El estrés en la infancia
Podría parecer extraño, ya que el estrés se ha asociado a la ajetreada vida de los adultos, y muchas veces no se logra siquiera figurar la idea de que un pequeño pudiera encontrarse estresado. Lo que ocurre es que la naturaleza del estrés no tiene necesariamente que ver con correr todo el día de aquí para allá, ni estar colmado de preocupaciones y problemas por resolver.
Podemos concebir el estrés de una manera sencilla y comprensible, como un estado de activación que involucra el funcionamiento del cuerpo, los pensamientos y las emociones para actuar ante una circunstancia desafiante de los recursos que tiene la persona.
Estrés del bueno y estrés del malo
Hay un cierto nivel de estrés que puede resultar motivador, se conoce como eutress o estrés bueno: es esa sensación de inquietud y activación que indica al niño que se encuentra ante algo nuevo y desafiante. El niño entiende que a pesar de la incomodidad, el hecho de atravesar esa situación puede ayudarlo a madurar, y además, anclar un suceso exitoso que podría animarlo a proponerse más adelante nuevos desafíos, y a afrontar aquellos que se le presenten en su vida cotidiana con optimismo. Un ejemplo de esto es un estado previo a un examen, el inicio de un torneo de competición deportiva, etc.
El panorama es bien diferente cuando los sucesos que provocan ese desafío se vuelven demasiado frecuentes o resultan demasiado intensos. Esto ya no produce bienestar ni optimismo sino muy por el contrario, al finalizar la experiencia, esta reaparece una y otra vez, entonces no se resuelve y además se torna en una amenaza potencial que podría volver a ocurrir una y otra vez. Este es el denominado distress o estrés malo, que es el estado que desgasta los recursos de la persona, y comienza a generar síntomas en la salud del organismo y alteraciones en el estado psicológico.
Los niños se encuentran con frecuencia ante estresores -algo que podría producirles estrés- porque es habitual que tengan que abordar situaciones novedosas, y son especialmente vulnerables ya que se hallan a sí mismos desarrollando nuevos recursos para afrontar y resolver los eventos que van surgiendo en sus vidas asiduamente.
¿Qué podría producir estrés en los niños?
Entonces, si lo que altera el estado del organismo es sentirse sin recursos para afrontar una situación, consideremos cuáles podrían ser las circunstancias ante las que un niño se hallaría desvalido, puesto que muchos aspectos de su vida están básicamente resueltos por los adultos a su cargo.
Sin embargo, diferentes temores podrían alterar a un niño. De las experiencias clínicas en consulta y de los textos referidos a este tema, se podrían resumir algunas de las siguientes preocupaciones como ejemplos de estresores:
- No cumplir con las expectativas de los padres o de otras personas importantes para él o ella.
- No lograr los objetivos académicos: aprobar un examen o promover el año que se encuentra cursando.
- No tener amigos con quienes compartir y divertirse, o ser rechazado por los niños de su edad.
- Problemas familiares que están atravesando no se resuelven y esto podría modificar sustancialmente su vida: una separación o una mudanza.
- Una enfermedad propia o de alguien significativo culmine con la muerte.
- Un accidente y sus padres tuvieran dificultades permanentes o murieran.
- Desastres naturales como terremoto, alud, tsunami, un rayo de tormenta eléctrica destruyeran su hogar o haga desaparecer a sus seres queridos.
- Que haya un ataque provocado por personas y sufrir daños personales o las personas significativas para el niño: robo, asalto, terrorismo, etc.
Tal y como aparecen en esta lista, podríamos pensar en que se trata de sospechas ante algo infrecuente -y sin embargo posible, con lo que no podría descartarse que suceda y, tampoco estaría en manos del niño controlar esta clase de situaciones.
Sabes, sí se puede hacer algo
En primer lugar es interesante poder hablar con los pequeños acerca del estrés como parte del desarrollo vital, dado que siempre que haya una circunstancia novedosa, podría aparecer esta incomodidad. El naturalizarlo como una presencia habitual podría resultar de gran ayuda para avanzar hacia los siguientes objetivos y no temerles.
También hay que considerar cuáles son las fuentes de las que el niño obtiene información para generarse sus pensamientos. El acceso a los catastróficos noticieros o las calamidades a través de videos virales podrían ser una mala influencia. Conversar entonces acerca de la naturaleza de los medios de comunicación y las noticias que se publican; dónde es que ocurren y cómo atraen la atención del público. Conociendo esto en forma sencilla, los niños pueden entender que estos eventos negativos no son lo único que ocurre en el planeta, ni que tampoco acontecen permanentemente.
Cómo enseñarles a manejar estos miedos
El temor cumple una función en los seres vivos: es un alerta para protegerse, por esto es que los pequeños al temer que ocurra alguna fatalidad comienzan a preguntar acerca de la posibilidad de que estos temidos escenarios puedan suceder, buscando una mayor cantidad de información en los medios o en otras personas cercanas para confirmar si sería razonable estar estresado ante estas amenazas o, si en realidad no valdría la pena el malestar.
Al conversar acerca de la naturaleza del miedo, el mismo puede comprenderse y así no convertirse en un disparador de respuestas de estrés constantes en el organismo. Así planteado, el estrés puede transformarse en algo positivo: un indicador de crecimiento y desarrollo de nuevas habilidades de afrontamiento ante los desafíos en la vida. Con esta nueva significación se podría marcar un sendero de experiencias que van fortaleciendo a estos pequeños seres, quienes harán crecer su cúmulo de herramientas para cada nueva prueba del futuro.
La gran paradoja
Muy por el contrario, si los adultos cercanos eligen evitarle al niño el encuentro con situaciones estresantes, que objetivamente podría manejar aún sin resultados exitosos, o limitan las nuevas experiencias y extreman los cuidados con actitudes de sobreprotección, lo que conseguirán será impedirle tener experiencias de crecimiento y de fortalecimiento, generando en el niño la imagen de sí mismo como alguien que solamente deberá moverse en el ámbito de lo conocido. Esta es una actitud de los adultos que aumenta los temores ante la incertidumbre y con ello incrementa los niveles de estrés que sostenido en el tiempo podría tornarse crónico. Cuando la intención es evitarle el estrés se lo expone al riesgo de un trastorno de estrés crónico, con sus habituales acompañantes trastornos ansiosos y depresivos asociados.
Cuando escribí la Guía práctica para la crianza “El manual de instrucciones que no traen los niños”, dediqué especialmente un capítulo a la gestión de las emociones y otro al manejo de las dificultades familiares que podrían ser fuente de estrés para los niños. Allí podrás encontrar muchísimos recursos para avanzar en la crianza consciente en la que te encuentras involucrado.
Quedo atenta a tus comentarios. ¡No dudes en contactarme!
Por: Lic. Marcela Monte
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Licenciada en Psicología
Universidad Nacional de San Luis / Argentina
Psicoterapeuta Cognitivo – Conductual Infantil
Contacto: info@infantopsicologia.com