Como todas las emociones, no es buena ni mala. La ira es una de las emociones que tiene manifestaciones corporales muy evidentes. Por ejemplo, se puede sentir calor y reflejarse en el enrojecimiento del rostro, o experimentar un nivel de fuerza extra en los músculos, lo que permitiría tener una enérgica lucha si fuese necesaria.
Las emociones cumplen un ciclo natural: aparecen, se manifiestan plenamente y se diluyen gradualmente; todo el proceso se da en el transcurso de unos minutos. Cuando las emociones permanecen instaladas habitualmente es porque hay pensamientos que alimentan ese estado –se agrega un componente cognitivo-, de otro modo cumplen el ciclo natural que acabo de describir. En el caso de los niños, estos poseen la ventaja de no contaminar las emociones con pensamientos, a menos de que lo aprendan de otras personas de su entorno.
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Por esto, resulta interesante indagar en lo que debe ser una manifestación adecuada de la ira, trabajar en comprender a cada niño un ser único con sus propias necesidades y recursos de modo que pueda expresar sus emociones de manera apropiada. El propósito es colocar al alcance de sus experiencias un abanico de posibilidades, para que prueben y comprueben que de las múltiples maneras que existen de tomar las riendas de las propias acciones, hay algunas que resultan particularmente más efectivas para cada uno.
El objetivo es manifestar el estado emocional de una manera apropiada, evitando los dos extremos:
- La represión de la emoción que está presente, con la creencia de que es inadecuado sentirse así. Se evidencia la represión cuando se le dice al niño, “no deberías enojarte por esto”, “no es para tanto”.
- La reacción indiscriminada, justificando cualquier comportamiento destructivo a causa de experimentar ira.
Reconocimiento
Como adultos responsables de la crianza y la educación de los niños, resulta muy útil estar atentos a los factores que predisponen a cada pequeño a estallar en ira. Así, podremos evitarlos o anticiparnos a preparar los recursos que pueden apoyar a los niños en el tránsito por dichas situaciones, cuando sea requerido u obligatorio recurrir a ellos. En algunos niños la ira se puede presentar cuando el sueño es escaso o interrumpido, tienen hipoglucemia –cuando han comido poco o han pasado varias horas desde su último alimento-, experimentan fatiga cuando han tenido una actividad intensa, se enfrentan a lugares nuevos o grupos de gente desconocida, sufren tratos desiguales o humillantes, entre otros.
Es importante que los niños aprendan a reconocer en el cuerpo cuando la emoción comienza a aparecer, pues esto les permitirá tomar decisiones acerca de cómo actuar, en lugar de reaccionar destructivamente en forma automática. Saber que “me siento así” y puedo hacer algo para sentirme mejor, es mucho mejor que creer que “soy así” y no puedo hacer nada mejor cuando me enfurezco.
Informar a los niños anticipadamente cuando evidenciamos circunstancias que podrían desencadenar o precipitar episodios de ira, es brindarles una ventaja, además se debe trabajar en sus habilidades para tolerar la frustración y atender a las propias reacciones para hacerlas favorables.
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Cada cual a su manera
Para descubrir cuáles son los recursos más efectivos, hay que saber que no existe una receta universal, pero sí un amplio repertorio de técnicas y estrategias desarrolladas con esta finalidad. De modo que, atentos a la observación de cada infante, elegiremos con cuáles comenzar a probar. Dos estilos generales marcan la primera gran diferencia: hay quienes les resulta mejor externalizar la emoción versus quienes acuden a sus recursos internos para la búsqueda de la armonía. Aquí enlisto algunos ejemplos concretos:
Externalizando
Aquellos niños que se favorecen expresando la emoción, adoptan conductas tales como:
- Golpear con puños, patear –utilizando un objeto blando como un almohadón, un puff, etc., para esta finalidad-.
- Gritar –retirarse a un lugar abierto, o contra un paño o almohada blanda-.
- Moverse –usar el cuerpo para movilizar la tensión que la ira acumula en los músculos-. Puede ser saltar, sacudirse, estirar las manos o los brazos, agacharse, etc.
- Correr –al mejor estilo Forrest Gump, correr es una excelente manera de oxigenar el cerebro y neutralizar los efectos de la ira en el aparato muscular.
- Saltar/brincar –obtener una cuerda o soga puede ser un elemento maravilloso para quienes se beneficien con este tipo de ejercicio para calmarse-.
- Cantar –hay personas que pueden encontrar en algunas canciones la manera de recuperar el equilibrio emocional-.
- Hablar –expresar la emoción explicando cómo se siente o las causas que originaron ese estado, o quejarse abiertamente puede ser de utilidad para algunas personas-. Para otras, este recurso es contraproducente, pues alimenta el estado de ira manteniéndolo presente por más tiempo.
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Internalizando
Hay personas que se conducen a la calma acudiendo a recursos internos como los siguientes:
- Respirar –hay variantes para el ejercicio de respirar, tales como contar 10 respiraciones profundas, usar un globo para inflarlo algunas veces, hacer burbujas con una solución jabonosa.- El recurso es maravillosamente sencillo y efectivo.
- Escuchar música –pueden ser melodías solamente o canciones con letras relativas a buscar la calma-.
- Retirarse –hay seres que ante la situación que los enfada no logran calmarse, pues entonces cambiar de contexto en forma momentánea o permanente puede ser un buen método-.
- Contemplar –un ave, un insecto, las hojas de un árbol que se mueven con la brisa, el cielo azul, las nubes que viajan en lo alto, una flor, etc.-. Mover el foco de la atención de la situación irritante es una buena elección.
- Frasco o bote mágico de la calma1. Tener uno a mano resulta de gran utilidad para muchas personas en momentos de crisis.
Luego de la tormenta, llega la calma
Y ahora es el momento para hablar de lo que pasó con neutralidad, sin acusaciones ni recriminaciones por el accionar. Esta conversación tiene la intención de detectar la satisfacción –o no- que se tuvo con los resultados obtenidos en un momento de enfado, con el fin de elegir mantener o modificar la manera en que se actuó en ese momento:
- Si lo que hice me sirvió, lo instalo como un recurso válido, si no me sirvió, pues lo tacho de la lista y continúo intentando con una nueva alternativa.
- Si me di cuenta de que lo que hice disparó o incrementó mi ira, atiendo a esas señales para evitar o prevenir situaciones similares.
- Reconozco el desgaste de energía que se genera a través de la ira, para tomar conciencia de que es posible reenfocarse en actitudes más productivas.
- Reparo o repongo en caso de haber generado daños en objetos y me disculpo si se ha generado malestar en las relaciones con otras personas o seres vivos.
Es fundamental recordar como adultos, que los límites y las normas claras y estables, disminuyen la aparición de episodios de ira, pues establecen un límite formalmente instaurado. Por el contrario, cuando existen muchas excepciones o los límites son inestables, se incrementa la irritabilidad, pues el niño genera expectativas de lograr saltear el límite y si fracasa en el intento, le genera elevada frustración. Otro punto fundamental a considerar, es que los niños están siempre atentos a las maneras de manifestar la ira de las personas significativas a su alrededor y la tendencia habitual es imitarlos. Existe abundante material desarrollado al respecto2.
NOTA: a menudo utilizo la palabra “niño” para referirme a niños y a niñas, y padres, para referirme a las madres también, sólo con la intención de hacer más grata la experiencia de lectura.
Por: Lic. Marcela Monte
Licenciada en Psicología
Universidad Nacional de San Luis / Argentina
Psicoterapeuta Cognitivo – Conductual Infantil
Contacto: info@infantopsicologia.com