Redacción Editorial Phrònesis.
“No soy suficiente”, pensamos a menudo. ¿Pero por qué nos sentimos inclinados a deslizar esta frase en la opinión que guardamos de lo que somos y lo que hacemos? Ansiamos un cuerpo más delgado, una piel más suave, ojos más pequeños, brazos no tan largos o, simplemente, ser válidos… Ser buenos en lo que estamos convencidos de ser malos.
La lista de cosas que pensamos “no están bien” en nosotros a menudo es más larga que la lista de virtudes que reconocemos al mirarnos al espejo, y así parecemos desplazarnos constantemente, entre la subestimación de nuestras cualidades más valiosas y el fantasma de aquellas que deberíamos tener. Siempre en ascenso, con el viento golpeando de frente y, a veces, contra la esencia del amor propio.
Uno comprende en sus horas más oscuras que nada hiere tanto como la traición de la propia voz, ya sea una palabra filosa que resuena en la conciencia bajo el descuido de la duda o una mirada de rechazo ante la desnudez de un cuerpo que preferimos ver como ajeno.
“Somos verdaderamente libres cuando dejamos de sentir vergüenza de nosotros”, escribió el filósofo Friedrich Nietzsche. Pero ¿cómo alcanzar esa libertad cuando, lo que nos gobierna, es una convicción de insuficiencia? ¿Un descreimiento total en la valía de esa imagen que se proyecta con manos que son nuestras manos y un rostro que es igual al nuestro?
“Si no consigues ver nada hermoso en ti mismo,
consigue un espejo mejor,
o mira un poco más de cerca,
o mira un poco más de tiempo;
porque hay algo dentro de ti
que siempre te ha hecho seguir intentándolo”.
(Shane Koyczan)
El peligroso engaño de la perfección
Para la psicóloga Deborah Carr, la sensación de no ser suficiente deriva con frecuencia de una comparación excesiva y malsana con una figura externa, un hábito que sin duda hiere las bases de la estima personal al forzarnos a actuar o pensar como alguien que no somos a fin de “merecer” nuestra propia aceptación.
No puede negarse que la comparación es útil cuando se emplea para fijar metas o como recurso para la auto-motivación; no obstante, vivir de manera permanente a la sombra de alguien más conlleva una experiencia tormentosa por una razón muy sencilla: sin importar cuánto lo intentemos o queramos, no llegaremos a ser nunca ese alguien.
“La mayoría de nosotros se ha comparado en algún momento con un amigo, un colega o incluso una celebridad, una especie de prueba para hacernos una idea de si estamos haciendo las cosas bien. Es difícil no compararnos cuando los artículos de las revistas celebran “El top 40 de los 40”, o los catálogos de ropa de yoga muestran imágenes de mujeres emprendedoras que construyen orfanatos en su tiempo libre. Es difícil que nuestras vidas brillen en comparación con eso”.
Deborah Carr, psicóloga de la Universidad Rutgers
La piedra angular de la comparación dañina es la certeza de que los cánones de belleza y éxito que nos sirven de referencia son completamente reales, que existe una medida de perfección absoluta que debemos alcanzar para ser “aceptables”. Sin embargo, el ideal de simetría y equilibrio incorruptible al cual aspiramos no es más que un espejismo que surge de la omisión de los detalles que no queremos ver ni exhibir. La vida de los personajes que admiramos, y que parece una vida de ensueño, está compuesta de retazos e instantes tras los cuales se ocultan cicatrices y marcas humanas.
“Esas vidas son vidas reales. Hay verdad en ellas”, dice Carr, “pero no toda la verdad”.
“Ser tú mismo,
en un mundo que hace todo lo que puede,
día y noche,
para que seas alguien distinto,
significa luchar la batalla más difícil que
cualquier ser humano pueda enfrentar
y nunca detenerse”.
(E. E. Cummings)
Cómo la naturaleza puede enseñarnos a Ser
El reconocido físico Albert Einstein dijo en una ocasión que el secreto para entenderlo todo era observar la naturaleza, ver cómo y de qué forma las cosas, por diminutas que fuesen, ocupaban justo el lugar que debían ocupar y eran preciadas e irremplazables.
No solo Einstein pensaba de este modo. Existe un antiguo principio oriental de la filosofía taoísta llamado Principio de Inacción o Wu Wei que a menudo es explicado tomando por ejemplo el proceso de floración.
Cuando una flor está por abrir sus pétalos, dice Wu Wei, experimenta un estado de sintonía absoluta consigo misma. Desde luego, si la flor tuviese cualidades humanas se detendría a pensar en sí misma y en cómo ser una mejor flor, de qué modo lograr que sus pétalos fuesen de colores más vivos para que ninguna de las flores cercanas pudiese competir con ella, o de qué forma conseguir que el árbol de enfrente, un árbol desagradable, fuese removido. La flor, en otras palabras, se olvidaría de florecer. Pero esto no sucede.
La naturaleza responde a sí misma, de manera que la flor se ocupa de abrir sus pétalos y permitirse a sí misma ser todo lo bella que una flor puede ser. Solo por eso, explica Wu Wei, la flor es perfecta.
Hallar en la realidad de lo que somos el auténtico motor de nuestra voluntad equivale a entender el lenguaje de la vida. Aceptar que no estamos llamados a convertirnos en el reflejo de nadie, que hemos nacido siendo enteros y capaces, es la apertura al crecimiento y la infinita posibilidad de lo que el miedo y la desconfianza teñían de imposible.
Entonces, somos libres.
Referencias:
3 Reasons to Stop Comparing Yourself to Others. (2015). Psychology Today. Disponible en https://www.psychologytoday.com/blog/bouncing-back/201508/3-reasons-stop-comparing-yourself-others
Wu Wei: Aprender a fluir con la vida ~ Rincón de la Psicología. (2016). Rinconpsicologia.com. Disponible en http://www.rinconpsicologia.com/2016/03/wu-wei-aprender-fluir-con-la-vida.html
Por: Editorial Phrònesis
Para: elartedesabervivir.com