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7 formas de pensar que te impiden ser feliz

Por Phrònesis
Piensa diferente para que seas feliz

Hace ya varios siglos que un sabio griego nos dejó una lección importante: aquello que repetimos una y otra vez termina por darle formas a nuestro destino.

Con mucha frecuencia, los autores motivacionales, líderes espirituales y psicólogos hacen énfasis en la importancia de fortalecer aquellas creencias que nos aportan seguridad, optimismo y un terreno fértil para el desarrollo personal y deshacernos de aquellos patrones de pensamiento tóxicos que únicamente nos generan dolor y malestar emocional. La razón no puede ser más evidente, y es que los expertos coinciden en que la percepción que tenemos de nosotros mismos y de los demás puede distorsionar la realidad al punto de hacernos ver el mundo como un paisaje de tenebroso tormento, incluso cuando las circunstancias reales no son tan desfavorables.

“Cambia tu forma de ver las cosas y las cosas cambiarán de forma”, decía el psicólogo y autor Wayne Dyer, pero ¿qué ocurre cuando hemos repetido tantas veces los mismos hábitos y patrones de pensamiento perniciosos que no somos capaces siquiera de reconocer que llenan nuestra vida de amargura y negativismo?

Si sientes que estás viviendo a medias, con las luces apagadas y la bandera sin ondear, es muy probable que seas víctima de tus propias creencias, que seas esclavo de tu propia mente y que tu filosofía de vida, sin darte cuenta, te esté conduciendo día a día a una infelicidad cada vez peor.

Desde luego, ser capaz de reconocer los malos hábitos que debemos modificar es el primer paso para mejorar nuestra calidad de vida y dejar de ver al mundo entero como un enemigo. Lee con atención las creencias negativas que en Phrònesis hemos recopilado para ti, y recuerda que nunca es demasiado tarde para reinventarte y convertirte en una mejor versión de ti mismo.

7 creencias que te conducen a una vida infeliz

  1. Vivir convencido de que le debes algo a los demás

Una existencia asumida como una deuda perpetua con la familia, el barrio, la ciudad o la nación es una existencia en términos de “arrendado”, un paseo cuyo disfrute se ve opacado por la zozobra de sentirse obligado a satisfacer las demandas del mundo a expensas del propio bienestar.

En este aspecto, saber distinguir muy bien entre la gratitud y el auto abandono es esencial. No es lo mismo reconocer lo que los demás han hecho por nosotros y dejarnos guiar por un impulso de retribución que darnos a la tarea de vivir para otros, atendiendo deberes ajenos o haciéndonos cargo de cumplir sueños que no son los nuestros.

  1. Creer que las situaciones o historias fatídicas siempre se repiten

La generalización es pecaminosa: nos lleva a creer que toda situación similar es una extensión de un evento emocionalmente trágico del que fuimos víctimas en el pasado. A raíz de esta creencia, nos cerramos las puertas a la valiosa tarea humana de intentarlo “una vez más”, y volver a intentarlo después de eso las veces que sea necesario. No por testarudez o masoquismo, sino por autoconcepto, por autovalidación, por convertirnos en lo que somos capaces de llegar a ser y reclamar con vitalidad nuestro derecho a recibir la mejor sonrisa de la vida.

Creer que, pase lo que pase, las personas “siempre son así” o que ciertas circunstancias toman “siempre” el mismo rumbo, es cortarnos las alas antes de aprender a volar. Ninguna situación de vida es susceptible de ser plagiada por la sencilla razón de que ocurre en un momento distinto, en un lugar distinto e involucrando personas diferentes.

La mejor forma de saber lo que puede llegar a pasar será siempre atrevernos a vivir, así sea con miedo, darnos una palmada de congratulación si todo resulta bien o levantarnos y volver al ruedo si tropezamos. La especulación siempre nos arrojará el lado más feo de la moneda.

