actuar sobre la persona, la llevan a resolver su estado emocional negativo, que es una parte esencial del problema.
Piense en algo menos grave, por ejemplo el robo de su billetera en el autobús. Es un problema que tiene soluciones instrumentales: usted puede recuperar el dinero perdido, volver a obtener los documentos que iban en la billetera, etc. Eso no resuelve el problema del todo; también es necesario que usted resuelva la reacción emocional que el hecho le produce. ¿Qué tal si el miedo lo paraliza y piensa mejor en no volver a tomar un bus? ¿Qué tanto altera a su organismo la ira que le produce pensar en el hecho? Por eso afirmé antes que siempre va a ser necesario acompañar las soluciones instrumentales de soluciones emocionales, tema central anunciado en el título.
Vivimos en medio de rayos que no siempre podemos controlar, pues no hay para-rayos efectivos para ellos; pero siempre podemos asimilarlos para que no nos hagan tanto daño generándonos reacciones emocionales intensas de manera sostenida. Si los sucesos negativos son inevitables, y la solución de los problemas no siempre es accesible, es preciso apelar al afrontamiento emocional basado en la transformación de los significados que les atribuimos a los sucesos. No de manera artificial y arbitraria, sino modificando lo que se requiere modificar, pues son muchas las significaciones distorsionadas, incorrectas, o abiertamente falsas, que solemos atribuirles a los sucesos que nos marcan negativamente.
La solución emocional NO es algo intrascendente; opera para disminuir la presión y para evitar que explote la caldera interna. Ante acontecimientos adversos que colocan a una persona en situación de crisis, la reinterpretación de los hechos y la atribución de nuevos significados más constructivos se convierten en la válvula de escape más adaptativa. De lo contrario, es inevitable que la crisis se transforme en emergencia por el suceso de hechos más graves aún que aquellos que la desencadenaron.
Pero el afrontamiento emocional no puede basarse en cualquier reinterpretación de los hechos; no puede ser, por ejemplo, la reinterpretación que se asimila a la de la zorra en la fábula de Esopo que, al no alcanzar a las uvas, concluye que “todavía no estaban maduras”. No se trata de negar los hechos. Las reinterpretaciones que son emocionalmente adaptativas pasan por la aceptación de la adversidad y por la tolerancia a la frustración. A fin de cuentas el dolor y la frustración son muy frecuentes, tienen mayor vigencia de lo que usualmente creemos. La denominada resiliencia, o capacidad de un organismo para salir de un alto estrés con menos deformaciones estructurales, es un resultado natural de la capacidad de afrontamiento emocional (le recomiendo hacer el ejercicio de mirar en youtube algún video que amplíe el concepto que usted tiene acerca de la resiliencia). Surge necesariamente la pregunta ¿cuáles son las fuentes de un mejor afrontamiento emocional?
El primer gran origen de un buen afrontamiento emocional se ubica en la fuente misma de los hechos, en la significación, si se quiere en las palabras, que usamos para percibir un hecho, especialmente cuando se trata de un hecho adverso. La distorsión del pensamiento suele ser el proceso que acompaña la recepción de un “rayo” o mala noticia. Se trata de la distorsión que lleva a atribuirles intenciones negativas o culpabilidad a otros; de la distorsión que en lugar de buscar responsabilidades y explicaciones objetivas busca culpabilizar; de la que no observa matices sino solamente ve en “blanco y negro”; o no encuentra puntos intermedios sino solamente los lugares del “todo o nada”; de la que transforma el dolor y lo convierte en sufrimiento al magnificar y absolutizar las pérdidas; de la que acepta las etiquetas aparentemente ciertas (“trágico”, “lo peor”, “irresistible”, etc.) para reemplazar con ellas la valoración más realista, pero también más profunda, de las situaciones. El monólogo socrático es el método que puede conducir a la persona al encuentro y a la corrección de las distorsiones de forma y las distorsiones de lógica que ensombrecen su pensamiento.
Es necesario e inevitable formarnos una perspectiva de tiempo pasado y una perspectiva de tiempo futuro acerca de los hechos reales o potenciales que acontecen en nuestras vidas. Esas perspectivas se plasman en palabras que tienen un impacto emocional real en el presente. “No importa” pueden ser las palabras que llevan a un estudiante a sentirse tranquilo en el presente, después de recibir la noticia de que ha perdido el curso; seguramente es la expresión natural que encuentra para referirse a algo (el curso) sobre lo que se ha formado una perspectiva pasada de inutilidad (ej. “aprobar cursos no me ha servido de mucho en la vida”) y una perspectiva futura carente de expectativas positivas (ej. “estudiar es lo que menos dinero produce en esta sociedad”). Esos son los heurísticos de representatividad que dirigen la atención prestada y la reacción emocional del estudiante al que muy poco le afecta perder un curso. Otros muy distintos pueden ser los conceptos o esquemas mentales (heurísticos) que orienten al estudiante que reacciona con alteración emocional y ansiedad excesivas ante la misma situación de perder un curso. Uno (el estudiante negligente) y otro (el estudiante ansioso) pueden modificar y controlar sus reacciones emocionales problemáticas, apelando al análisis de los esquemas de pensamiento que subyacen a las mismas.
Es posible que ocasionalmente se requiera de una orientación para hacer este tipo de análisis y de cambios en los esquemas de pensamiento; pero lo usual es que uno aprenda el proceso, lo consolide, y lo practique autónomamente. Los educadores, en su cotidiana interacción con los estudiantes, los conducen a aprender formas de analizar y denominar a los acontecimientos; eso ha llevado incluso a proponer nombres particulares a las formas en que un educador moldea prototipos de reacción en un estudiante; el llamado “efecto Pigmalión” es una ilustración de este fenómeno: la aceptación pasiva de una sugerencia lleva a que ésta se convierta en realidad, sin importar el sustento real que la fundamente (ej. la sugerencia de que alguien es “flojo para las matemáticas” lo conduce a convertirse en “flojo para las matemáticas”) (ver video de acceso gratuito sobre el efecto Pigmalión en https://www.youtube.com/watch?v=QiXBtSnjhjQ). Pero esto no solo acontece en el ámbito de la educación; acontece en todos los ámbitos de la vida como la amistad, la paternidad, la maternidad, las relaciones de intimidad, las relaciones laborales, etc. En todos esos ámbitos puede suceder que nos comportemos y que reaccionemos ante los hechos de acuerdo a lo dispuesto por “lo representativo”, llevando a convertir lo “representativo” en una profecía auto-realizada. Pero, ojo, lo representativo no son verdades inmutables; son solo palabras que podemos reemplazar por otras más realistas y más adaptativas. En casos de adversidad, allí radica la esencia del afrontamiento emocional.
Reflexione un poco y tal vez usted pueda encontrar diversas ilustraciones personales de situaciones en las que usted ha reaccionado emocionalmente según lo dispuesto por lo representativo de su medio cultural (lo “normal”), independientemente de qué tan adaptativo sea el resultado de sus reacciones; y también encontrará que la modificación y el control de sus reacciones emocionales, para obtener mejores resultados, sobrevinieron cuando fue capaz de desafiar a esa “representatividad” y atreverse a adoptar ideas nuevas, un tanto alejadas de la “normalidad”. Todo esto puede haber sucedido al margen de que las cosas cambien o no objetivamente; el vaso puede haber continuado lleno solo hasta la mitad, pero usted pudo sentirse mejor al verlo “medio lleno” en lugar de verlo “medio vacío”.
Por: Luis Flórez Alarcón
Doctor en Psicología Experimental
Email: luis@florez.info
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