  1. Compararte con los demás y creer que estás obligado a ser como ellos

Pocos hábitos nos empujan más al salto por la borda que hablarnos a nosotros mismos en un tono siempre negativo, desestimar nuestros logros, compararnos con los demás o creernos inferiores.

Muchas veces, la creencia de estar “por debajo” de las expectativas de turno nace de una visión errada de nuestras propias capacidades y valía personal más que de un argumento objetivo. Al basar la trascendencia de nuestros actos en el desempeño de otras personas, invitamos a la amargura y el resentimiento a ponerse cómodos en nuestra vida ya que, nos guste o no, siempre habrá alguien de quien podamos aprender, como siempre habrá alguien a quien podamos enseñar.

  1. Atribuirle poderes sobrenaturales a la suerte

La “buena” o la “mala fortuna” son un recurso cómodo y de fácil uso para desentendernos de la responsabilidad por nuestros actos, pero también es una forma de relevar el mando de nuestra vida a los agentes del destino.

Si creemos que la suerte es la responsable del buen porvenir que nos ampara o desampara, es muy probable que desistamos de trabajar en nosotros mismos y esforzarnos por crecer y mejorar nuestras condiciones de vida. Creer en la “buena suerte” es una vía rápida para otorgarle razón de ser al éxito de los demás, mientras que la “mala suerte” se personifica en una especie de bruja malvada que sabotea nuestros intentos por escalar a nivel personal y profesional (intentos que, a veces, ni siquiera hemos llevado a cabo).

Como bien sentencia en un poema Pablo Neruda: “Despiértate, lucha, camina, decídete y triunfarás en la vida. Nunca pienses en la suerte, porque la suerte es el pretexto de los fracasados”.

  1. Creer que “lo que tienes” define “lo que eres”

La antropomorfización de las posesiones, la humanización de la cuenta bancaria y la personificación lo que hemos construido a lo largo de la vida se convierte para algunas personas en un hábito degenerado que atenta contra el propio Yo, el cual queda sepultado bajo recuentos de bienes y objetos materiales.

Para el psicólogo y escritor Erich Fromm, el problema fundamental del “soy lo que tengo” vs. “soy lo que soy” radicaba en un detalle imposible de omitir:

“Y si pierdo lo que tengo… ¿quién soy?”

  1. Vivir anclado a odios y resentimientos por episodios del pasado

Renegar y vivir en conflicto permanente con nosotros mismos y los demás porque “lo que pasó” no fue lo que “debió haber pasado” no sólo es una costumbre inútil sino también masoquista.

En tanto no sea posible para un mortal común y corriente viajar en el tiempo para corregir ciertos deslices y crear una versión paralela de la realidad, es primordial aceptar que las circunstancias no pueden jugar siempre a nuestro favor, que nuestros derechos y atribuciones no pueden destituir los ajenos y que vivir resentido por algo que no va a cambiar es someterse a una larga y siniestra enfermedad mientras el resto del mundo vive en plena salud y regocijo, o en palabras del filósofo Max Scheler: consumir un veneno de autointoxicación psíquica.

  1. Vivir siempre a la espera de “algo mejor”

A pesar de que la sabiduría milenaria nos habla del obsequio inmensurable que supone el presente, el aquí y el ahora y la posibilidad de definir, a partir del hoy, la forma que dibujará nuestro mañana, muchas personas apuestan por ver en su situación actual la más desastrosa de las maldiciones. Parecen estar siempre a la espera de algo mejor (que, por desgracia, no asoma cabeza), lo que les lleva a desarrollar un estado de insatisfacción permanente impidiendo que valoren las cosas buenas que ya hay en su vida.

Como resultado, viven en una infelicidad autoproclamada, o bien mueren antes de tiempo estando vivos.

Referencias:
https://www.psychologytoday.com/blog/friendship-20/201603/these-9-mental-habits-will-make-you-bitter
http://www.stevenaitchison.co.uk/blog/10-destructive-habits-that-unhappy-people-have/

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